América Latina. Un continente en juego

Por Geraldina Colotti

Por Pedro Guzmán

07/07/2020

Publicado en

Columnas

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Para comprender la importancia de lo que está en juego en el continente latinoamericano, hoy es suficiente leer las páginas que el libro de John Bolton dedica a la Venezuela bolivariana. El ex asesor de seguridad de Estados Unidos, un viejo halcón en política, despedido hace 9 meses por Donald Trump, de hecho decidió sacar a relucis los trapos sucios de la administración norteamericana.

Los rasgos de personalidad del magnate de la Casa Blanca se aclaran aún más: inepto, corrupto y humoral hasta lo imposible. Vergonzoso e incontrolable incluso para su propio círculo, hasta el punto de haber alcanzado el récord de reemplazos entre sus halcones más fieles. Trump considera «genial» una invasión de Venezuela, que por él es parte de Estados Unidos: como una especie de protectorado.

Incluso aquellos que disfrutan desacreditar las declaraciones del presidente venezolano, Nicolás Maduro, podrán ahora entender la magnitud de los ataques del imperialismo y de sus títeres de la extrema derecha venezolana. Hablando de títeres, de hecho, Trump parece haberse dado cuenta de que ha apostado por enésima vez a un burro cojo. Y compara a Juan Guaidó, el autoproclamado «presidente interino» de un gobierno virtual puesto en marcha por el propio Trump, con un político demócrata que se ha desinflado gradualmente en el camino, después de un impulso inicial, en la política de Estados Unidos.

 Por otro lado, considera a Maduro un «fuerte», «inteligente» y difícil de derribar. Después que los medios publicaron algunas partes del libro, Trump digo que podría encontrar a Maduro, el hombre en cuya cabeza llegó incluso a poner una recompensa de $ 15 millones, llamándolo «narcotraficante». Inmediatamente, sin embargo, sea los demócratas con el candidato Joe Biden, sea, obviamente, las mafias de Miami, lideradas por Marco Rubio, reaccionaron abiertamente en contra.

Entonces, está claro, una vez más, que, como explica el editorial de la revista Cumpanis, incluso en el caso de que Trump no sea reelegido, la línea de política exterior con respecto al socialismo bolivariano no sufrirá cambios positivos, sino solo unas pocas lacas. Por otro lado, fue el demócrata Obama quien impuso sanciones a Venezuela, incluso considerandola «una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de los Estados Unidos».

En cuanto a los ataques contra Cuba, el proyecto de ley presentado por Rubio y otros gusanos, por su parte llega a afirmar que el gobierno norteamericano tiene que conocer los nombres de los estados que recurren a las misiones médicas cubanas, para «sancionarlos» como … traficantes de seres humanos. ¿Porque? Porque, según los ultra derechistas de Miami, donde un día de hospitalización cuesta alrededor de $ 3.500, el dinero que el gobierno cubano retiene para convertirlos en servicios gratuitos para la población sería un abuso insoportable cometido contra los médicos, a pesar que fueron formados de forma gratuita y a expensas del estado.

Delirios que, desafortunadamente, ya han entrado en el sentido común, dado que los países latinoamericanos que han vuelto a la derecha expulsaron apresuradamente a los médicos cubanos, dejando áreas enteras sin asistencia medica porque, como sucede en Venezuela, los médicos de las escuelas burguesas no quieren ir en los barrios pobres. Una ofensiva de alcance internacional, destinada a borrar por la fuerza el poderoso mensaje difundido por Cuba en esta pandemia, precisamente con el envío de misiones médicas que llegaron a combatir eficazmente el coronavirus también en los países capitalistas.

Mientras tanto, se están llevando a cabo operaciones reales de piratería internacional contra Venezuela, con la complicidad de los bancos europeos, que retienen ilegalmente el oro depositado por el Banco Nacional de Venezuela. En el caso de Portugal, entonces, el asunto resulta aún más grotesco porque Chávez depositó oro en los bancos portugueses para ayudar al país en crisis.

Y ahora, como estos países europeos han reconocido el autoproclamado, una disputa «legal» absurda está en marcha para permitir que Guaidó se robe los recursos del pueblo venezolano y luego los entregue a sus padrinos norteamericanos. En estos días, esta disputa se lleva a cabo en los tribunales ingleses, a pesar de que el gobierno bolivariano ha pedido reiteradamente que, al menos, el oro se venda y se entregue al PNUD para que pueda convertirse en ayuda médica contra el covid-19. El oro había sido entragado a los bancos ingleses como garantía de un préstamo, que ya el gobierno bolivariano ha pagado, pero nunca ha sido devuelto.

En su libro, Bolton muestra cómo se discutió esta estrategia de robo en Washington y cómo Gran Bretaña se puso a disposición para la maniobra. Un rol activo en estas operaciones lo tuvo la empresaria Vanessa Neumann, nombrada como “embajadora” de Guaidó en Londres y que tiene nacionalidad norteamericana.

El pulpo hegemónico accionado por el gendarme norteamericano cuenta con sólidas alianzas consolidadas que, en el entrelazamiento a veces conflictivo pero generalizado de la globalización capitalista, están garantizadas por las estructuras económico-financieras que apoyan el complejo militar-industrial en los diversos países.

Dado que Venezuela también se utiliza como una cuestión de política interna de los diversos países, la camarilla proatlantista y pro israelí acciona también en Italia. Lo vimos con la primicia falsa del presunto maletín de 3,5 mil millones de dólares que Chávez habría entregado al Movimiento 5 Estrellas, definido incluso «un partido anticapitalista». Así la eurodiputada Emma Bonino da conferencias web en las que apoya a la líder golpista María Corina Machado del Partido Vente Venezuela.

La senadora 5S Taverna está ansiosa por asegurar que las alianzas atlánticas no están en duda. La viceministra de Cooperación promete millones de euros para ayudar a los países neoliberales que «ayudan» a los migrantes venezolanos. Lo declara durante una conferencia internacional de donantes, organizada por España y la UE, junto con los EE. UU. y con todos aquellos gobiernos como Colombia, Brasil o Perú, de donde huyen los migrantes venezolanos. Sin haber recibido un centavo del jugoso botín entregado a los diversos Duque, Bolsonaro, etc., estos migrantes hacen de todo para regresar a su país, donde los derechos básicos están garantizados.

En este contexto, se está llevando a cabo la progresiva destrucción de las grandes instituciones internacionales, que stan haciendo vaciadas desde adentro o derrocadas por Trump, quien ha tratado de replicar las autoproclamaciones también en este campo. Para «legitimar» artificialmente la agresión contra la Venezuela bolivariana, utilizó la extrema derecha de Guaidó para inventar instituciones artificiales, hasta el punto de exhumar el TIAR, el Tratado Interamericano de Asistencia Mutua, firmado en 1947.

En este plan, acciona como avanguardia la Organización de Estados Americanos (OEA). El Secretario General, Luis Almagro, ex militante del Frente Amplio de Uruguay, ha monetizado su cambio para que el organismo vuelva a ser «el ministerio de las colonias», como, en su momento, lo llamó Fidel Castro, es a decir, vuelva al mando de Washington.

Ahora, según el halcón Bolton, Trump define a la institución como «moribunda», a cuyo cargo Almagro fue elegido por segunda vez, renovando su obsesión contra la revolución bolivariana, también mostrada contra la Bolivia de Morales en la ocasión del reciente golpe de estado.

Sin embargo, hubo un momento, un largo momento de integración latinoamericana y caribeña, en el que incluso la OEA parecía destinada a ser remodelada desde adentro. El 28 de junio de 2009, cuando el chileno Miguel Insulza lideraba el organismo, el golpe de estado ocurrió en Honduras. Antes de que pudiera llevarse a cabo un referéndum consultivo no vinculante para una asamblea constituyente, el presidente Manuel Zelaya fue depuesto por la Corte Suprema, empacado por los militares y llevado a Costa Rica en pijama.

El moderado Zelaya, presidente de un país que alberga la mayor base militar de América del Norte en el continente, la de Palmerola, era «culpable» de querer unirse a ALBA, la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América, creada por Cuba y Venezuela en diciembre de 2004. Un proyecto, el de Alba, opuesto a lo de Alca, el Tratado de Libre Comercio para las Américas, que se puso en marcha en 1994 para entrar en vigor en 2005.

En 2009, la OEA suspendió a Honduras hasta que Zelaya regresó al país en 2011, aplicando la Carta Democrática Interamericana, aprobada en Lima en 2001. Ese mismo año, el organismo votó por la reintegración de Cuba, que fue suspendida en 1962, pero Fidel Castro decidió quedarse afuera. Una sabia decisión, que también tomará Venezuela con Nicolás Maduro en 2017, debido a la continua injerencia de Almagro, a pesar que llegó a la Secretaría de la OEA con los votos de todos los países progresistas, en 2015.

Pero, en 2009, todavía estábamos en medio de lo que se considera el «Renacimiento latinoamericano», el feliz ciclo de gobiernos progresistas o «post-neoliberales», que comenzó con la elección de Chávez en Venezuela en 1998. El 23 de mayo 2008, se creó en Brasilia Unasur (la Unión de Naciones Suramericanas). En 2005 se fundó Petrocaribe, una zona económica no asimétrica para la soberanía energética del Caribe y la integración de los países del área. En 2010, se habría creado la CELAC, la Unión de Estados de América Latina y el Caribe, inmediatamente declarada una «zona de paz».

La idea de una segunda independencia, articulada en varios niveles según el proyecto de Bolívar de una Patria Grande, respaldada por acuerdos políticos y comerciales que también involucraron a dos países grandes como Argentina y Brasil, solo pudo provocar la ofensiva del imperialismo norteamericano, que ante se estaba dedicando a la agresión en el Medio Oriente. Una ofensiva que forma parte de la llamada crisis financiera de 2008, otro capítulo de la crisis sistémica en la que el capitalismo se debate.

El de Honduras fue el primer golpe institucional, seguido por el de Paraguay contra Fernando Lugo el 25 de junio de 2012, y luego el contra Dilma Rousseff en Brasil, el 31 de agosto de 2016. Un esquema que Estados Unidos, jugando en las dos mesas durante las presidencias de Obama (Hillary Clinton lo admitió en sus memorias), también intentarán aplicar a Cristina Kirchner en Argentina, empujando el campo progresista hacia la derrota, aunque por pocos votos, frente a el empresario Mauricio Macri, a través de las grandes corporaciones de medios .

 Un esquema previamente probado en el continente africano, siempre pisoteado, y que al máximo, en los países capitalistas, se ve a través de los lentes del «negocio humanitario». Otra gran espina del costado del imperialismo norteamericano, ha sido la búsqueda de un intercambio no asimétrico, realizado por Cuba y Venezuela y por el frente  de países latinoamericanos posicionado en las alianzas para la redefinición de un mundo multicéntrico y multipolar: uno para todo el Movimiento de Países No Alineados (MNOAL), la segunda institución internacional más grande después de la ONU.

Un escenario en que aumenta la importancia de los medios en los conflictos por la «balcanización» de los territorios, en las agresiones imperialistas contra los países ricos en recursos y en las guerras híbridas desatadas contra Cuba y Venezuela y contra las alianzas solidarias. Un crecimiento directamente proporcional al aumento de las grandes concentraciones económicas y financieras a nivel mundial.

La fragmentación global de la cadena de producción hace que los centros de gestión sean menos visibles, mientra que persiste y aumenta la explotación capitalista. Del mismo modo, las noticias se propagan por fragmentos de un gigantesco tejido policial global, que responde a unos pocos centros oligárquicos impulsados por los mismos intereses.

El papel de los grandes medios privados fue crucial en el golpe de estado contra Chávez en Venezuela, en 2002, así como en la preparación y gestión de los golpes institucionales y en las «autoproclamaciones» que tuvieron lugar, primero en Venezuela y luego en Bolivia.

En Honduras, uno de los principales promotores del golpe contra Zelaya fue el periódico La Tribuna, propiedad del ex presidente Carlos Flores Facussé, uno de los empresarios más ricos del país. Las grandes corporaciones mediáticas, O Globo a la cabeza, organizaron el juicio político contra Dilma, así como las campañas contra Cristina en Argentina.

Para empoderarse del gas y del litio bolivianos, los grandes centros económicos y financieros de Washington y las oligarquías locales que guían a las corporaciones de medios, en pocos meses lograron convertir la imagen de Morales del benevolente «primer presidente indio» a la de un siniestro cacique organizador de fraude electoral.

El informe del Comando Sur, titulado «Guerra global en tiempos de globalización», detalla el papel fundamental de los medios en la guerra híbrida que se libra contra los gobiernos «incómodos» en América Latina. Por esta razón, en toda América Latina, la lucha contra el latifundio mediático ha constituido y constituye una piedra angular de la lucha por la independencia y la transformación estructural de la sociedad.

El último discurso de Morales en la ONU contra Trump debe haber sido la gota que colmó el vaso del Pentágono. Plantear la cuestión de los «derechos humanos», en primer lugar como garantía de los derechos básicos, en las grandes instituciones internacionales, es de hecho una «blasfemia» que el imperialismo busca evitar de todas maneras.

La retórica sobre los derechos humanos obviamente debe viajar al ritmo de la mistificación dominante, que requiere que los dominados fetichicen la legalidad del estado burgués y el de las instituciones internacionales, que los dominantes pisotean cuando no responden a sus intereses de clase.

Y así se está pilotando el ACNUR sobre el tema de los migrantes venezolanos, que se han convertido en un «gran éxodo» (léase un gran negocio) a la hora de apoyar a los gobiernos neoliberales de la región contra «el dictador Maduro». Un tema pero bien escondido ahora que estos mismos migrantes intentan regresar a su país por cualquier medio, y los gastos están totalmente a cargo del gobierno bolivariano.

Trump también firmó una orden ejecutiva para imponer sanciones a la Corte Penal Internacional (CPI) que se atrevió a abrir un juicio a los EE. UU. por crímenes cometidos en Afganistán y otros países. Una campaña dirigida por el halcón Bolton en 2018. El mismo Bolton que, en 2002, como subsecretario de Estado para Control de Armas y Seguridad Nacional de George W. Bush, anunció la decisión de los Estados Unidos de retirarse del Estatuto de Roma, la base de la CPI.

Estados Unidos tiene más de 200.000 soldados desplegados en 180 países en los cinco continentes, así como también agentes y mercenarios de la CIA que están por encima del derecho internacional. Solo en Colombia, que se encuentra en América Latina como Israel en el Medio Oriente, se conocen 9. Y ahora Trump está tratando de demoler todas las instituciones internacionales, comenzando con la ONU.

Contra las medidas coercitivas unilaterales impuestas por el magnate de la Casa Blanca a Venezuela, el gobierno bolivariano ha presentado una denuncia ante la CPI por crímenes de lesa humanidad. La claridad con la que el socialismo bolivariano está llevando su batalla a todas las organizaciones internacionales hace que los términos del conflicto vuelvan al centro, desenmascarando con la lucha de clases la retórica imperialista.

Un esfuerzo más que nunca necesario en los países capitalistas donde las clases dominantes pretenden hacer que los sectores populares siguen desorientados y desviados por falsas banderas después de décadas de T.I.N.A: o sea, que siguen pensando, como digo Margaret Thatcher, que “Theres is not alternative”, No hay alternativas al capitalismo. En esta manera pueden considerar inevitable pagar también la crisis pospandémica, como quiere el cántico ofrecido también por la «izquierda» que se puso del lado del capital.

Si las fuerzas alternativas no han logrado organizar una oposición válida a las políticas de agresión contra Venezuela y Cuba en los países de la Unión Europea. Si el territorio italiano es un verdadero almacén de servicio de la OTAN, a cuyos gastos militares cada año contribuye con mayor fervor, es porque la consigna de «guerra a la guerra» ha desaparecido de la perspectiva de la lucha, junto con la propuesta sacrosanta de que los empresarios tienen que pagar por la crisis.

Tan desviados, habiendo internalizado el miedo a la lucha de clases hasta el punto de prohibirla como «terrorismo» y entregarla a los tribunales, ya no sabemos cómo poner en marcha un internacionalismo efectivo que sepa reconocer la lucha de los pueblos contra el imperialismo como propia.

En sus puntos más altos y con las debidas proporciones, el laboratorio latinoamericano también habla a las fuerzas alternativas de nuestros paises. Cuestiona la necesidad de reconstruir una subjetividad organizada, las bases, las formas y el espíritu para hacerlo. Nos dice que se puede ganar, incluso después de una derrota, ciertamente táctica y no estratégica, pero de proporciones gigantescas como la que se siguió a la desapareción de la Unión Soviética.

 Nos muestra que se puede reorganizar un bloque social anticapitalista también involucrando a los sectores marginados que hoy aplauden a los fascismos. La bandera del comunismo puede ser redimida del barro sin caer en el machismo o la xenofobia para guiñar un ojo a estos sectores.

Se puedes construir un partido que no se avergüence de sus raíces, que no haga el avestruz con respecto a las formas del conflicto, históricamente determinadas, que tuvieron lugar a la izquierda del PCI en la década de 1970, y que incluyeron la lucha armada.

A este respecto, se pueden usar dos lecturas para el debate: el libro de Prospero Gallinari, Un campesiño en la metrópoli, publicado por Bompiani, y Correvo pensando en Anna, de Pasquale Abatangelo, publicado por PGreco.

La experiencia de Venezuela, que al igual que nosotros en Italia, ha luchado con las armas contra las democracias burguesas de la Cuarta República, enseña. La alta presencia de mujeres en todas las estructuras de poder de la revolución, y una constitución muy avanzada declinada en los dos géneros, muestra cómo la lucha contra el patriarcado es un elemento fundamental de la lucha contra el capitalismo y el imperialismo.

La construcción del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), en 2007, indica la posibilidad concreta de reunir, sin eliminarlos, instancias que tradicionalmente han chocado en la historia del movimiento obrero del siglo XX, pero que pueden marchar en la misma dirección hoy.

La alianza entre trabajadores, campesinos y «comuneros», indica la perspectiva entre las viejas y nuevas subjetividades organizadas en la construcción de la transición al socialismo.

El uso de las elecciones como palanca para aumentar la consciencia de las masas y ejercer la lucha de clase dentro de las estructuras del viejo estado burgués, para debilitarlo, es otra sugerencia interesante. También es interesante la «fórmula» de las alianzas implementadas por el PSUV con otros partidos que no quisieron disolverse en la nueva formación, comenzando con el Partido Comunista.

También es de interés la capilar organización territorial del PSUV, basada en militantes que funcionan como articuladores, como multiplicadores del conocimiento y  de la acción basadas en la técnica de «uno por diez» (cada militante debe convencer a otros diez, que a su vez deben hacer lo mismo en círculos que aumenten de volumen). Una estrategia que está vinculada al concepto de «defensa integral», resumido en el de «guerra de todo el pueblo», tomado de Ho Chi Min.

Un elemento fundamental de análisis para observar los errores, subestimaciones y demoras que han favorecido el retorno de la derecha en otros países del continente, como Brasil, Bolivia y Ecuador. De las alianzas que llevaron a la victoria gobiernos post-neoliberales, debe surgir algo más sólido, basado sobre todo en la construcción internacional del poder popular organizado.

Un elemento util también en Europa, donde Grecia ha sucumbido, y en una Italia de la cual, después de más de cincuenta años de la masacre de estado de Piazza Fontana, policías y magistrados han sido santificados, mientra se han diabolizado las razones y los costos del conflicto de clase.

*Artículo escrito para la revista italiana Cumpanis.

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