Gobierno esperan erradicar el próximo año unas 50.000 hectáreas de esta planta

Briceño, el pueblo colombiano en donde los campesinos ya no creen en la coca

A sus 86 años «bien vividos», y al lado de su esposa María, nueve hijos y más de 30 nietos, el campesino Gerardo Antonio Vera Jaramillo considera que llegó la hora de que Briceño, que fue «el pueblo más minado de Colombia», viva sin sembrar coca y sin el peligro de pisar esos artefactos

Por Nicolás Massai

09/06/2017

Publicado en

Latinoamérica / Sociedad

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Foto: Pinterest

A sus 86 años «bien vividos», y al lado de su esposa María, nueve hijos y más de 30 nietos, el campesino Gerardo Antonio Vera Jaramillo considera que llegó la hora de que Briceño, que fue «el pueblo más minado de Colombia», viva sin sembrar coca y sin el peligro de pisar esos artefactos.

Con su voz aflautada y manos callosas de «tanto trabajar» Vera vive en Pueblo Nuevo, uno de los 43 caseríos que forman parte de Briceño, una población que se esconde en las montañas del departamento de Antioquia, en el noroeste del país.

«Yo tengo una finca en la que tengo cultivos de yuca, plátano, fríjol y maíz, pero lo que realmente nos ha dado para comer son las dos hectáreas de coca que tenemos sembradas», dice el campesino mientras se acomoda sobre la cabeza cana su ancho sombrero.

Y es que, «sin saber muchas matemáticas», explica que mientras una mata de plátano, como la que sembró este lunes el presidente Juan Manuel Santos para dar inicio al plan de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos en esa región, se demora en dar su primera cosecha 14 meses, la coca tarda la mitad.

«De los precios, ni se diga. Es muy grande la diferencia, lo que uno siembra legal lo pagan muy barato. Además, hasta hace poco no había una carreterita por donde entrara un carro, entonces tocaba perder o regalar el maíz, el fríjol y el café. Nadie daba un peso», asegura el lugareño.

Sin embargo, ese panorama ha comenzado a cambiar, el Estado está dando pasos que se encaminan a cambiar los cultivos ilícitos por otra actividad económica legal.

Además lleva ayuda pecuniaria, asistencia técnica y construye una red de vías secundarias que le permiten al campesino acercar sus productos a los pueblos y comercializarlos.

«Ojalá a este Gobierno y a los que vengan no se les olvide la promesa de ayudarnos a todos los que teníamos siembras pequeñas de coca porque de lo contrario a la gente le toca volver a las andadas», dice con voz recia otro lugareño de Briceño que prefiere salvaguardar su nombre «porque todavía queda algo de miedo».

Al sembrar la mata de plátano, Santos comenzó la implementación del Programa Nacional Integral de Sustitución Voluntaria de Cultivos de Uso Ilícito (Pnis) con el que esperan erradicar el próximo año unas 50.000 hectáreas de coca y que busca beneficiar a unas 100.000 familias dedicadas a esta actividad.

Lo que hace el Gobierno con la población de Briceño le ha valido que la gente dé el paso que le está permitiendo vencer la incredulidad que por décadas ha generado el Estado entre estos campesinos.

«Fíjese, a mis 86 años yo creo que puedo vivir los días que me quedan sin cultivar coca. Muchos de por acá piensan lo mismo porque estamos cansados de ver que alrededor de la coca han pasado cosas que no deben ser así y eso tiene que cambiar para que los muchachos vean y hagan otras cosas», dice Vera mientras se lleva la mano al pecho y comienza a jugar con un escapulario que cuelga de su cuello.

En la memoria del curtido campesino todavía está fresco el día en que por cuenta de enfrentamientos entre guerrilleros de las FARC y de paramilitares decidió dejar sus tierras porque «no quería ver muerto a nadie».

Luego de varios meses de vivir en un lado y en otro, Vera y su esposa, «porque a ella no la dejo», regresó y se volvió a instalar en su finca con la confianza de que «todo sea tan bonito como lo dice Santos y sus ministros».

Por su lado, Ocaris Areiza, el presidente de la Junta de Acción Comunal del caserío La Calera, espera que no les dejen solos porque de lo contrario volverán «al pasado y quién sabe qué pase».

Él, que fue el encargado de arrancar de raíz una mata de coca y lanzarla lejos el pasado lunes antes de ayudar a Santos a sembrar el plátano, asegura que «la comunidad quiere cambiar y eso es lo que cuenta», pero también que los «acompañen desde el Gobierno».

El líder comunal destaca que el Gobierno haya ayudado a Briceño con escuela, biblioteca y un pequeño puente sobre una quebrada, que cuando llovía los dejaba incomunicados por días e incluso hasta por semanas.

La población de Briceño se ha convertido en una suerte de laboratorio de construcción de paz, en el que la Cancillería ha desarrollado 17 proyectos con la ayuda de cooperación internacional y logró articular a 24 entidades para pasar del papel a la realidad lo que los lugareños necesitaban en materia de salud, educación, vías y agua potable, entre otros asuntos.

«Cuando las partes quieren, todo se puede», concluye Javier Montoya, otro campesino que le apuesta a la sustitución voluntaria de cultivos y recuerda que se pudieron quitar las minas antipersona de El Orejón, un caserío que cuando se está en su parte más alta da la impresión de que se puede extender el brazo y tocar el cielo.

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