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La consagración de Guillermo Kuitca

Uno de los pintores más importantes que han surgido en los últimos años en Argentina, Guillermo Kuitca continúa trabajando en su ciudad natal, Buenos Aires, para producir arte que revela matices de su historia nacional, pero es, siempre, universal. Su prolífica obra abarca dibujos, collages e instalaciones, así como pinturas que a menudo ofrecen una verdadera experiencia (una doble visión diametralmente opuesta, una impresión alienante vista de lejos, con una lectura íntima). Analizamos aquí «La consagración de la primavera».

Por Lucio V. Pinedo

09/03/2016

Publicado en

Argentina / Artes / Artes Visuales / Cultura

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La consagración de la primavera es la primera pintura de un pequeño grupo que Guillermo Kuitca realizó entre sus más extensas series Nadie olvida nada y El mar dulce. Bajo el mismo título, abordó el tema del judaísmo, el comunismo y la homosexualidad —en 1983, 1984 y 1985 respectivamente— como causas de la existencia de minorías víctimas de persecución en Occidente. En cada una, buscaba reponer una suerte de ritual de celebración de una colectividad que persiste en la lucha por sus creencias e ideales a pesar de las circunstancias adversas. «Antes y después existe el drama. La pintura congela un instante, no la sucesión del tiempo. Quería capturar ese instante de alegría ingenua, de felicidad irreal, casi artificial», señalaba el autor.

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A diferencia de la ausencia de definición espacial de las pinturas de Nadie olvida nada, donde las figuras flotaban abismadas, con La consagración… sus personajes comenzaron a habitar escenarios de teatro cuya construcción arquitectónica, aunque perspectivada, se ve falseada en algunas de sus partes. Al igual que en sus sucesivas pinturas de la serie El mar dulce, los fondos de los escenarios están plegados o partidos por la proliferación de otros espacios. Es en la duplicación de la representación dentro del propio campo representacional y en la suspensión de la narración dramática donde se manifiesta su singular concepción teatral del espacio y del tiempo en pintura. En efecto, a comienzos de la década de 1980, el trabajo plástico de Kuitca se complementó y en algún grado, rivalizó, con su interés por el teatro. El artista incursionó en la actividad teatral junto a Carlos Ianni; escribió y realizó performances y puestas en escena de obras homónimas a sus series pictóricas contemporáneas. Más precisamente, la concepción de la danza de la coreógrafa alemana Pina Bausch actuó como un catalizador de la composición del espacio escénico de sus cuadros.

La consagración… es un ejemplo paradigmático de la confluencia de diferentes experiencias estéticas. Su título no refiere directamente a la obra de Igor Stravinsky sino a través de la novela del mismo nombre de Alejo Carpentier, publicada en 1978. Kuitca había leído con devoción aquella novela del autor cubano en 1980 y había intentado adaptarla para teatro en 1982. Su proyecto inconcluso preveía trabajar el texto en forma de monólogos de la pareja protagonista (Enrique y Vera) y sumar recursos coreográficos tomados de la versión de Le sacre du printemps de Pina Bausch. La célebre obra de Carpentier evocaba la idea de muerte y renacer, sacrificio y renovación de la suite de Stravinsky para construir un alegato contra el racismo, la injusticia social y los regímenes autoritarios, y defender la lucha por un mundo nuevo, fruto del compromiso con la revolución (cubana) y con el arte. En este sentido, su actualización en clave pictórica parece ser sintomática en el año de ejecución del cuadro: 1983, cuando la Argentina se disponía a recuperar la democracia luego de la opresión de la dictadura. De alguna manera, apelaba a la persistencia de los ideales de mártires más cercanos, encarnados en las causas de las colectividades a las que la serie alude. En otras palabras, la pintura de Kuitca adquiere sugestivas resonancias en los albores de esa «primavera política y cultural» impulsada por la recuperación democrática y que apenas logró rozar su consagración. «La alegría momentánea nunca va a compensar las persecuciones y sufrimientos padecidos —sostuvo Fabián Lebenglik acerca de la serie—. Se trata de celebraciones también ingenuas que se llevan a cabo como un pasaje entre la tragedia que quedó atrás y la incertidumbre de lo que vendrá. Y no constituyen, por sí, un acto de justicia».

Asimismo, dos poemas de Jorge Luis Borges inspiraron La consagración…: «El Golem» e «Insomnio». El primero se proyecta en la figura del rabino que emerge de espaldas a la izquierda y que observa desde cierta altura, quizá convertido él mismo en Golem, a su descendencia. Tal vez la duplicación del humanoide pueda verse en las figuras de rodillas que sostienen entre casi invisibles cuerdas la letra «K», monograma del autor. El segundo poema subyace en el aspecto ferroso de los monumentales telones de este cuadro de atmósfera nocturna y en las visiones afiebradas del insomnio que acumula en su inestable apariencia.

De fierro

de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche

para que no la revienten y la desfonden

las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto

dice Borges. Y Kuitca agrega también lo mucho leído y oído en un entramado de referencias estéticas (música, teatro, danza, cine, fotografía, literatura) propio de su lenguaje.

En similar sentido, la obra pone de manifiesto ese anhelo, casi infantil, de totalidad, de abarcar todo lo posible a través de la imagen. «Toda la ingenuidad, todas las formas / Todo lo que no nos debería faltar», dicen los versos de Arturo Carrera —de su poemario Children’s Corner— que formaron parte del prólogo del catálogo de la muestra en la Galería del Retiro de 1984, donde probablemente se exhibió La consagración… por primera vez. La ingenuidad se expresa en la precariedad de las pinceladas que delinean las figuras, en particular las que componen aquella orquesta semejante a las existentes en los campos de concentración. Los protagonistas tocan sus instrumentos, sobreviven, mientras algunos de ellos se hunden en el terreno pictórico, al igual que la figura de mujer del extremo izquierdo, que como tantos otros personajes de Kuitca, ocultan su rostro, e imprimen algo del orden de lo ominoso en su pintura.

En 1983 Kuitca participó en una exposición realizada en el Espacio Giesso, junto a Alfredo Prior, Armando Rearte, Osvaldo Monzo y Rafael Bueno, para la cual «prestó» el título de La consagración de la primavera. El artista, que había estudiado pintura en el taller de Ahuva Szlimowicz durante nueve años —y más brevemente con Víctor Chab— formó parte del grupo de artistas que protagonizaron la década de 1980 y que habían comenzado a desarrollar su lenguaje en la encrucijada de la supervivencia a la represión y la experimentación de la libertad. Era por entonces el más joven de los jóvenes, cuya carrera se había iniciado con una muestra en la galería Lirolay en 1974, con apenas trece años de edad. Cuando realizó La consagración… ya había dado pasos firmes en la consolidación de su singular lenguaje, afinado en coordenadas locales y al mismo tiempo globales, autobiográficas e igualmente universales.

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  • FECHA: 1983
  • ORIGEN: donación, Fundación Antorchas. 1989
  • GÉNERO: transvanguardia, ochentas, literario
  • ESCUELA: Argentina S.XX
  • TÉCNICA: Acrílico
  • OBJETO: Pintura
  • ESTILO: FiguraciónNeoexpresionismo
  • SOPORTE: sobre tela
  • MEDIDAS: 130 x 270 cm.
  • UBICACIÓN: Sala 40 – Arte argentino de los ’80

Fuente: MNBA

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