Juventud, divino tesoro

Entre los muchos conceptos equívocos que se utilizan en una campaña electoral, se encuentra el de “juventud”

Por Wari

10/11/2009

Publicado en

Actualidad / Columnas

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Entre los muchos conceptos equívocos que se utilizan en una campaña electoral, se encuentra el de “juventud”. De este modo, la edad del candidato se constituye en parte de sus atributos. De manea casi automática se tiende a pensar que un candidato joven es el portador privilegiado de “ideas nuevas” y de la pasión para realizarlas. Si bien el argumento es falaz e ingenuo, es eficaz, posee la fuerza de las ideas simples, fácilmente digeribles por una masa seducida por los medios.

Por de pronto, digamos que todos nuestros candidatos se encuentran en el rango etáreo “adulto”, aunque sus asesores de imagen se esfuercen por construir para ellos un perfil de Teen Agers. Esto se explica al examinar la distribución demográfica chilena, cuya población juvenil es bastante significativa. Más allá de las cifras, sin embargo, lo interesante es que nuestro país se encuentra sumido en una cultura juvenil que es hegemónica en la publicidad y en los medios de comunicación de masas.

La historia ha demostrado en múltiples ocasiones que la edad de sus protagonistas no se relaciona, necesariamente, con sus logros y aportes. Todo sátrapa conoció, sin duda, la edad de las espinillas. Por lo tanto, la juventud no parece ser un criterio válido para ponderar las bondades de un político. No obstante, como en todo “lugar común”, hay en esta idea una pequeña verdad: Todo político es portador de ideas y visiones de mundo susceptibles de ser calificadas de jóvenes o añejas.

En el ámbito político, lo importante es la juventud de las ideas, sea que su portavoz sea un político de experiencia o un novato en estas cuestiones. En un mundo que ha dejado atrás el universo de la “convicción”, por la destellante “seducción” de los medios y la propaganda, resulta difícil hacer tal distinción. Una población domesticada en el consumismo y despolitizada por décadas, es presa fácil de un mundo tal. En esta atmósfera viciada, un candidato “astuto”, y poco importa su edad, puede invitar a las mayorías a beber un vino agrio en una copa nueva.

En la actual campaña electoral se ha abusado de palabras como “cambio” y “juventud”. La candidatura de la vieja derecha se viste de ropajes renovados, proponiéndose como una alianza para el “cambio”, que lo único que no cambia es la actual Constitución para que sus empresas sigan gozando de grandes utilidades y los trabajadores sigan aceptando bajos salarios, todo en “orden” y en “democracia”. Las ideas jóvenes para el Chile de hoy son, precisamente, aquellas que lo alejan de su oprobioso pasado y su vergonzante presente, abriendo cauce a una democratización profunda de la vida nacional. Ser joven es el anhelo de terminar de una buena vez con la exclusión de minorías étnicas, culturales o políticas. Por el contrario, las ideas viejas son aquellas que quieren perpetuar un orden injusto para seguir gozando de sus privilegios, amparados en una Constitución hecha a su medida por el más viejo de todos: Augusto Pinochet.

Por Álvaro Cuadra

Investigador y académico de la Escuela  Latinoamericana de Postgrados. ELAP. ARCIS

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