Comentario de libro

Doctor Pez. A propósito del rockero invisible

Santiago: Remolino Ediciones, 2017. 116 pp.

Por Carlos Montes

24/05/2017

Publicado en

Artes / Letras / Libros / Música

0 0


La luz ciega, al igual que la oscuridad. Y la luz que se proyecta sobre el espectáculo y sobre la industria musical, puntualmente, enceguece a artistas y audiencias, e invisibiliza a los creadores e intérpretes que van a contrapelo de los dictados de dicha luz. La metáfora lumínica apunta a cómo el libre mercado, las industrias creativas, el empresariado y el Estado posdictatorial, han organizado un campo cultural en Chile que reproduce la marginación y la inequidad económica y política, y a la situación de los artistas que, por perseguir las luces del éxito, pierden de vista su propia luz.

Doctor Pez, músico solista quien además forma parte de Solteronas en Escabeche, firma A propósito del rockero invisible como un libro de ensayos breves -escritos entre 2010 y 2016-, primera publicación del colectivo Remolinos. El volumen aborda temas y contingencias puntuales -la combatividad de la canción comprometida, derechos autorales, el éxito y el fracaso, música independiente, etcétera- siempre en relación a la situación social del artista, su posición frente a la estructura económico-política del país, su actitud frente a la organicidad gremial y militante, y a la sociedad en su conjunto.

A Pez no sólo le importa la cuestión de la música como estrategia de agitación de masas, vehículo de la memoria o generadora de consignas y referentes. Todo esto es realmente útil, plantea, si está asociado a una alta consciencia del artista sobre su condición laboral y colectiva -Pez ha participado de diversas instancias asociativas del gremio, a propósito-, y sobre todo si responde a la lealtad consigo mismo. Esto es, en otras palabras, hacer caso al hecho de que el artista mainstream corre el riesgo en general de transformarse en un bien transable según la normatividad mercantil, y en consecuencia comenzar a prestar un servicio especialmente delicado: el de expendedor de autenticidad frente a la masa de fans que en él proyectan los anhelos que no serían capaces de cumplir para sí mismos.

De ahí, entonces, el énfasis dado por Pez, por ejemplo, a la desprolijidad: “[…] la suciedad sonora es honesta tanto como el nudismo. Asoma la flacidez, el descuido, la impericia, el trastrabilleo, la mala postura. Naturalmente somos desprolijos, perfectibles y sobre todo incautos. No dejemos que nos diseñen la perfección. Disfrutemos la vida sin culpa y más rápidamente aprenderemos de qué se trata la nube. El sonido de la propia experiencia es la mejor canción”. La declaración estética de principios tiene una correlación política inmediata, porque es sólo desde la mismidad que el artista puede aportar genuinamente a alterar el curso general de las cosas.

Desde esta perspectiva, Pez le hace un guiño a la imperfección como medio para contrarrestar la dictadura estética de unos medios de comunicación que no dejan escoger qué querer musicalmente. Asimismo, antepone a los derechos autorales, criatura capitalista, los “deberes autorales” que demandan del artista un mayor cuidado sobre su propio trabajo y sobre cómo éste circulará y será recibido socialmente. Del mismo modo, clama por la homologación del oficio musical como una actividad social y económica más dentro del ámbito del trabajo, asunto que repercutiría en la proyección de la propia luz del artista sobre el resto, para que cada cual sea capaz de ver en sí lo que brilla, lo más humano.

“Hay que producir nuestra propia energía”, afirma Doctor Pez. “Tenemos que movernos fuera del gran foco. Partir de validar las diferencias culturales reales con ese paradigma. Plantear las diferencias desde dentro sólo valida la estandarización, difumina los contornos y alimenta el mito de que todos caben en la luz. Hay que asumir que la visibilidad, como gran objetivo, termina cegándonos. Hay otra luz en las sombras…”

Por Ignacio Ramos Rodillo

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones