Crónica de un encuentro de la música chilena

Festival Woodstaco 2017: Que siempre haya una primera vez

Muchas veces transita en el aire esa idea de que las primeras veces pueden ser tan exquisitas como erráticas o torpes

Por Carlos Montes

02/02/2017

Publicado en

Artes / Música

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Muchas veces transita en el aire esa idea de que las primeras veces pueden ser tan exquisitas como erráticas o torpes. Esta figura es como contar con el beneficio de que cuando se vive un lugar o un momento por primera vez, todo es cancha, todo suma porque no se sabe a lo que se enfrenta.

Woodstaco 2017 fue una nueva primera vez para mí y tuvo todos esos aliños que significan conocer algo nuevo, ir más allá de cualquier imprecisa expectativa urdida tras años de comentarios y fotos de muchos timelines de otras y otros.

Lo que paso a contar ahora es tan sencillo como cualquiera de las tantas historias que cada quien vive cuando decide ser parte de ese histórico festival que vive tres días hace ya varios años en algún pliegue de Teno.

Día #1. Las primeras veces no se parecen a eso que andan diciendo.

La tropa que íbamos a Woodstaco el viernes 13 –y tras armarnos con pancitos, quesos y algunos alcoholes en un supermercado cercano a ese penca Terminal Sur-, pudimos comprar pasajes para las 20:15. Éramos seis personas, tres de ellas nos conocíamos y el resto venían convocados por alguno de nosotros. Ahora faltaban más de dos horas para que empezara el viaje.

Algo extraño e inmediatamente estúpido pasó en esa espera sentados en un pasillo del terminal. Primero debo reconocer que nos bebimos un par de pilsen helaítas esperando, pero solo fueron un par nomás. Lo que convirtió en estúpido todo este momento y tras más de dos horas de espera, es que terminamos tres sujetos tratando de detener el bus que nos llevaría al festival, uno enfrente de él, otra dando excusas en la ventanilla del chofer y yo tratando de convencer al auxiliar de que el resto del grupo venía en camino –la otra mitad de nosotros se demoró entre la espera de una huída al baño, el peso de los bolsos y mochilas que cargaban y la subida hueona a un bus que no era el correcto-.

Todos los esfuerzos por retrasar nuestro esperado bus fueron insuficientes. Cagamos de frentón. Super tontitos.

Miraba tan triste el programa del viernes y tod@s es@ músic@s que tan hueonamente me había perdido: quería ver a la Vilú, al Jacinto Turbio, al Ramírez Neira, a Dorso pegadito a 2X, a Pelusa, en fin.

Toda esa sensación de frustración tan lógica –porque sí, tuvimos que ser bien hueones pa’ perder seis pasajes-, la supimos remediar con la compra de nuevos tickets vendidos un poco más baratos y que usaríamos a las 07:50 del sábado 14.

En mi casa, entre saludes, vinilos y expectativas, cerramos la nueva espera bien avanzada la noche.

Día #2. Seguimos tontos, pero no tanto.

Mi Pobre Angelito en serio que es posible. Quedarse dormido y estar de nueeeevo al borde del colapso pre viajero es posible, pero la diferencia es que esta vez no hubo ningún Kevin Maccalister.

Un nuevo sacoehueismo pasó cuando nos bajamos en la Norte-Sur, adormilados y apurados, con la Catita nos dimos cuenta que se nos quedó nuestra carpa arriba del bus.

Cuento corto: tomé una micro a Curicó con ella en búsqueda de nuestro Macaulay Caulkin, esperanzados en que aún siguiera inerte en ese espacio en donde se lleva el equipaje de mano. Blablablá por aquí, blablablá por allá y ahí estaba, esperándonos calladita pa’ que por fin la habitáramos como lo habíamos imaginado.

No costó nada llegar a ese gigantesco terreno en donde se desarrolla este festival.

Llegamos cuando en el Escenario Enjambre tocaba su primera canción, Parálisis del Sueño (no recuerdo qué canción de sus bacanes Ep’s). Sopeados, sorprendidos con las escenas que ahí pasaban, incluso tímidos, buscamos al resto del grupo que antes de perder la señal del celular nos alcanzaron a decir que ya estaban instalados.

Nos quedamos en Enjambre un ratito y salimos a rastrear al resto del equipo. Nos paseamos torpes, súper cargados y tanteando felices los senderos que conectan cada espacio de Woodstaco. Las cosas lindas que pasaban en ese descubrir tenían que ver con muchas variables: la conectividad entre punto y punto que era clara de seguir, los puestos que vendían de un cuantohay y la mayoría a precios abordables, la posibilidad de hundirse un ratito más que sea en el estero que fluye encantador y que puede ser saboreado en formato convencional o como una Eco-ducha. Pero quizás lo que resultaba más trascendente en ese primer recorrido era esa sensación tan esquiva muchas veces de que todas y todos cabemos en ese lugar, de que todos y todas más allá de cuál fuera el motivo o la pintita que luciéramos, nos topábamos, nos mirábamos y éramos capaces de convivir sin peros ni odiosidades hueonas.

Encontramos a l@s cabr@s en alguna parte, armamos la carpa cerquita del Enjambre y empezamos a habitar ese cómodo lugar mientras sonaban claritos –y nombro solo a algunas y algunos de estos músicos como una decisión absolutamente pensada y que responde a cuáles proyectos me gustaron o de frentón me resultaron significativos en esta primera vez-, Don Gavino, Incal y La Minga.

Los movimientos que sucedieron –duchazos, fotos, cervezas, moledores, encuentros con amiguit@s, en fin-, llegan a un momento que disfruté caleta en el Escenario Rock y es el cierre prendido de Jorge Jiménez y la Rompehueso mientras perros jugueteaban mojados y cagados de risa con quienes estábamos llegando a ese espacio. Me detengo un ratito en los que seguían en el programa: La Blues Willis. Estos chiquillos ofrecieron un show que entre la órganica de una guitarra, un pandero y una armónica, más las posibilidades de loops y pedales, resultaron un deleite. Entre zorrones, rockerit@s con y sin poleras de bandas, estos cabros armaron una sólida performance que hacía más clara la sensación de que esta primera vez en Woodstaco era súper bacán, era un lindo descubrir en medio de verdores, barro y muchas risotadas.

Dolores de guata mientras empezaban Las Sombras, nos obligaron a movernos, sacudir la pegadez –o cómo se diga- y volver a la carpa a preparar tecitos, seguir enrolando y decidir qué músicas y músicos iríamos a ver.

Comer, descorchar algo y enfilar al Escenario Blesstaco para alcanzar a ver a los maravillosos Tryo, era el plan que decidimos con la Cata. El espacio estaba súper lleno y no alcanzamos a oírlos, sin embargo –y con la secreta urgencia de tratar de llegar a Florcita Motuda y los Akineton Retard-, teníamos una idea clara en esa parte del periplo: volvernos un poco dementes con los reencontrados, Cazuela de Cóndor. Lo que me queda claro a esta hora es que la presentación de estos adorables porteños fue una postal exquisita, fue la mejor decisión, un tránsito bacán que resultó tan caluroso como loco loco. Recuerdo a la audiencia que estaba a esa hora y que más allá de sus orígenes o de sus vicios, coreó a la pata los textos del Jorge Rubio, pidió al escenario las canciones que estaban silentes en sus propias historias y sobre todo, asumió sin culpa alguna el sensato costo de no estar presente, quizás, en los shows de artista más populares. Sin exagerar, los Cazuela nos regalaron una mansa experiencia e hicieron de este reencuentro un momento que aún sigo sintiendo exquisito.

Lo que pasa ahora es ciertamente más errático e impreciso. Enfilamos al Enjambre a cachar la oferta musical que debía pasar a esa hora. Llegamos cuando Mediabanda empezaba su momento y la oscura noche hacía pasar piola cualquier estado, cualquier rostro. La Cata, su mantita pal piso y un vino fueron suficientes para ubicarnos felices entre las sombras de ese espacio. Creo recordar con cierta claridad mental que sonaba “Bombas en el aire” y algunas canciones del Entre la inseguridad y el ego, todas sólidas y aquí es donde quiero detenerme un ratito, porque recordar lo que sucede a esa altura de la jornada me resulta un gran esfuerzo personal y en donde claramente disfrutaba de un noche golosa en mis consumos. Con un cielo estrellado y muchas luces apuntando a las y los músicos, me quedo con prendidas canciones de Seidú, All Jazzera, Atento Facuse y entrando a mi carpa pegada al escenario, algún tema de los Peteretes Chinchín Band.

Si estuviste ahí y estás clar@ que esto que comento –sobre todo en el orden-, es impreciso o incluso falaz, te pido un momentito de empatía y ojalá la voluntad de aclararlo en los comentarios de más abajo.

Empiezo a dormirme de a poco mientras despiden a alguien y el público solo pide otra canción.

Día #3. Que no acaben las primeras veces

El domingo es un espacio en que las y los presentes inician los desarmes de sus carpas, hacen vecindad con quienes pasaron la noche cerca de su espacio y se permiten compartir un pancito trajinado, una pilsen tibia o una mota generosa. Mientras todo esto pasa, el Escenario Enjambre aún no empieza sus sonidos y propuestas.

Hamburguesas, frutas en algún puesto, té y pilsen para caminar más tranquilo, son el desayuno de campeonas y campeones. Limpiar el tierral de la carpa, ordenar la cagá que resulta de la suma de dos persona caóticas, fumar un pucho mientras decidimos qué haremos ese último día de primera vez.

Leri Lira suena en el Enjambre y con algo parecido a un plan, vamos al Blesstaco a ver a la Dania Neko. Con la gota corriendo inevitable por el calor y con much@as curios@s arrimándose a ese espacio, esta chiquilla junto a su potente banda, confirmaron entre canción y canción que –primero- el Depura es un disco lleno de grandes canciones y segundo- este Festival seguía siendo una experiencia tremenda.

Desarmar la carpa y armar otra cosa mientras suena entusiasta y feliz, Azabache, eran el momento para agarrar los bártulos y empezar el regreso.

Una merecida empanada junto a un vino recuperado del trasnoche mientras suena la Delia Valdebenito, son la última escena que coronan el cierre de este accidentado fin de semana en medio de la provincia.

Estoy claro de muchas cosas tras este Woodstaco 2017. Primero, es que no hice la mejor pega como un periodista que se encarga desde la convención y el rigor de la disciplina, contarle con precisión a una persona cualquiera lo que pasó en Teno esos días o poder estar en la mayor cantidad de escenarios y shows posibles que ofrecía este festival. Todo eso lo tengo absolutamente claro. Sin embargo, lo que más resuena a esta hora mientras rememoro esta experiencia musical es que Woodstaco resultó ser en todo momento una oportuna posibilidad, una excusa perfecta para poder convivir con personas que en el doméstico no se parecen en nada a lo que yo soy, pero que tienen esa pura energía que los hermana con mi historia y con lo que de verdad me constituye: un amor real por la música.

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