Comentario de concierto

Tutti frutti social: Lollapalooza 2017

La primera vez que quise ir al Lollapalooza fue en el 2011, con Cypress Hill y los Yeah Yeah Yeahs en la parrilla

Por Carlos Montes

02/04/2017

Publicado en

Artes / Música

0 0


La primera vez que quise ir al Lollapalooza fue en el 2011, con Cypress Hill y los Yeah Yeah Yeahs en la parrilla. Ese año pensé en todas las maneras posibles para escuchar tequila sunrise en vivo y bailar durante todo el fin de semana con el resto de bandas maravillosas que posiblemente nunca más tocarían en Chile. No resultó: estaba estudiando en Temuco y aunque ahorré desde que me enteré del evento y recibí uno que otro aporte, el costo para alguien de provincia y con presupuesto universitario era y es realmente una exageración. Así pasó hasta ayer, cuando después de siete lollapaloozas en el Parque O’higgins fui y estuve todo el sábado escuchando las tremendas bandas que trajo, con el sonido más potente y la calidad musical más clarita que existe. Y es que no se trata de ser hater y ridiculizar a las chiquillas que con flores en la cabeza y fluorescentes pintas van a escuchar la música que según otros “no les corresponde” tampoco criticar a los demás convocados, porque en realidad el motivo de burlas no debería ir hacia la gente que va, que por cierto sí es una cantidad importante de zorrones y zorronas –no sé si se les dice así-, pero ¿dónde no pillárselos (as)? O más que eso, ¿cómo no encontrárselos (as) en un panorama dirigido específicamente para ellos y ellas?, porque el Lolla es eso: un evento focalizado para aquellos que no les afecta desembolsar esa cantidad de dinero en un fin de semana y por supuesto también -casi en letras chiquititas- para los verdaderos fanáticos, esos que no podemos definir porque están loquitos por la música y aunque odien y hagan actos políticos en contra de la mijitineidad, van y como ayer, terminan saltando y sudando entre los demás amantes de Weichafe, Rancid o Metallica.

Lo que pasó este sábado –entre electrónica, pop, indie, rock, cumbia y metal- fue precisamente la aglomeración de todo ese público que con el vaso reciclable, las pulseras brillantes y el folletito con los horarios se movieron por los espacios atentos a no perderse sus bandas añoradas.

Por mi mala costumbre de llegar tarde, para mi todo empezó cuando Weichafe y sus guitarras se subieron con una pujante puesta en escena, sonidos intensos y super rockeros, todo siempre bien dramatizado por Pierattini y su show. Lo bonito: su lienzo pro aborto que nunca está demás en espacios así.

Cerca de las tres y media escuchaba de lejos a Lucybell con toda su fanaticada coreando Milagro y del otro lado se veían mantas y mantas de picnics hechos con la propuesta alimenticia que ofrecían: hamburguesas, empanadas, snacks, sandwiches peruanos y papas fritas. Sin hambre y con tiempo aún, decidí pasear por los stands que quedan de camino a Bomba Estéreo. El primero y decreto el más ondero, fue el de Samsung, ese de dos pisos ubicado privilegiadamente a metros del escenario principal. La experiencia que ofrecían era la raja: realidad virtual en 4D con parlantes y simuladores de velocidades múltiples, el de la montaña rusa además medía las pulsaciones durante los 360° que prometían. El Samsung Palooza fue la primicia para todos, algunos se caían en skate o hacían descenso en bicicleta, cargando las baterías de los equipos mientras pedaleaban. Todo muy tecnológico e innovador.

Después de la cumbia psicodélica y los frenéticos bailes caribeños de Bomba Estéreo fui rápido a comer algo, tomar agua y continuar con los esperadísimos Rancid y acá hago una pausa profunda. La venida de estos californianos marcó en muchos de los que estábamos un ajuste de cuentas, una exquisita sensación de logrado después de escuchar esos riffs punketas noventeros que acompañaban nuestras andanzas, ver ese logo que decoraba en parches las mochilas sucias y sobre todo saltar y cantar al más puro estilo de Ruby Soho, Old Friend o la adorada Time Bomb, que por cierto desataron un mosh aclamado y aleonado por el mismo Lars Frederiksen.

Después de dar unas vueltas me dispuse a quemar lo último e instalarme casi en la misma esquina del VTR Stage para ver el plato fuerte del día: Metallica. Los ánimos estaban intactos, todos con ganas de gritar los temas o alzar el puño junto a James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammett y Robert Trujillo, que se veían como recién salidos de un baño de agua de rosas.

La diversidad del festival es lo que más aplaudo, independiente de mi juicio frente a sus características elitistas y la frivolidad con la que me encontré, en algún minuto me vi en un concierto de Metallica, escuchando temas que resonaban en mi cabeza desde niña, porque aunque tenga tres canciones descargadas y no esté en absoluto a la altura de un fan, sí me emocioné cuando sonó Enter Sandman antes de esos fuegos artificiales. El perfecto cierre de esta primera experiencia.

 

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones