Literatura

La Maga de Cortázar

Desde la aparición de Rayuela, la obra más reconocida de Julio Cortázar, han surgido dudas sobre quién fue su inspiración para crear el personaje de la Maga

Por Ángela Barraza

16/10/2014

Publicado en

Artes / Cultura / Latinoamérica / Literatura

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Desde la aparición de Rayuela, la obra más reconocida de Julio Cortázar, han surgido dudas sobre quién fue su inspiración para crear el personaje de la Maga. Alejandra Pizarnik, escritora argentina, dijo en una ocasión: “La Maga soy yo”; Cortázar jamás la contradijo, de hecho: miles de mujeres aparecieron asegurando ser las musas del escritor. Y es que la Maga no es cualquier personaje, ésta involucra muchas cosas, Lucía, verdadero nombre de la Maga, simboliza uno de los seres más amados en la historia de la literatura, el amor platónico por excelencia. La realidad de la Maga representaba, y representa, a aquella mujer rebelde quien alumbró y oscureció el París de Cortázar, aquella mujer que llevó a la locura a Horacio Oliveira y hasta a su mismo creador.

Si bien diferentes mujeres aseguraron ser la Maga, la más cercana al personaje, se cree, fue su amiga Alejandra Pizarnik. Ambos se conocieron en el París de Rayuela durante la década de los 70, ese París que inspiró a Cortázar a lograr la obra que rompería los esquemas de la literatura del siglo XX y se convertiría, también, en el estandarte del Boom Latinoamericano. Alejandra se sentía sola y necesitaba un ángel guardián, ese que llegó a ser Julio, quien, incluso, la introdujo al círculo literario de París, además de enseñarle los puentes y los atardeceres parisinos que el argentino plasmó en Rayuela.

La importancia de Alejandra Pizarnik en la vida del escritor fue tan exclusiva que fue ella quien leyó, por primera vez, el manuscrito de la aplaudida novela; lo más probable es que Pizarnik no sabría que la Maga de Rayuela sería, en un futuro, un misterio para diversos eruditos de la literatura.

Tiempo después, Alejandra escribió a Julio “Me dolió tu libro, es tan tuyo, sos tan vos en cada línea (…) Ahora sé (ya lo sabía, pero ahora lo sé de alguien que está vivo, cuya mejilla he besado alguna vez) que todo, o casi todo, puede ser dicho en muy pocas palabras.”

 Lo cierto es que a pesar de la estrecha relación que mantenían, nunca se aseguró nada más que una muy buena amistad y, claro, una pasión por las letras que sólo ellos entendían. Pero lo que ambos escritores tenían no se necesitaba explicar, pues el sentimiento se sentía en las miradas, en la piel y, por supuesto, en la delicada correspondencia que mantuvieron durante mucho tiempo.

Las cartas reflejaban la suave ayuda que Julio ofrecía a su amiga, quien incitaba a luchar contra esas sombras que la perseguían y que le crearon adicciones. A pesar de los intentos de Cortázar por ayudarla, la muerte nunca dejó su mente, ni su poesía, ni las cartas, ni la vida diaria de Pizarnik, actitud que a Julio incomodaba; la palabra ‘suicidio’ se repetía constantemente en los pensamientos de la argentina, insistía en escribir sobre lo bajo que caía, sobre sus pocas ganas de vivir y de su vida sin sentido, aún con el apoyo de Cortázar. Pizarnik llegó varias veces al hospital por intento de suicidio hasta que en una ocasión, por fin, encontró la muerte a través de una sobredosis.

El cronopio ya conocía el temperamento de su amiga, sabía de su manera de abandonarse a toda clase de peligros; incluso, la esposa de éste notaba los problemas de Alejandra. Su muerte lastimó mucho a Cortázar, pues la relación que mantuvo con la escritora fue, probablemente, una de las que marcó su vida.

Es posible que esta amistad pueda compararse con la literatura de Cortázar, pues fue trascendente, musical, erótica, poética pero sobretodo: misteriosa.

 Quizá nunca se obtenga una explicación certera sobre esa relación, tampoco sobre Rayuela, sólo quedan las interminables interpretaciones de críticos literarios y personas cercanas a los escritores, quienes definieron aquella relación de diferentes maneras pero siempre llegando a una conclusión: Alejandra y Julio se encontraron quizá por accidente, aquello que tenían era complejo y único. Al final de todo, los dos vivieron de las palabras y seguramente nunca se sabrá si Pizarnik fue la Maga o no, pero la locura reflejada en Rayuela fue un tanto similar a la vida de ambos escritores, a la duda de la existencia humana y los miedos cotidianos.

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