El Club de la Serpiente: Poesía en El Ciudadano

Poesía y Periferia: selección de poemas David Román, José Rodríguez, Alejandra Tapia, Tomás Bazán

Poesía y Periferia es un grupo que contempla a más de una treintena de poetas de diferentes edades y localidades, que en general, han vivido o pasado gran parte de sus vidas habitando las comunas del ala sudoeste de la Región Metropolitana (Maipú, Padre Hurtado, Peñaflor, Isla de Maipo, Talagante, El Monte, etc

Por Ines Hazbun

20/09/2017

Publicado en

Artes / Poesía

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Poesía y Periferia es un grupo que contempla a más de una treintena de poetas de diferentes edades y localidades, que en general, han vivido o pasado gran parte de sus vidas habitando las comunas del ala sudoeste de la Región Metropolitana (Maipú, Padre Hurtado, Peñaflor, Isla de Maipo, Talagante, El Monte, etc.), al margen de la capital, pero viajando constantemente a ésta con motivos de estudio y/o trabajo. Se levantaron hace ya un año, a costa de su tiempo, espacio y autogestión; desde la propia capacidad para organizarse, compartir y crear comunidad, con el amor y el deseo de dignificar y profesionalizar el oficio de la poesía difundiendo e integrando a las comunas periféricas de manera crítica y comprometida.

 

En esta ocasión los dejaremos con textos seleccionados de cuatro poetas:

 

David Román C.
(San Antonio, 1976)

De Valle del Silicio y otros algoritmos (Inédito).


EL CERRO

 

El cerro
el árbol

Vertiente fría

La araña
el zorro

Aldebarán de Tauro

El niño caminando a mi lado, lógicamente crece
pero también se contrae
A veces, tiene casi 10 años
Otras, 3 o 4
Hemos hecho esto desde siempre y lo seguiremos haciendo
“montañas y ríos sin fin”
Al siguiente paso tendrá 20
y será lógico
que yo me contraiga

No hay problema
mientras se pueda subir

subimos


COMALA

 

Melquíades trajo los nuevos T800.
Microsoft Little Ice  lanzó Sonetos.
Los muertos      se alegraron.

En Valle del encanto VII      desde pasajes vacíos
la rabia de los canutos seguía mezclándose con reguetón.
Pero ya nadie disfrutaba

la sociedad del aspiracional picao a choro      había llegado a su fin.
Ninguno se bajaría del auto a putear un drone.
Las máquinas nos conocían bien
solo se daban la paja de cazar
a los pronósticos rebeldes.
Eran pocos.

Para los demás                 bastó que cerraran los supermercados.
Fuimos muriendo de inanición dentro de casas ladrillo princesa.

Algunas I. A. patrullaban de vez en cuando.
Como aburridas, pasaban sus scáners
por las caravanas de hambrientos.
Viajábamos a Spoon River
buscando un mejor futuro.

El padre Rentería confesaba a los T800.
Se quejaban de su cuerpo
solo querían trascender a la red.

Pero les quedaba más pega.
Todavía no bajaban                        a los ricos en órbita.
En sus mansiones espaciales       ellos tampoco pudieron hacer mucho.
Skynet sopló de nuevo.
Desde abajo
vimos caer por Escorpio
estrellas fugaces
y aplaudimos.

El mundo se llamó

Comala.


José Rodríguez
(San Miguel, 1982)

De variable externa (Inédito).

cuando ya todo
paralelo mundo de gatos
yazca aplastado por nichos apilados
probablemente no solo paguemos por circular y estacionar
sino también por descender hasta su primer piso
algún día llamado tierra

 

 

aparentemente causas naturales

saludos y despedidas preocupadas

aparentemente fieles y felices
exitosos
libres
de grandes miembros o virginales

aparentemente de ascendencia extranjera
(o habrían nacido allá)

en caso de ser autóctonos, marginales o alternativos
se venderían a otro mercado
folklórico al parecer, libre de lobby
(y de-efecto san mateo)

si no es el desarrollo, la revolución

siempre un gran recogimiento por las causas sociales

aparentemente
se habría hecho todo lo posible

son cosas de la vida

agudos
amistosos
aparentemente saben mucho
demasiado como para demostrarlo
solo la memorización de palabras clave
da muestra aparente de aquello

bibliografías
títulos
uniformes
contactos
acentos
looks

todo
aparentemente necesario

 

 

córtala con la selva de cemento
con el cosmos
con el caos
con el zen y el tao
córtala con los fractales
con los robots
con lo marginal
los zapatos y lo cotidiano
córtala con las minorías
con el borde
con el sexo
(no.. con el sexo no)
córtala con los gatos
con los chinos
con el i-ching y el tarot
córtala con lo posmo y la revolución
córtala con lo autóctono
con escribir pabajo
con lo indescifrable
córtala
córtala con el calentamiento
ya no aguanto mis artísticos lamentos

 

 

y así, el hombre clase media arrancó de su polera la talla q le irritaba el cuello; caminó entre etiquetas de roto y burgués, carente de propagandas autóctonas, marginales y alternativas, q le abrieran las puertas del merecimiento;y libre de adornos arribistas, se reconoció gorrión, caracol, ortiga, matorral entre universos, ermitaño sin patria; consecuente, pero inmóvil andariego

 

 

n̶o̶̶i̶n̶d̶e̶f̶i̶n̶i̶r̶ ̶n̶i̶ ̶e̶n̶c̶a̶s̶i̶l̶l̶a̶r̶

 

prefiero las conversaciones no-sociales, escritas

aunque cada vez lo hago menos

 

se me olvidan palabras

tal vez por eso las elijo

 

tampoco soy bueno en síntesis improvisada

lo intento tallando el viento

 

de ahí q cueste tanto terminar ideas a voz

la impaciencia da golpes de estado

(aunque escojo el debate al monologo

—no por “ganar”

sino por método exploratorio—)

 

por ello

mejor escribir

o se vuelve solo cortejo

mero anhelo político

completamente reemplazable

por lenguaje físico u onomatopéyico

 

y ya todos sabemos

q ni el “¿cómo estás?” es pregunta

ni el “bien y tú” respuesta

 

en ese caso

mejor los ojos

las manos

los pies

el codo

olfatearse las colas

o con algo de suerte
el gusto

 

pero para las ideas

roca y cincel

borrándose mutuamente

ensayo y error eternos

 

 

s6is datos curiosos:

  1. los médicos no son semidioses
    2. la esclavitud nace para forzar el trabajo no deseado
    3. la automatización nace para reemplazar a los seres vivos en el trabajo no deseado
    4. el profesor no tiene la cabeza en enseñar
    7. como el “doctor” no sale de su casa para sanar
    7. en la calle, un solo estacionamiento concesionado, gana más q el sueldo mínimo

Alejandra Tapia
(Talagante, 1983)

De Del hombre y sus bestias (Inédito).

PARTO

 

Cuando cumplí treinta años, volví a nacer de un parto enajenado. Mi cabeza ovalada volvió a encajar en la gran vagina universal, y la fuerza del viento otra vez me expulsó como gusano sobre la tierra húmeda y podrida. Mi mamá estaba allí, llorando como si presenciara un funeral, y recibió mi cuerpo herido, mi cuello estrangulado por una infancia rota que ella ignoraba y que yo había olvidado…

Mi tío me esperaba cada día fuera del cuarto, con el ceño fruncido y ese olor a amoníaco desbordándolepor los poros. Sus manos presionaban mis hombros y fregaban su pacto escondido contra mi espalda de escuincla. Yo sentía el falo duro y tenebroso intentando solo rozarme en una dimensión donde nadie parecía ver nada: mi tía lavaba los platos, que estaban muy sucios, y los primos jugaban en las zarzamoras a las adivinanzas.

Yo siempre escapaba y seguía jugando en ese lugar imaginario, donde vivían mis personajes de cuentos y mis lápices; pero, cuando tenía que pasar por el cuarto, aunque corriera de prisa, muchas veces el tío me alcanzaba. Me presionaba los hombros. Yo tironeaba para zafarme. Huía y olvidaba.

Cuando cumplí treinta años, la madre tierra volvió a parirme, con el cuerpo lastimado; y las cuerdas rotas para que, de una vez, gritara. Llovía sangre, ardía el fuego en el ritual del parto. Mamá estuvo presente, con sus manos obreras y elcorazón también fracturado por su propia infancia. Nunca supo que estuvo allí, que pujó muy fuerte para que yo renaciera, esta vez con las heridas cosidas, y las cicatrices al viento para que respiraran. Mamá no lo recuerda; a veces yo tampoco.


EL HALCÓN

 

En su humilde habitación, doña Rosa Atabales tenía un pequeño altar. Lo conformaban una vela derretida, un par de flores secas, un rosario de madera y una foto vieja de Felipe Camiroaga en su caballo. Cada día, cerca de las ocho (hora en que habría muerto el Halcón), doña Rosa prendía la vela y rezaba un par de cánticos católicos. Le pedía por sus hijos, por su marido muerto y por el alma de tanto pecador perdido en el mundo. Se tomaba la sopa viendo el noticiario, y se iba a acostar antes de que la venciera el sueño. Tapada hasta la cabeza, con los ojos bien cerrados, fingía que dormía frente a su Dios misericordioso y, en absoluto silencio, se acariciaba las partes hasta encontrar el ansiado delirio. La historia con su viejo no era suficiente para alcanzar el cielo, así que llamaba a Felipe para que, con su santidad desbordante, la besara intensamente bajo las cobijas apolilladasy, en medio de su letargo, le regalara un hito, una leyenda. Cuando doña Rosa abría los ojos, con las mejillas asorochadas y el corazón latiendo fuerte, rezaba fervientemente un ave maría, prometiéndole a su santísima virgen ir por la mañana a la iglesia.


MUCHACHITOS

 

Las duras heladas del centro las sobrellevan con una bolsa de tolueno y un coito efímero. El aliento ácido de los muchachitos de la calle me eriza los pelos. Me excita. Es su olor a colchón sucio, con resto de fecas, de secreción púber, lo que me vuelve loco.

Me despojo del traje, la corbata y los llamo. Merodean por la plaza de armas con sus cuerpos debiluchos y sus cabezas sin rostro. Se esconden tras los árboles humosos o los edificios fiscales, no sé para qué… si son invisibles para todos.

Los muchachitos caminan sin destino y, a veces, tropiezan entre ellos buscando quien les déunas monedas. Pero a mí no me gustan todos. Yo prefiero a los más pequeños, esos que aún no tienen pelos, que son rosados como los cerdos, y que te lo chupan hasta el fondo.

Lo hacen con un ritmo mecánico, como si hubieran nacido para ello. Aunque no les guste, yo lo sé. Eso más me calienta. Cuando termino, me aprietan con fuerza, como si les quemara por dentro. Porque los muchachitos no escupen; se tragan la ira, la pena, la vergüenza, y deambulan como fantasmas, sin tiempo y sin memoria.


Tomás Bazán
(Rancagua, 1994)

De La voz de mis otros (Inédito).

QUEMÁNDOSE A LO BONZO

 

Parecieron no aprender
de aquella horrible escena:
los leones que devoraron
a los perseguidos de la Cruz,
parieron la fiera estirpe que,
desmemoriada de sus ancestros,
traiciona su dolor en nombre
de la desangrada-sagrada santa imagen.
Pusieron a otros la fe
en contra de su propia vida.

Hay muchos expectantes
por la noticia de mi acto.

Mi interior es caos:
la injusticia me es real
e imploro reflexión:
el tirano de la Cruz
nos arrebata la fe que es nuestra,
fragmentándonos la historia,
el linaje, nuestra vida.

Un hermano ha puesto la almohada sobre el suelo
y mi cuerpo obedece al momento,
adoptando la postura
que me acompañó por tanto tiempo.
El tumulto nervioso es el reflejo
de mi inquietud propia:
una interna ruptura
—la determinación no está todavía.

En mi mente, llena de ruidosas nubes
cae de pronto un haz de silencio
que me inunda y siento
que por fin puedo ser.

Vierten el líquido hostil
sobre el cuerpo y esta investidura
de un claro color fuego.
Ya no existe en mí el rencor
y la indecisión es algo ajeno.
Las purpúreas murallas
que construyeron mis miedos
se remecen de mi quietud.

Las voces alrededor enmudecen.
El resplandor cae de mi mano;
se extiende, ígneo, el espacio que
ocupé en esta vida;
mi mente ha dejado al cuerpo,
el dolor no despierta al instinto.

En el tiempo de mi ascenso,
veo a un monje
que, afligido,
está postrándose ante lo que va quedando del cuerpo.
Hermano:
de mi hacer fueron ausentes
el rencor y el escape;
la potencia de mi voluntad
dejará mi corazón intacto,
será testimonio de mi perdón,
y del amor-madre su máximo:
la compasión.

Que la inmolación sea un mensaje
para el inconsciente predador:
su trinidad muerte-hambruna-miedo
no tiene carácter de eternidad.


RUIDO

 

Una mente meditativa es silenciosa. No es este el silencio el cual el pensamiento puede concebir; no es el silencio de una tarde calmada; es el silencio en el cual el pensamiento —con todas sus imágenes, palabras y percepciones— ha cesado.

                                                                                    J. Krishnamurti

 

Su vida misma se convirtió
en ese instante de desespero.

La noche helada,
la ruidosa alegría del tumulto,
los autos en las calles de un día cualquiera,
le hacen señas por
compartir el goce dentro de su todo.

Nuevas sensaciones
propáganse por su cuerpo.
Explota una bomba de ruido:
un niño-animal se desata
gritando sin ley;
naíf, loco en vez de cuerdo
—sano, libre y sincero.

Los perros se turnan
por custodiar su grupo,
y las calles
abren escenarios distintos:
todo bulla, luces y euforia.

En catarsis amatoria,
no tiene excusas
para hacer cuanto hace;

empero, su mente
lo arrastra, con sigilo, a su
oquedad insípida y enmudecida.
El ruido ya no está
y el frío dejó de hostigarlo;
el escenario es repetitivo
y el silencio se ha hecho insoportable.

Ya no hay escape:
arrinconado frente a él mismo,
una voz que no es voz
le revienta los tímpanos.

Siempre soñó su libertad.

Las calles por donde desolado huye,
son los pasillos de un mundo
dentro de él:
un abismo construido
—sin deseo—por veinte años.
Todo cuanto anuló y guardó
no le para de gritar.

El descanso está en el alba.
No podrá olvidar.


ENCUENTRO DEL ÁRBOL Y EL PÁJARO

 

            En la entrada:
suelo de cenizas,
troncos ennegrecidos.
Brotes, tiernos en verdor,
crecen a pesar del tiempo,
sin máculas por rencor.
Adentro, todo es más espeso;
solo se respira fuerza:
es lo vivo con lo muerto.
Me quedo en silencio,
por no cortar la charla
que silba en la espesura.

Brazos de árbol, piel de hierba,
voz de aire, ojos de pájaro:
siempre supo que estaba aquí
—me siento el invasor.
Receloso de mi ego,
me interrogo:
¿por qué me hice volver aquí,
si me desterré hace tantos siglos?

Vagando en mis pensamientos,
veo colgar los más antiguos recuerdos
de un árbol:
respuestas para una mente
que ya no respira,
para un cuerpo que solo
se llena de inviernos.

Del asombro, me incorporo;
pero mis piernas son raíces
que escuchan a mis hermanos.
De mi pecho, me alzo en tronco
con mi rostro —en él— impreso.
De mis brazos brotan ramas:
una densa fronda crece en ellas.
Mis cien piernas bajo tierra
evocan un recuerdo:
ella siempre ha contemplado
nuestro crecimiento.

Pequeños cuerpos,
salidos de las cenizas,
me susurran su eco eterno:
la paz es la real lucha
y la entrega es nuestro ser.

Mi sangre, hecha por fin savia,
emana de mis ojos secos.
Nunca odiado,
pero sí protegido, contenido y educado.

Madre,
nos permitiste tirar de tus cabellos
—maltratar la belleza que llamamos Tierra—,
dejándonos jugar a ser quienes creemos.
Tus inasibles ojos de océano
brillan al vernos tan bebés,
aprendiendo de nuestros lamentos
cuando no sabemos qué hacer,
queriendo abrazar nuestros llantos
y sonreír a nuestros aciertos.

Un pájaro se posó en mi follaje:
hojas viejas marchitas.
Sus plumas, incendiadas,
me prendieron fuego
hasta la última raíz pútrida.
Solo quedó la lágrima de un fruto.
Sin más diálogo que el de sus alas,
lo tomó entre sus garrasy emprendió el vuelo.

 

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