Literatura sudamericana

5 poemas de Washington Cucurto que deberías conocer sí o sí

El creador de la Editorial Eloísa Cartonera es uno de los escritores contemporáneos de Argentina que más ruido hacen en la escena literaria. Conoce su particular estilo a continuación.

Por El Ciudadano Argentina

05/01/2016

Publicado en

Argentina / Artes / Cultura / Literatura

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1)Patos de plástico en una palangana

Darles la vida sería el milagro.

Pero lo único que puede darles la vida son las pilas. Así,

como Io único milagroso que hay para nosotros (porque depositamos

nuestra fe en ella) es una Cuzqueña bien helada.

Desafortunada comparación para los patitos del Paraguay fabricados

para hacer furor en la mentalidad infantil de la época.

En dias navideños ningún pibito se fijaría en unos patitos chapoteando

en una palangana. ¿No tendrán una correcta exhibición?

Los patitos de plástico son la novedad en estas fiestas y en las baldosas

de la Recova del Once, ahí donde la Avenida Pueyrredón muere.

Hay que salvar a estos patitos de las manos callosas de sus vendedores,

ofertantes de porcelana, gritones de estilo superpasado que los

llevarán irremediablemente al fracaso comercial. ¡El fracaso comercial

baja al espíritu!

Les pasará lo mismo que a los cubos mágicos ofrecidos por malos

vendedores de ciruelas, de cadenitas, de figuritas de fútbol viejas. Un

vendedor de figuritas no puede nunca largarse a vender patitos de

plástico.

¡A la mierda los vendedores de figus de fútbol viejas!

¡Esto es el Once!

«A cada vendedor su mercadería», tendría que explicitar un cartel en

esta centenaria Recova.

 

2) Canción de la muerte por el barrio

La muerte pasó por Santa Cruz de Barahona

se llevó cuatro tíos y tres primos

preguntó por mí y siguió camino.

 

La muerte anduvo por Hato Mayor de Higüey

preguntó por mí, ¡mamagüey! y siguió camino,

antes se llevó tres parientes cercanos y tres parientes

lejanos.

 

La muerte mortaraz anduvo por Berazategui

halló a mi padre y a mi hermano (Cacho)

vendiendo remeras por los barrios.

 

Les dijo: «Vengan conmigo muchachos,

los voy a llevar a un lugar donde

todo el mundo usa remeras…»

 

Después se arrepintió, los miró bien:

«El infierno está lleno de quemados».

 

Por mí ni preguntó, y siguió de largo.

3) Y he contribuido al bienestar nacional…

Cierto es que añoro los tiempos

en que el monzón pasaba sacudiendo

mis cabellos y de mí salía un dulce

olor a duraznos y lo mejor ocurría

cuando las papayas florecían

en el fondo de mi patio.

Y no hay escala mejor para el amor,

que cuando las papayas florecen

sobre la hierba seca y dura

en el fondo de tu patio…

Ah, lejanos tiempos en Lima La Horrible

o atendiendo una ferretería

en la bellísima Panamá.

Me han amado y me han dejado:

como corresponde a todo lo bien amado.

Tuve tres hijos en Panamá

y seis en Venezuela. ¿Qué más puedo pedir?

No me quejo del amor

ni de sus cuidados.

Me ha dado más que a muchas.

He gastado treinta largos años,

para adquirir experiencia

y a mi poca sabiduría la tengo bien atendida

y cotejada. Ya basta, ya no soy una florcita,

estoy próxima al polvo de los cincuenta

y lejos de la silueta.

Soy la respetabilísima, la Dominicana.

He pagado los impuestos con mis ahorros.

He contribuido al bienestar nacional.

Y todavía conservo el orgullo

de afirmar que ninguno

ha sido infeliz en esta cama.

¿Me escuchas? ¿Estás ahí?

Te estoy hablando, pelotudo.

4) Hombre de Cristina

Me he reducido a ser un hombre de Cristina
En esta época, en estos días, en estos quilombos matutinos
me dejo llevar por la fantasía
que sale de la boca de una mujer.
No participo, estoy viejo,

mis hijos me dejaron mis nietos
para que los cuide.
No participo: cuido críos.

Y la miro, la escucho a ella
por cadena nacional, en bicicleta.
Mi Amada Cristina, morocha seductora
–me atrevo a imaginarle gordas caderas.

Mi Caderona Nacional.
La escucho, la veo
hablar por ejemplo de cooperativismo,
de mujeres embarazadas que tendrán,
a falta de un marido, su ayuda social.

La Morocha Nacional no puede hacer que nos enamoremos de otra.
Veo su cara, su cuerpo, sus palabras
su demoledora tristeza, la tristeza evidente de su alma.
Su Infinita Tristeza en afiches y letreros
por dondequiera que viajo en la gran ciudad.
Se me pianta una lágrima, no voy a negarlo.

No participo, estoy viejo
para cualquier militancia
que no sea leer a Pepe Cuevas, a Lihn o a Teillier

Su foto en las calles
tomada de la mano
de unos niños rumbo al colegio.
Ah…

Estoy viejo para el kirchnerismo,
esa es la palabra exacta.
Pero no estoy viejo para Cristina,
se me pianta una lágrima.
La veo, la escucho, me reduzco
a ser un hombre de Cristina.
Mis hijos se separaron,
se emborracharon
y me dejaron sus hijos.

Hijos de hijos
Estoy viejo para la militancia
para el reduccionismo del kirchnerismo.

La veo, la escucho esa tristeza evidente, infinita
de sus ojos es la misma de mis ojos

Oh Morocha Nacional
tomame de la mano
como un escolar pobre
y enseñame la Casa Rosada.

5) Primer Mundo

Como en un poema de Cisneros pasa frente a mí un Mercedes deportivo –ahora detrás de él, como cola de novia, una moto buenísima y cara–con su dueño Brad Pitt, tomando sol en su asiento,un auto pequeño con la forma de una nave espacial.Una preciosa pareja de ancianos, hace real lo imposible:que la vejez pueda ser algo placentero y hasta grosso.La joven corre con un manojo de papeles hacia el auto.El ruido de sus tacos es para mí una música.Y ahora lo que me faltaba, una parejita de adolescentes.Ella rubia, platinada, con una casaca de los campeones de México 70.Él elegante, imagínense ustedes.

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