Crónicas de Regocijo y esperanza: SOMBRAS DE LUNA

Compartimosen El Ciudadano los textos de Emanuel Garrison , una visión personal y apasionada acerca de los últimos años de nuestro acontecer, relatados de una forma casi inverosímil, humana y gratificante donde se funden la realidad y la no realidad, los años pasados con la época actual, acerca de los sucesos que han marcado las […]

Por Director

23/08/2013

Publicado en

Artes / Literatura

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Compartimosen El Ciudadano los textos de Emanuel Garrison , una visión personal y apasionada acerca de los últimos años de nuestro acontecer, relatados de una forma casi inverosímil, humana y gratificante donde se funden la realidad y la no realidad, los años pasados con la época actual, acerca de los sucesos que han marcado las vidas de hombres y mujeres en un pueblo que podría ser la patria de cualquiera de todos nosotros.

 SOMBRAS DE LUNA

Fue por aquella época inmemorial de los tiempos grises y del permanente traqueteo de militares a cargo del gobierno, días de gloria y repartijas, de estrecheces para algunos y jolgorio para otros, en que se había visto también la plaga colmada de mortandad y desastres repartidos por doquier, dejando atrás su largo reguero de estropicio y cesantía en que se habían visto las interminables filas de desempleados esperando la generosidad ciega, la caricia dulce en los tiempos de la clemencia alcaldicia, en que vimos los gimnasios municipales abarrotados por los cuatro costados de quienes, buscando empleo, acudían a los llamados promisorios de alguna posibilidad, de una chance germinada al amparo de aquellos programas sociales de oportuna ocurrencia y sin respuestas ciertas que entregar.

  Fue por aquella época aciaga y remota en que vino la tempestad de las empresas y compañías del país que en forma singular y al unísono fueron arrojando magros resultados e imborrables cifras de cierre que las harían insostenibles para perdurar y permanecer en pie, salvo, eso sí, que ingresaran en forma excepcional, y por la puerta de al lado, los talentosos administradores designados por los autoridades militares, y que habían llevado a las mismas firmas y compañías a esa situación de lastre y enfermedad, y que luego, como nuevos sanadores de brujos y dueños instantáneos de la mitad patrimonial de la firma, a través de los jugosos bonos obtenidos gracias a la paradoja de los resultados de lujo, se transformaban ahora en empecinados vendedores de la otra mitad, al mejor postor y a bajo costo, porque en el transcurso de su administración, el milagro divino de la sanación vendría entonces con su próspera venta a privados, y operaría sin medida y en forma instantánea.

Fue por aquella época de imborrable memoria, en que la salud corporativa de pronto apareció, con el ingreso de nuevos capitales y compradores de liquidación oportuna en que las ganancias y buenos resultados de las grandes empresas estatales florecieron, y que los gestores del lobby agazapado recibieron su buena parte de aquel animal destazado, y sólo por la módica suma de unos cuantos millones de dólares, que es lo merecido por esa ardua labor de llevar a la ruina a tales compañías y abandonar, por otra parte, a su suerte a los empleados que con saludos cordiales de promesas apolilladas fueron expulsados y arrojados con la firme convicción de que ya vendrían tiempos mejores para todos. Que ellos también, como nuevos administradores de pacotilla, asignados por la incuestionable decisión del poder y rigor draconiano, apenas recibirían unos cuantos cientos de millones durante los años siguientes de austeridad, pero que no se preocuparan, porque ya se las arreglarían en penurias para subsistir como pudiesen en los caudalosos directorios de pomposidad donde ya se habían comprado oportunamente el penúltimo paquete accionario de oferta; que no se preocuparan más por ellos y su destino menesteroso, que ya se las arreglarían como pudiesen en los cargos de gerencias a los cuales serían designados, por esa labor insufrible y apetito voraz de ganar por todas partes, como administradores de pésima gestión, o como nuevos dueños transitorios, eso sí. Ya que pronto se adjudicarían al mejor hombre de apuestas clandestinas aquellas empresas de estado, enmohecidas, con la única salvedad de ser instalado en algún sillón de honores como el hombre del año y aparecer en los rankings de los mejores hombres de negocios en las revistas tesoros y fortunas de circulación nacional y planetaria.

Fue por aquella época de gloria y registro memorable en que se inventaron los programas sociales sin destino, y se pusieron en marcha los sindicatos con la única cláusula definitiva que les impedía sesionar en cualquier lugar, y menos en horario de oficina; con la única observación veraz de que no se realizaran convocatorias, excepto, claro está, las que se encuentren autorizadas. Y estarán autorizados sólo aquellos actos que cumplan con la cláusula anterior.

Fue por aquellos tiempos insufribles en que se pensaba que ya vendrían tiempos mejores; que todo cambiaría pasada la austeridad de imposición a la fuerza y si, además, se efectuaban algunos cambios oportunos. Que con el fin de aquellos tiempos de anticuario, el gobierno de la república ahora se haría por elección popular y sufragio universal, y que el poder legislativo total dejaría de estar a cargo permanente de cuatro personas de buen rango, y que ahora se ejercería a través de las respectivas cámaras de legisladores en el pedregal de prerrogativas y beneplácitos del Congreso Nacional. Y que pronto, con el advenimiento de los nuevos tiempos volvería a regir y ver la nítida luz de libro vivo la Constitución y las leyes en su integridad de carta fundamental, y no como se hacía hasta aquellos tiempos inciertos y polvorientos en que sólo se gobernaba bajo el artificio de una decena de artículos transitorios obsoletos y sin término, y que ya nadie recuerda ni quiere recordar.

El advenimiento de los buenos tiempos traería a la vida nuevos sueños y anheladas expectativas bajo el horizonte frágil y optimista en que culminaban aquellos días de fragor y batatazos; se abrían, por fin, insospechados nuevos caminos en que amainaría el vendaval de desocupados y los brutales disparos en los índices de cesantía; por fin, después de tantos lustros. Sólo quedaba capear la larga proliferación de charlatanes de circo que, aspirando a las próximas elecciones, quisieron mostrar que lo que ellos habían realizado lo hicieron realmente por generosidad franciscana y amor a la patria, y no por obtener una parte primordial del animal destazado a base de hábiles zalamerías y espontaneo talento de oportunismo que quiso borrar el mar de oquedades y sargazos que aún empaña el recuerdo de aquel entonces.

 Por Emanuel Garrison

El Ciudadano

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