Desconfianza

Desconfía de todo lo que te toca una sola vez, que te busca tangencial y calculadamente, porque quiere de ti sólo ese contacto y nada te da a cambio

Por Kosmic Anarchist

15/11/2009

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Desconfía de todo lo que no has elegido por tu propia voluntad. Nadie te ha preguntado en qué mundo quieres vivir, qué leyes quieres obedecer, en qué paradigma quieres existir. No, esas cosas fueron impuestas, heredadas, machacadas y clavadas en tu existencia.

Desconfía de todo lo que es masivo, porque ignora, necesariamente, tu particularidad. Sólo las cosas verdaderamente grandes merecen ser parte de todos, pero nada, ni siquiera lo sublime, puede contenerte o representarte absolutamente. Desconfía de quienes confían en lo masivo porque no se dan cuenta de cuánto difieren del madero que abrazan como tabla de salvación.

Desconfía de toda verdad que es recitada a coro. No hay verdad que sea lo suficientemente importante y les guste a todos.

Desconfía de todo aquello que no puedas poner en tus propias palabras, porque no sólo no puedes entenderlo si no eres capaz, sino que también date cuenta de que es algo que por no caber en tu mundo se volverá límite de ladrillo y no mera frontera imaginaria. Pero desconfía también de tu propia ignorancia que te impide aceptar a quien quizás es tu hermano, tu amigo, tu vecino, por último no tu enemigo. Recuerda que los prejuicios no son más que otra forma de ignorancia ni hay uno más tajante que ésta.

Desconfía de todo lo que te toca una sola vez, que te busca tangencial y calculadamente, porque quiere de ti sólo ese contacto y nada te da a cambio. Desconfía de la palabra lisonjera y la sonrisa fácil que no tiene corazón detrás de ella. Desconfía de quien te da la mano sólo para ponerla al lado de su nombre en un voto, para que marques distraídamente la vertical que expande su horizonte sin importarle el tuyo.

Desconfía de las buenas intenciones de quien nada te conoce, pues si no sabe quién eres y qué quieres, jamás podrá saber qué necesitas y sus buenas intenciones obedecerán solamente a su propia ética. Las buenas intenciones de los protectorados y las caridades no son más que programaciones que siguen un algoritmo que te es alienígena.

Desconfía de todo impulso que carezca de instinto. El cuerpo y la mente también actúan por reflejo, también tienen sus propios apetitos y códigos; aprende a distinguir lo que es instantánea respuesta programada de una decisión inmediata. No seas lento, pero tampoco torpe y apresurado. Y si necesitas indicios para saberlo, recuerda que el instinto tiene dientes: para morder con fiereza y pasión, para sonreír con total libertad, para comer lo que te alimenta.

Desconfía de las palabras de cualquiera que no te abra el alma. No existe el verdadero camarada que no sea también tu amigo.

Desconfía por igual del fanatismo y de la paranoia: ambos son delirios de ciego que agita sus brazos para alejar los monstruos por los que toma a toda sombra que se pasea delante de sus grises cataratas y busca ser confortado en lo familiar que reconoce sólo por palabras amables. Pero si no puedes combatir ambas conserva la paranoia: quienes puedan estar contigo a pesar de tus miedos, que quieran combatir tus demonios, sean reales o imaginarios, son tu verdadera familia, tus hermanos de armas.

Desconfía de amnistías e indultos, porque a nadie le corresponde perdonar por otros, y quienes perdonan jamás olvidan, porque no es la indulgencia complaciente sino el verdadero perdón lo que debe buscarse, obtenerse y otorgarse, y todo perdón es un reconocimiento al pasado y no su negación.

Desconfía de los eruditos que son incapaces de mirar más allá de sus primorosos y perfectos bonsai que han podado y recortado con impecable cuidado y que entienden a completa cabalidad, y que, sin embargo, son incapaces de admirar la majestuosa secuoya o la brizna de pasto (o las ballenas azules, las hormigas, la roca de cuarzo, la espina del cactus, la intrincación de un motor en movimiento, el llanto de un bebé que nace o de quien despide a un ser amado que muere). Nadie puede saberlo todo y nada de lo que alguien sabe posee escala universal, sea que mire átomos o escuche cantar a las estrellas.

Desconfía de quien no vibra ni resuena, pues es apariencia de montañas y, sin embargo, no emite eco ante el grito llamado Vida.

Desconfía de quien no desconfía, pues va dormido al volante de su propia existencia.

Desconfía de lo lineal y lo monocromático, que nada natural es lo uno ni lo otro. Desconfía, por ende, de todo aquello que no tiene más que una escala, pues la vida es fractal.

Desconfía de quienes no tienen Dios, pues no conocen el mundo, ni su belleza, ni su cósmica danza entrelazada. Desconfía, y más aún, de quienes tienen deidades y no divinidad y llaman “Dios” a las primeras sin sentir la segunda. Éstos son peores, pues si bien los hombres sin dios poseen un vacío, éste puede ser llenado; en cambio el idólatra feligrés ha elevado un impostor que defenderá con ahínco, el que le convertirá en enemigo.

Desconfía de quien cree pero no actúa, en lo privado y en lo íntimo, bajo la misma creencia que predica. La consecuencia no se demuestra, se vive. Si para esto también quieres indicios, fíjate en si actúas con la misma regularidad con que respiras: si paras un momento, te ahogarás y te arriesgas a morir. No pares de respirar, no pares de ser.

Desconfía del incondicionalismo, pues nadie carece de condiciones para sus actos: todos tenemos principios y núcleos y éstos deben ser defendidos incluso por encima de las cruzadas. Pero desconfía de tus núcleos y principios también, no vayan a ser tus peores cadenas y nunca te des cuenta; y si lo son, déjalas.

Desconfía de ti. Si no sabes por qué, más debes desconfiar.

Desconfía de los discursos, incluso de éste, pues son dichos por otros y sus propósitos no son mecánicamente tuyos.

Desconfía, incluso, de todo lo que ves y sientes, hasta que tus ojos y tu mente sean espadas certeras, flamígeras y vigilantes; y entonces todo aquello que atraviese tus barreras será auténtico, y en ello podrás apoyarte, en eso sí podrás confiar, habrás encontrado a qué entregarte, completamente, con el corazón dispuesto, con alegría en tu mirada, por haber encontrado algo real por qué morir, una verdadera razón de vivir.

– K [29 de Septiembre de 2009, 19:13]

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