Chicha Gráfica

Desde la cultura popular y con ritmo cumbiero surge en el Perú una visualidad que comienza a circular con fuerza en Chile

Por Wari

31/01/2011

Publicado en

Artes / Cultivos Chilenos

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Desde la cultura popular y con ritmo cumbiero surge en el Perú una visualidad que comienza a circular con fuerza en Chile. Conocimos el psicotropicalismo iquiteño de Christian Bendayán y Lu.Cu.Ma. gracias a la alucinante muestra de Micromuseo en la Trienal de Chile 2009.

Este año, La Nueva Gráfica Chilena montó Chile Chicha en torno a la visita del limeño Elliot Urcuhuaranga (en la foto), alias Elliot Tupac, principal exponente gráfico de la melancólica y psicodélica mezcla de cumbia, huayno andino y rock surgida en la Lima de los 1970. Elliot no sólo impartió aquí un taller de serigrafía, sino que además montó en Galería Trece su primera muestra individual y dio una charla acompañado de otro connotado chichero: el escritor Alfredo Villar, alias dj Sabroso, quien cada domingo emite por la radio porteña Valentín Letelier su excelente programa cultural chicha, Sonido Inca.

Entrevistamos a Pablo Castro, principal artífice de la visita de Elliot, y, en un inspirado ensayo, Alfredo Villar explora los móviles ciudadanos de la conexión chicha entre Perú y Chile.

ENTREVISTA A PABLO CASTRO (LA NUEVA GRÁFICA CHILENA)

-Pablo, ¿recuerdas tu primer contacto con la gráfica chicha?

-Sí, la visión del primer cartel chicha en mi vida vino como una epifanía. Fue en Recoleta casi esquina con Santos Dumont, el 2005. Antes me habían interesado sobre todo la comida y el pisco peruanos, pero tengo una deuda gigante con los hermanos del Norte porque nunca los he visitado.

-¿Qué te llama la atención en ese tipo de carteles?

-He logrado conformar una trilogía que me permite entender la fascinación por el cartel chicha: 1º. El lettering o dibujo de las letras que lo componen, sobre todo el título, su trazo sinuoso y espontáneo que, en el caso de Elliot, pasa a ser una institución; 2º. El color, el flúor sobre negro es insuperable. 3º. La lírica, palabras como Shapis o Toño Centella no dejan de llamar la atención.

-Invitaste a Elliot a Chile ¿Cómo lo conociste y cuál es tu balance de su visita?

-Por Facebook. Lo contacté después de toparme con el video que le hicieron los de Creative Review. Su visita y la introducción de su trabajo entre nosotros han sido altamente revolucionarias y, como se ha dicho, nos han dado un empujón para seguir en lo que estábamos.

-¿La chicha te ha entrado sólo por los ojos o también por los oídos?

-Soy melómano, colecciono vinilos. Elliot me trajo dos LPs de los Shapis. Antes ya tenía yo algunos singles folclóricos peruanos, pero con esto he comenzado a aumentar mi haber de vinilos, que en su mayoría son piezas vintage de rock, pop, disco, jazz y algunas rarezas tropicales.

-¿Tienes otras gráficas en la mira?

-Mi interés está centrado, en este momento, en encontrar a los Elliot Urcuhuaranga que existen entre nosotros.

Fotografía: Pablo Castro y Elliot Urcuhuaranga en Galería Trece (Cortesía de Elliot Tupac).

CIUDADANO CHICHA

Un fantasma recorre Santiago y Chile. Es el fantasma del cholo, del peruano, del chicha. Está ahí migrante, ilegal, clandestino. Ha venido con su música, su jerga, su comida, su color. Le reza a su Virgen, danza en su fiesta patronal, organiza conciertos de Toño Centella o Tony Rosado, baila con los dedos hacia el aire, achoradito, sabroso, peruanito tenía que ser. Está ahí con su barroquismo y sus aires indios que los santiaguinos admiran y temen. Ahí pasa el rasca, el subversivo, el peligroso, el picante, el conquistador.

El chicha es el aventurero. Huye de la guerra y la miseria, pero tampoco ha venido al paraíso. Santiago tiene las mismas enfermedades que toda gran ciudad latinoamericana. Tóxica, sobrepoblada, presuntuosa, caótica, pese a la hipervigilancia fascista. Llena de barreras, de prejuicios y de una de las cuiquerías más estúpidas y arrogantes del planeta. Pitucos huachafos, diríamos en el Perú, se creen los Tigres del Capitalismo Sudaca, ahogados hasta el cuello por el smog y el consumo, sin potlatch, sin entrega, sin don.

Pero el chicha se ríe de eso. Los pesos guardaditos hacen una bolsa que mandará de vuelta a su país. Todo es más caro, pero se puede ahorrar y así seguir con la aventura de la vida. Y de eso se trata: como diría Chacalón, de «la chamba y el vacilón». El trabajo duro y la diversión dura. Cajas de cerveza, porque sin desmesura y sin alegría el capital es como «las aguas heladas del cálculo egoísta» de las que hablaba Marx.

El chicha comparte, regala, entrega su vida a los suyos. Se arrejunta tanto para la juerga como para la lucha política. Y eso viene desde hace miles de años, pues la cultura andina era una cultura del don, la reciprocidad y lo colectivo. El chicha no puede ser un solitario, esa enfermedad «moderna». El capitalismo no puede cumplir con él su misión de atomizarlo.

Su estética visual es el flúor, el arcoiris, el neón que la vanguardia chilena comienza a adoptar para estampar en sus flyers, sus discos, sus fanzines, sus vestimentas. Esa policromía multicultural chicha define lo indefinible peruano. «Todas las sangres», decía José María Arguedas, quien le robó la nena a Jorge Teillier y se la llevó a Lima porque ella quería ser peruana, porque en el fondo el Perú y Chile tienen la misma cordillera, el mismo humus, la misma sangre derramada.

Volverá el Imperio de los Incas, llegará hasta el río Maule, ahí se encontrará con los Mapuche y será como la nueva Alejandría mezclada con el Tahuantinsuyo. La tierra nueva que no mirará acomplejadamente a Europa porque será guacha y chola, americana, mestiza, híbrida, multicolor, indígena y cosmopolita, originaria y moderna a la vez, o sea, no temamos decirlo, ¡CHICHA!

Por Alfredo Villar

Este especial Chile Tropical fue coordinado por Carolina Benavente en el marco del estudio “Artistas & Cultura Popular” y como co-investigadora del proyecto Fondecyt Nº1101018 año 2010 “Conformación de discursos culturales en áreas de historia colonial”, cuya investigadora responsable es Ana Pizarro (Usach).

A menos que se indique lo contrario, los textos y las imágenes son de Carolina Benavente.

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