El fin de la radio

¿Cuál es el real sentido de que un número acotado de seres humanos rodeen un par de micrófonos para que viajen con los sonidos por el aire de cierta frecuencia modulada? La normalidad nos hace pensar que dicha situación tiene finalidad informativa, por ahí algunos también dicen que a eso habría que sumarle cierto grado […]

Por berenguer

04/11/2010

Publicado en

Artes / Música

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¿Cuál es el real sentido de que un número acotado de seres humanos rodeen un par de micrófonos para que viajen con los sonidos por el aire de cierta frecuencia modulada?

La normalidad nos hace pensar que dicha situación tiene finalidad informativa, por ahí algunos también dicen que a eso habría que sumarle cierto grado de entretención, sin importar encarecidamente el mapa de información por el que habría que transitar, pero información entretenida finalmente. Otros más fundamentalistas creen que se trata de una situación académica, cien por ciento formalizada, y guiada sin errores por algún papel escrito en formato de pauta (y acá no caben las risas humanas que puedan surgir, ni ningún tipo de situación espontánea).

Cada semana cuando me siento frente al micrófono, de cierta radio, me pregunto lo mismo, observo entre el mic y yo, unos papeles, a veces escritos a mano y otras tantas tatúo la información con tinta de computador.

La información que decido comunicar sí responde a un tema de interés meta personal: hablemos de música. Y en ese minuto cuando el espejo refleja mi acto narciso de hablar de aquello que ME gusta a MI, siento miedo de la muerte y pienso: “este es el fin de la radio”.

Me digo: ¿A quién mierda le importa que una como yo esté verbalizando palabras que vuelan por el aire y que a lo más adquieren forma de un podcast intrascendente? Y en la búsqueda de la respuesta divina concluyo que para la radio hay que desechar las formalidades académicas, creo que hay que respirar cerca del micrófono y tener pensamientos en voz alta, no me parece molesto tampoco algún ataque de risa colectivo, ni las correcciones de los errores super humanos propios de un diálogo que se construye  en una ciudad bulliciosa, acoplada e invasiva.

Encerrados en un locutorio, los encerrados pueden lograr que los que están afuera también encerrados decidan ser oyentes pasivos o activos, y es ahí cuando comienzo a encontrarle sentido a esos micrófonos que permiten que nuestro mensaje llegue a los parlantes de los interesados. Reconfirmo en este ejercicio que aquello que por repetición se va fijando no hace más que provocar abulia, o dicho de otra manera; un oyente pasivo.

De modo que no es utopía cortar la costumbre, depositar interés de acción y lograr que toda persona que desea ser un oyente activo sea sinónimo de ataque a la concentración de los medios oficiales que sin querer terminan transformados en los miedos oficiales de muchos.

Si es cierto eso de que la radio es imaginación y la imaginación es poder, apaga la radio. Inseguridad acústica.

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