La poesía de Teillier descansa en principio en la tradición de la representación lárica (poesía del lar, del origen, de la frontera), aunque su obra trasciende el rótulo del arraigo lárico cuyos antecedentes se encuentran en Chile en Efraín Barquero (V.) y Rolando Cárdenas. Sus poemas arrancan del recuerdo ingenuo y la nostalgia con una cierta esperanza de asir el paraíso perdido, el cual paulatinamente se desintegra y se convierte en pura imagen soñada.
El poeta se inició a los 12 años en la escritura, bebiendo las aguas de los libros de aventuras, Panait Istrati, Knut Hamsun, Julio Veme y los cuentos de hadas. Posteriormente se alimenta de los poetas del modernismo hispanoamericano (V.), de Vicente Huidobro y de la tradición universal de Jorge Manrique, Rainer María Rilke y Francois Villon. Se le vincula también con Höderlin y Trakl. Para él, lo importante en la poesía no es lo estético, sino la creación del mito y de un espacio o tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando lo cotidiano. El poeta no debe significar sino ser. Postula un tiempo de arraigo frente a la generación de los años 50, que postulaba el éxodo hacia las ciudades.
Despedida
…el caso no ofrece
ningún adorno para la diadema de las Musas.
Ezra Pound
Me despido de mi mano que pudo mostrar el paso del rayo o la quietud de las piedras bajo las nieves de antaño.
Para que vuelvan a ser bosques y arenas me despido del papel blanco y de la tinta azul de donde surgían ríos perezosos, cerdos en las calles, molinos vacíos.
Me despido de los amigos en quienes más he confiado: los conejos y las polillas, las nubes harapientas del verano, mi sombra que solía hablarme en voz baja.
Me despido de las virtudes y de las gracias del planeta: los fracasados, las cajas de música, los murciélagos que al atardecer se deshojan de los bosques de casas de madera.
Me despido de los amigos silenciosos a los que sólo les importa saber dónde se puede beber algo de vino y para los cuales todos los días no son sino un pretexto para entonar canciones pasadas de moda.
Me despido de una muchacha que sin preguntarme si la amaba o no la amaba camino conmigo y se acostó conmigo cualquiera tarde de esas en que las calles se llenan de humaredas de hojas quemándose en las acequias. Me despido de una muchacha cuya cara suelo ver en sueños iluminada por la triste mirada de linternas de trenes que parten bajo la lluvia.
Me despido de la memoria y me despido de la nostalgia -la sal y el agua de mis días sin objeto-
y me despido de estos poemas: palabras, palabras -un poco de aire movido por los labios- palabras para ocultar quizás lo único verdadero: que respiramos y dejamos de respirar.
De «El árbol de la memoria» 1961
Ella estuvo entre nosotros…
Ella estuvo entre nosotros lo que el sol atrapado por un niño en un espejo. Pero sus manos alejan los malos sueños como las manos de la lluvia las pesadillas de las aldeas.
Sus manos que podían dar de comer a la noche convertida en paloma.
Era bella como encontrar nidos de perdices en los trigales. Bella como el delantal gastado de una madre y las palabras que siempre hemos querido escuchar.
Cierto: estuvo entre nosotros lo que el sol en el espejo con que un niño juega en el tejado. Pero nunca dejaremos de buscar sus huellas en los patios cubiertos por la primera helada.
Sus huellas perdidas tras una puerta herrumbrosa cubierta de azaleas.
De «El árbol de la memoria» 1961
Siempre vuelve un rostro, siempre…
Siempre vuelve un rostro, siempre en el chubasco que cae repentino, en las islas de las nubes.
Silencioso se asoma un obscuro sol en las ventanas. Tu hermana lo retiene un momento entre los dedos y luego las manos vacías recorren muros blancos con sus sombras.
Siempre por el patio asomas a buscar el rostro de alguien. Un chasquido se oye: es un chubasco o un fantasma de un niño que vivió aquí hace tiempo y vuelve a escuchar como la madre lee a su hijo.
Un rayo de sol ha quedado encerrado en el rellano de la escalera el sueño hace señas con su linterna el sueño nos despierta
y la voz de la hermana cruza entre las nubes la hermana que no conocimos.
De «En el mudo corazón del bosque» 1997
Si pudiera regresar
Si pudiera regresar, recobrar la oscuridad que sucedió al griterío de los invitados cuando alguien apagó de un soplo las velas de la torta de cumpleaños. Saber por qué sigo soñando con esa mañana de caza y el ruido del disparo que volteaba las perdices se mezcla al de un puñado de tierra lanzado a un ataúd.
Si pudiera regresar ¿te encontraría más nítida que en mi memoria fiel? La manera de ponerte una cinta en el pelo, el tren donde subíamos, la canción que silbabas cuando preparaste desayuno: «I walk alone». Si pudiera regresar.
De «Poemas del país de nunca jamás» 1963
Un viejo púgil
Revistas color sepia, programas de matches estelares, el par de guantes firmados por el Presidente cuando ganó el Campeonato colgados junto al retrato de la Difunta lo hacen buscar la gloria del Álbum amarillento y mientras hierve el agua en el anafe va recordando la cara del público y sus rivales a quienes el tiempo les ha contado diez.
La tarde cuelga frente a su ventana como una raída y sucia bata de combate, y él vuelve a bailotear en el ring, siente ovaciones en la tarde muerta.
No crean que está solo mientras prepara el café y hace guantes frente al espejo que le muestra su nariz rota y sus orejas de coliflor.
Todas las tardes regresan sus admiradores que en la estación se empujan para llevarlo en hombros a la vuelta de su gira triunfal y lo dejan en la primavera del césped de pez—castilla donde —como le prometió a su madre— sueña que ha esquivado —sin despeinarse— los golpes del olvido.
Cuando en la tarde aparezco en los espejos…
Cuando en la tarde aparezco en los espejos Cuando yo y la tarde queríamos unirnos Tristemente nos despedimos Tristemente nos hablamos en el espejo que disuelve las imágenes Quién soy entonces Quizás por un momento De verdad soy yo que me encuentro
Quién soy yo sino nadie Alguien que quisiera pasarse los días y los días Como un solo domingo Mirando los últimos reflejos del sol en los vidrios Mirando a un anciano que da de comer a las palomas Y a los evangélicos que predican el fin del mundo
Cuando en la tarde no soy nadie Entonces las cosas me reconocen Soy de nuevo pequeño Soy quien debiera ser Y la niebla borra la cara de los relojes en los campanarios.
De «En el mudo corazón del bosque» 1997
El abandono silba llamando a sus amigos…
El abandono silba llamando a sus amigos. La noche y el sueño amarran sus caballos frente a las ventanas. El dueño de casa baja a la bodega a buscar sidra guardada desde el año pasado. Se detiene el reloj de péndulo. Clavos oxidados caen de las tablas. El dueño de casa demora demasiado -quizás se ha quedado dormido entre los toneles-. Una mañana busqué grosellas al fondo del patio. En la tarde este mismo viento luchaba con los pinos a orillas del río. Se detienen los relojes. Oigo pasos de cazadores que quizás han muerto. De pronto no somos sino un puñado de sombras que el viento intenta dispersar.
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