Entrevista a Cristina Carrasco, experta en el trabajo de las mujeres

Economía Feminista: “No se trata de conseguir la igualdad dentro del actual modelo masculino, sino de romperlo”

La economista chilena propone abandonar los objetivos de crecimiento y productividad para enfocarse en la calidad de vida de las personas, donde el empleo doméstico y no remunerado es fundamental.

Por Meritxell Freixas

12/12/2016

Publicado en

Economí­a / Entrevistas / Género / Portada

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La última Encuesta Nacional Sobre Uso del Tiempo (ENUT 2015) reveló que, en Chile, las mujeres destinan mayor tiempo que los hombres al trabajo no remunerado (trabajo doméstico, trabajo de cuidados a integrantes del hogar y trabajo no remunerado de apoyo a otros hogares, comunidad y voluntario). Según el sondeo, las chilenas destinan en promedio a nivel nacional 5,89 horas al trabajo no remunerado, mientras que los hombres lo hacen 2,74 horas.

Ante esta realidad, la Economía Feminista va tomando cada vez más espacio para encontrar las grietas que permitan transformarla y mostrar la importancia del trabajo doméstico, tan invisibilizado y menos valorado en nuestras sociedades. Una de las voces más representativas de esta disciplina es la chilena Cristina Carrasco. Establecida en Barcelona y con una larga trayectoria como profesora de Teoría Económica de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona (UB), Carrasco defiende desde esta disciplina otro modelo enfocado en «un buen vivir, en una vida digna», donde «el trabajo de cuidados juega un papel fundamental».

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FOTO: eldiario.es / SANDRA LÁZARO

¿Cómo podemos analizar los datos de la encuesta ENUT 2015 desde la Economía Feminista?

Yo diría que, por una parte, sabemos que en una sociedad patriarcal como es la nuestra, existen roles de género que determinan las actividades y el trabajo de mujeres y hombres. Así, los trabajos tienen sexo y están claramente diferenciados. Para ello solo basta con mirar la participación de mujeres y hombres en los distintos trabajos en el mercado; por ejemplo, los sectores de la construcción o de la metal mecánica están altamente masculinizados y, en cambio, algunos tipos de servicios como son la educación preescolar o la enfermería están muy feminizados. El problema no es que estén diferenciados por sexo, sino que el reconocimiento social que se les otorga es muy diferente, siendo muy superior el reconocimiento de los trabajos masculinizados. También hay que fijarse en que aquellos trabajos feminizados, como los que he señalado tienen que ver con los trabajos que se realizan en el hogar. Es decir, cuando los trabajos que tradicionalmente se realizaban en casa, salen al mercado o son asumidos por el sector público, ya salen desvalorizados. En una sociedad patriarcal, todo trabajo o actividad relacionada o asignada a las mujeres estará desvalorizada, sencillamente, porque lo que está devaluado en una sociedad patriarcal es ser mujer. Por tanto, las mujeres realizarán mucho más trabajo doméstico y de cuidado que los hombres porque es un trabajo asignado socialmente a las mujeres y, por tanto, es un trabajo devaluado.

Y, es verdad que la situación no es la misma ahora que a principios del siglo XX, pero los datos nos muestran que las desigualdades siguen siendo importantes. Sin embargo, habría que hacer notar que, aunque esta situación puede ser común a todas las mujeres, hay diferencias notables según clase social o etnia.

Sus propuestas acerca de una economía que considere el cuidado a los demás van más allá del mero reparto de las tareas domésticas de forma equitativa entre géneros. Usted habla de un cambio de sistema hacia un modelo humano, que priorice la vida y que cuide a su población. ¿Cómo llegar a eso?

Lo que planteamos desde la economía feminista es que la contradicción fundamental de nuestras sociedades es el conflicto capital-vida, es decir, las sociedades capitalistas heteropatriarcales en que vivimos tienen como objetivo la ganancia del beneficio privado, pero desde la economía feminista se plantea que el objetivo debiera ser la vida de las personas, una vida con calidad, una vida digna, un buen vivir. Y en este objetivo, el trabajo de cuidados juega un papel fundamental.

¿Cómo serían esos cambios a nivel práctico, en lo cotidiano, en las realidades de hombres y mujeres?

No es fácil decir cómo serían esos cambios, el sistema es muy complejo y los posibles cambios también lo serán, es difícil dar recetas. Pero si observamos lo que ha sucedido en el mundo occidental en las últimas tres décadas, veremos que lo que fundamentalmente ha cambiado es el comportamiento de las mujeres: en la mayoría de los países, se ha incrementado notablemente la participación laboral femenina, ha aumentado el ingreso de mujeres en la enseñanza superior, ha caído la fecundidad, etc., indicadores que muestran una profunda transformación en la cultura y comportamiento femenino.

Sin embargo, frente a este cambio protagonizado por las mujeres, ni la sociedad en su conjunto ni la población masculina se han querido dar por enteradas y que la organización social se ha modificado poco. Por ejemplo, los horarios escolares son los mismos, las jornadas laborales casi te diría que son más intensas, etc. Entonces una se puede preguntar, si padre y madre entran a trabajar en el mercado a las 8 y acaban 8 horas más tarde, ¿cómo se van esas niñas y niños pequeños solos a casa? La única respuesta posible es que se cuenta que habrá alguna otra mujer que se hará cargo de la situación: abuela, hija mayor, persona contratada, etc.

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Nos parece importante que las mujeres continuemos en esa línea de asumir e interiorizar que deseamos vivir una vida más equitativa, igualitaria y de mayor calidad. Cambios que deben realizarse necesariamente en redes de mujeres, no es fácil enfrentarse al patriarcado. Por su parte, los hombres deberían escuchar las voces femeninas, analizar su rol social (como lo están haciendo los hombres “por nuevas masculinidades”), asumir dónde está el conflicto y hacia dónde debemos dirigir las energías. Más aún los hombres digamos progresistas, deberían ser cómplices en esta tarea ya que el feminismo es anti-capitalista. Las acciones concretas deben realizarse en cada espacio, ámbito, lugar, región. Ahí donde cada cual participa en su vida cotidiana deberíamos intentar ir incorporando el hecho de descentrar los mercados y situar la vida de las personas en el centro. Esto significa plantearse primero a nivel personal, en mi vida cotidiana, ¿realmente estoy situando la calidad de vida como tema central? Seguramente una reflexión en esta línea nos llevaría a muchas sorpresas y debates. Después tendríamos que hacer el planteamiento a nivel más comunitario

¿Desde dónde habría que facilitar este cambio para que no quede enmarcado en el sistema patriarcal, capitalista e institucional desde donde se está promoviendo?

No se trata de conseguir la igualdad dentro del modelo actual masculino dominante, lo cual sería imposible, sino de romperlo y plantear un objetivo totalmente distinto. Hay que ir hacia una forma de vida diferente que permita  calidad de vida, buen vivir, o vida digna a todas las personas, mujeres y hombres de todo el planeta. Ello implica abandonar los objetivos de crecimiento, de ganancia privada, de “incremento de productividad” porque generalmente es tramposa ya que se basa en la extracción y agotamiento cada vez mayor de recursos naturales y en la explotación de las personas a través de los distintos trabajos.

¿Contribuiría eso a equilibrar la presencia de hombres y mujeres en los ámbitos público y privado, donde los sistemas patriarcal y capitalista instalaron al hombre en el primero y a la mujer en el segundo? 

Equilibrar la presencia de hombres y mujeres en los ámbitos privados y públicos significaría que ya no estaríamos viviendo bajo un sistema heteropatriarcal capitalista, sino bajo otro sistema con otros principios y otros valores. Tampoco  tendría sentido hablar de público y privado como dos espacios separados ni de espacios asignados a mujeres y hombres.

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Desde la economía feminista planteamos que la separación de espacios es falsa. Hace algunas décadas, Carole Pateman teorizó sobre el asunto, analizando cómo se nos presentaba una sociedad dividida en dos ámbitos: uno ligado a la cultura, al pensamiento racional, a la idea de trabajo, identificado con lo masculino; y, otro, ligado a la naturaleza, al mundo afectivo y emocional, al no-trabajo, identificado con lo femenino. Al primero se le otorga mucho valor y poder social y el segundo no tiene ni reconocimiento ni valor ni poder social. Es una dicotomía falsa porque las personas somos una, con razón, emociones y trabajamos tanto en el mundo público como en el privado. Y también la sociedad funciona como una sola, los distintos ámbitos están totalmente interconectados actuando como un todo. Además, podríamos agregar que desde el feminismo se ha hecho otra observación importante, distinguiendo lo privado de lo doméstico. Lo privado tendría valor, significa la capacidad de tomar decisiones sobre una/o misma/o, es disponer de un tiempo propio, es decir, con capacidad de gestionarlo y, como diría Virginia Woolf, disponer de un espacio propio para retirarme y estar conmigo misma. En cambio, lo doméstico está absolutamente devaluado, representa estar a disposición de los demás, satisfaciendo los deseos de los demás, sin espacio ni tiempo propio.

Un universo de tiempo y productividad

En sus textos habla de las dificultades para cuantificar el trabajo doméstico, y implementar metodologías e instrumentos para medirlo, ya que es una línea de estudio relativamente nueva. ¿Cómo legitimar los estudios sobre el tema y que puedan ser herramientas para provocar cambios y transformaciones en la línea que usted propone?

Hay un problema con las estadísticas, en general, y con los indicadores sociales, en particular. Y es que bajo una aparente neutralidad -que ofrece la representación numérica- podemos descubrir visiones desfiguradas de la realidad, dependiendo del prisma con que se observe. Todo sistema de indicadores sociales se sitúa en un marco teórico y conceptual y, por tanto, en una determinada mirada sobre la realidad social. En el caso de las encuestas de uso del tiempo, el modelo que queda implícito es el modelo del tiempo industrial, el tiempo-reloj o tiempo-cronómetro; el tiempo solo medido en su dimensión cuantitativa, que nace en la industrialización.

Con las encuestas de uso del tiempo pudimos disponer de una información que antes no teníamos: a qué dedican su tiempo las personas y cuánto tiempo dedican a cada actividad. Eso puso sobre la mesa una información que todas sabíamos pero que nunca se había medido oficialmente: que las mujeres dedican más tiempo que los hombres al trabajo que se realiza desde los hogares, menos tiempo al trabajo de mercado remunerado, disfrutan de menos tiempo de ocio y, considerando ambos trabajos, las mujeres trabajan más que los hombres. Información que además se puede analizar de acuerdo a distintas variables significativas: edad, tipo de hogar, niveles de renta.

Sin embargo, las encuestas de uso del tiempo dan cuenta solo del tiempo cuantitativo, del tiempo que se mide con el reloj propio de una sociedad industrial, pero no puede captar lo que significa el tiempo relación, los aspectos subjetivos, emocionales, con difícil traducción a números.

Sobre los indicadores económicos habituales para medir nuestras economías, dice que el PIB le parece un indicador androcéntrico. ¿A qué se refiere con eso?

Cuando hablamos de indicadores androcéntricos nos referimos a que están centrados en las actividades asignadas a la población masculina. El mundo del mercado laboral, del trabajo pagado, fue asignado a la población masculina.

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Los indicadores económicos dan cuenta solo de la parte de la realidad socio económica que la economía dominante la considera como tal. Así, aquellos utilizados para captar el trabajo, corresponden a indicadores de empleo y los utilizados para reflejar la producción y el crecimiento solo consideran la producción de mercado, sin tener en cuenta la enorme cantidad de bienes y servicios que se produce fuera de los márgenes del mercado. Ambos tipos de indicadores, además de falsear la realidad, como expresé anteriormente, presentan un fuerte sesgo androcéntrico, al ser el mundo público mercantil el espacio tradicionalmente asignado a los hombres. Por ejemplo, lo que se acostumbra a definir como “tasa de actividad” solo tiene en cuenta la actividad desarrollada en el mercado, negando categoría económica a todos los trabajos que se desarrollan al margen del mercado. En consecuencia, para los indicadores económicos toda la actividad de las mujeres que se desarrolla al margen del mercado no existe, lo cual es totalmente absurdo si consideramos que dicha actividad es la que posibilita el funcionamiento del mercado y de la producción.

Experiencias a nivel micro y en América Latina

¿Hay algunas experiencias en aplicación de la Economía Feminista que se estén promoviendo y que estén funcionando, aunque sea a nivel micro?

Hay distintos tipos de experiencias. Algunas están en la línea de ir mostrando y rompiendo con las desigualdades como por ejemplo, los cambios en las estadísticas. Para ello se han propuesto distintos tipos de encuestas que miran la realidad completa situando el trabajo de cuidados al mismo nivel de importancia que el trabajo de mercado. Un análisis del trabajo a partir de estas propuestas permitiría construir índices e indicadores que dieran cuenta de la actividad de ambos sectores para establecer relaciones, comparaciones y cambios en el tiempo.

Otras iniciativas han propuesto cambios en algunas políticas públicas. Como son los presupuestos con perspectiva de género o determinadas políticas que equiparan la situación laboral de mujeres y hombres. También existen algunas experiencias concretas que van más en la línea de un cambio de modelo. Por ejemplo, formas de economía solidaria cuya organización tiene en cuenta los tiempos de cuidados y además son respetuosas con el medio ambiente tanto en lo que se produce como en la forma cómo se produce.

¿Qué impacto podría tener esta corriente en una región como América Latina?

Esta corriente no es nueva en América Latina. Hay dos redes importantes que llevan tiempo debatiendo en América del Sur, la REMTE (Red de mujeres transformando la economía) y GEM LAC (Grupo de Género y Macroeconomía de América Latina). Además, se acaba de crear un nuevo grupo de trabajo que incluye fundamentalmente personas de toda América Latina y algunas participantes españolas, es la red “Economía feminista como propuesta emancipadora”, recientemente aprobada por CLACSO. Por otra parte, hay grupos que aunque no se definan exactamente como economía feminista, llevan años dándole mucha importancia a la formación en la temática, como son las “Mesoamericanas en Resistencia por una Vida Digna”. Los grupos que he señalado muestran la diversidad de estas redes, algunas de formación más académica y otras más estructuradas como movimientos sociales.

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Esta diversidad hace pensar que las ideas de fondo de la Economía Feminista atraviesan de una u otra manera todos los grupos, es decir, pueden ser consideradas universales. No hay duda que en Europa la situación es distinta a América Latina o África, por razones de renta, temas de inmigración, temas de población autóctona, u otros ejes de desigualdades. De ahí la importancia del diálogo entre estas distintas redes, para aprender unas de otras y no incorporar sesgos por ejemplo, eurocéntricos o heteropatriarcales. En cualquier caso, todas las personas que participamos de alguna manera activamente en economía feminista estamos convencidas de que es una propuesta y una apuesta para caminar hacia un mundo mejor, hacia una vida digna para mujeres y hombres, en definitiva, hacia la sostenibilidad de la vida.

 

Meritxell Freixas

@MeritxellFr

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