#P/ARTExTODO

Baja a la tierra: el cuerpo femenino penetrado y potente

Recuperamos la obra Siluetas, de Ana Mendieta. Allí, el cuerpo se transforma en material de arte que fluye con la tierra y vuelve a ella.

Por Lucio V. Pinedo

22/10/2015

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La Curadora de Arte Magdalena Verdejo escribió sobre la obra de Ana Mendieta. Con este primer texto, damos inicio a la sección #P/ARTExTODO, en la que nos proponemos indagar en la identidad latinoamericana, a partir del arte visual.

En esta dirección, la provocadora Ana Mendieta lanza la primera piedra: el cuerpo, receptáculo y límite de la entidad subjetiva. Y, concretamente, el cuerpo femenino, dador de vida y objeto de muerte, penetrado por la temporalidad, los deseos y los miedos, propios y ajenos.

Siluetas es una serie de 1973. Que encuentren las resonancias en el presente quienes estén preparados.

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Gráfica: Virginia Torres Schenkel


Fundirse con la tierra

La obra de Ana Mendieta (1948-1985) está marcada por las condiciones políticas-sociales que atravesó la artista. Ella y su hermana fueron desprendidas de forma brutal, en 1961, de su Cuba natal, cuando fueron victimas de la Operación Peter Pan. Esta acción fue una medida de fuerza tomada por el Gobierno de los Estados Unidos y la Iglesia Católica, como rechazo a la gestión castrista en términos religiosos. Por eso, sacaron de Cuba entre 14.000 y 25.000 niños que fueron enviados a los Estados Unidos, sin sus padres ni parientes, bajo la tutela de diversas organizaciones cristianas. Así, Ana terminó viviendo en Iowa, donde comenzó su formación artística.

Desde entonces, la artista se sintió atraída por la imagen de la mujer, que, para ella, es el sujeto pasivo de la violencia, el erotismo y la muerte, y, a la vez, es el instrumento y el material para la producción de arte. De acuerdo con esta premisa, ella misma se convirtió en eje de sus performances. El cuerpo femenino, víctima del crimen y la violación, pero también, depositario de lo sagrado.

Ana dice sobre su producción: «Mi arte se basa en la creencia de una energía universal que corre a través de todas las cosas […]. Mis obras son las venas de la irrigación de ese fluido universal. A través de ellas, asciende la savia ancestral, las creencias originales, la acumulación primordial, los pensamientos inconscientes que animan el mundo. No existe un pasado original que se deba redimir: existe el vacío, la orfandad, la tierra sin bautizo de los inicios, el tiempo que nos observa desde el interior de la tierra. Existe por encima de todo, la búsqueda del origen». Ella y su arte eran una sola pieza.

En 1971, Ana realiza una serie de performances que tituló Siluetas. Entonces trasladó su ámbito de trabajo a la naturaleza y se eliminó ella misma como objeto material de su arte. En estas obras, aparece el interés por la huella que deja ese cuerpo en relación con los cuatro elementos básicos de la existencia orgánica: la tierra, el fuego, el aire y el agua.

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Siluetas (1973)

Asimismo, mediante las Siluetas, la artista juega con la dialéctica presencia-ausencia. La pisada, los contornos de un cuerpo realizados con ceniza, velas, flores, nieve o tierra aluden constantemente a las relaciones entre la muerte y la resurrección. Se trata de un retorno a la tierra, de metáforas que explican el regreso al útero (¿la madre que se quedó en Cuba?), de un enterrarse en la tumba (¿la muerte?), de la regeneración de la vida (la silueta del cuerpo dibujada con flores), y en definitiva, de la libertad.

Elegimos la obra Yagul (Image from Yagul) de 1973, que pertenece a la serie mencionada. En ella, encontramos a la artista en una tumba azteca, recostada sobre la tierra, desnuda como la tierra misma, y mimetizada a esta, convertidos ambos componentes en una sola materia, desde la cual, florece, literalmente, la vida. Ana, floreciendo, recoge, en su estructura física, las creencias de los antiguos mexicanos, para quienes, según nos dice Octavio Paz: «la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolonga en la muerte. Y a la inversa. La muerte se manifiesta como fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección como estadios de un proceso cósmico, que se repite insaciablemente».

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Yagul (Image from Yagul), de 1973

En definitiva, Ana Mendieta dialoga con la naturaleza, entra en comunión con ella y se acerca, no solo a nuestro vínculo más estrecho con las culturas que dieron origen a la civilización latinoamericana, sino que, en este acto ritual, se acerca, cada vez más, a las raíces del mundo.

Escribió: Magdalena Verdejo

Contacto: [email protected]

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