El caso de María Eliana Gatica

Quebrar la barrera de la violencia de género

Testimonio de un profundo silencio de casi 30 años y del paso dado para romperlo.

Por Meritxell Freixas

08/08/2016

Publicado en

Chile / Género / Portada

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La de María Eliana Gatica es una historia de valentía, fuerza y supervivencia. De esos relatos a los que es tan y tan necesario dar voz porque han vivido en silencio por años, décadas incluso. Una mudez que un día se rompe y, desde entonces, se deviene un intenso proceso de cambio, transformación y superación personal. El “click” que provoca el decidir empezar a caminar de nuevo y empoderarse hasta el punto que hoy es graduada en Orientación en Relaciones Humanas y Familia por el Instituto Carlos Casanueva y espera poder trabajar con mujeres que se encuentran en situaciones similares a las que ella superó.

María Eliana sabe que es sufrir violencia física, psicológica, sexual y económica, y describe la experiencia con una serenidad y fortaleza que asombra.

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Conoció a su ex marido a los 14, inmersa en un contexto familiar “de muchas carencias, sobretodo afectivas”, algo que -sin duda- influiría en el hecho de quedar totalmente atrapada por el joven que se interesó por ella. “Desde el principio hubo violencia –relata-: “Si él iba a verme a la casa y yo no estaba, se enojaba; no le gustaba que usara shorts ni que me pintara; me sacaba la pintura de la boca, refregándome la mano”.

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Pero la peor parte de la historia vino una vez celebrado el matrimonio, a los 17, y con una mochila profundamente dolorosa: tres abortos espontáneos y uno provocado. La convivencia con su ex pareja duró 28 años y le entregó tres hijos. En este período “él siempre tuvo el mando de todo, pauteaba mi vida. Yo no tenía un círculo de amistades, nunca hubo una fiesta, nunca nada sola porque ni siquiera tenía alguien para hacerlo. No cabía la posibilidad de tener un espacio mío. Esa casa de Pudahuel era mi mundo y yo funcionaba para ese hombre”, explica.

El primer abrir de ojos

La “inconsciencia” de lo que le sucedía y esa inercia vertiginosa duró hasta que la joven empezó a participar en las charlas de catecismo y tuvo que hablar de su familia. “Allí alguien me muestra que lo que yo estaba viviendo era maltrato”, dice con contundencia. Un primer abrir de ojos que se intensificó cuando la invitaron a participar de unos talleres de violencia intrafamiliar: “Ahí fue el primer click”, asegura. “Me apunté a escondidas y empecé a asistir. Él no sabía que yo salía y eso me provocaba mucho miedo. Cuando llegaba temprano a la casa los hijos le mentían y le decían que estaba en casa de la vecina”, recuerda.

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Los aprendizajes del taller le costaron a María Eliana una golpiza que tuvo el coraje de denunciar. Esto le permitió blindarse gracias una orden de arresto que tenía que entregar en caso de sentir que había riesgo de repetir un episodio de violencia física: “Siempre andaba trayendo el papel conmigo y se lo di un día que me estaba obligando a salir y yo no quería. Le cambió el rostro cuando se lo mostré. Si me tocaba , se iba preso. Ahí empezó una especie de guerra fría que fue horrible”, describe.

Una batalla en que su ex marido jugó todas sus cartas para evitar que su esposa siguiera participando de los talleres. Se enfermaba para obligarla a cuidarlo y evitar así que saliera, la chantajeaba sin darle plata o la amenazaba con irse de la casa y dejarla sin nada: “Si yo iba a las reuniones o no quería tener sexo con él, simplemente no me dejaba dinero. Así me castigaba. Yo mantenía relaciones con él para evitar que el resto del día fuera horrible y que los hijos sufrieran, porque ahí no les dejaba ni hablar”, cuenta María Eliana, que  en aquel entonces trabajaba en la casa y su única fuente de ingresos procedía del trabajo de su exmarido.

Fue precisamente la desesperación de pensar que podía quedar sin nada lo que la empujó a buscar dinero de otra forma a escondidas: “Trabajaba a escondidas lavando la ropa a la vecina del frente, o ayudaba a la señora de la feria a armar su puesto y así cuando no me dejaba plata sacaba estos recursos para hacer almuerzo”, confiesa.

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La culpa –tanto la que ella asumió como la que él le provocó-, el desgaste psicológico, la responsabilidad con los hijos. Fueron varios los factores que llevaron a María Eliana a tomar la decisión de abandonar los talleres. Un episodio de resignación y de victoria del machismo, pero no por goleada: “Decidí no seguir y dedicarme a la casa, pero salir a trabajar, aunque al principio fue muy difícil porque esto suponía desafiarlo más. Y aunque sabía que salía, me las ingeniaba para que él me encontrara siempre en la casa, con todo ordenado. Así aguanté harto”, explica.

El paso definitivo

Las cosas empezaron a cambiar cuando María Eliana decidió terminar sus estudios medios y sacarse la carrera de Orientación en Relaciones Humanas y Familia. Tenía 45 años, pero ni eso ni la dificultad de hacer frente al pago del instituto no la echaron para atrás.

Paradójicamente su decisión no supuso ningún problema en la casa. No porque de repente a su exmarido le pareciera una buena idea que ella empezara a construir su vida y sus propios espacios, sino porque coincidió con que inició una relación con una amante y eso lo liberaba: “Mis estudios le daban más tiempo para seguir con su relación, y él no estaba tan encima mío”.

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“Usted va a tener que tomar una decisión porque qué va a hacer cuando venga una mujer a contarle que tiene problemas de violencia, si usted está en la misma parada que ella? ¿Cómo lo enfrentará? En esta carrera tenemos que ser muy congruentes y consecuentes. No parecerlo, sino que serlo.” Esa pregunta que su jefa de carrera le formuló se convirtió en el empujón definitivo que, tras todo el sufrimiento y la consciencia que entonces María Eliana ya había acumulado, la convenció para tomar la decisión: “Una vez me fui de la casa, ya nunca más volví”, concluye.

Romper el silencio

“La vida me cambió 360 grados. ¡Yo fui tan sumisa! No era capaz de tomar ninguna decisión, en cambio ahora soy dueña de mi vida, de mis decisiones”, sentencia María Eliana. Lo dice convencida y segura porque, a pesar de todo, la suya es una historia con final feliz.

Su proceso haya sido lento, “me demoré en tomar la decisión de verdad” –admite–. “Cuando una vive violencia de muy chica, el trabajo que hay que hacer después es mucho porque hay que empezar a reparar desde el cimiento, desde lo más abajo. Tienes que reconstruirte totalmente y sobrevivir”, afirma. Pero más allá de las dificultades para salir de esta situación, su otro mayor logro es que ha sido capaz de romper el silencio y hacer de su vivencia una herramienta que active ese “click” que ella misma hizo un día, en otras mujeres que se encuentran en situaciones parecidas.

“No era capaz de ver lo valiosa que era, porque él me anuló. Eso le pasa a muchas mujeres”, asegura. Por eso ha decidido compartir su historia en el libro Tu no estás sola, una compilación de ocho relatos editado por la Agrupación de Mujeres Renacer de Lo Prado.

Si le preguntan por lo más valioso que tiene hoy, responde sin pensarlo y con una seguridad admirable “tener en mis manos el timón de mi vida”.

Meritxell Freixas

@MeritxellFr

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