El poder del dinero contra la dignidad humana

Dos familias campesinas desafían proyecto minero del millonario Carlos Slim

En Salaverna sólo queda un puñado de casas en pie. Todos se fueron, todos vendieron, todos esperan que la minera se compadezca y negocie con ellos, que les de algo, dinero, casa, cualquier cosa

Por Luis Yañez

01/08/2018

Publicado en

México / Pueblos

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En un pequeño pueblo de Zacatecas, un estado de tradición minera, un arriero y un minero jubilado enfrentan el poder del hombre más rico de México, quien instaló una mina a cielo abierto en la localidad.

La empresa minera destruyó casas, escuelas, el cine y la iglesia hace 10 años, pero entre las ruinas que quedan en el pueblo de Salaverna, estos dos mexicanos junto a sus familias se niegan a abandonar su hogar.

Roberto de la Rosa, Miguel Vásquez por un lado, y Carlos Slim por el otro, son los tres seres humanos de esta historia. Los dos primeros son unos humildes trabajadores, el último un poderoso millonario que, en su afán de mayor fortuna, decidió borrar del mapa de México un apacible pueblo.

Pero, aún con ese poder, su empresa no ha logrado sacar a estos dos hombres de Salaverna para cristalizar su proyecto de extracción a cielo abierto en este pequeño poblado.

En Salaverna sólo queda un puñado de casas en pie. Todos se fueron, todos vendieron, todos esperan que la minera se compadezca y negocie con ellos, que les de algo, dinero, casa, cualquier cosa. Todos menos Roberto y Miguel, y sus familias, quienes nunca se irán del pueblo, según afirman.

El día que llegaron las máquinas, un puñado de mujeres se mantuvieron firmes. «Me dijo, señora, ‘tiene que desalojar su casa porque están en peligro’. Le dije que aquí nos íbamos a quedar bajo nuestra responsabilidad», comentó Micaela Samarripa, esposa de uno de nuestros protagonistas.

La destrucción

El día en que las máquinas de la empresa Tayahua —adquirida por Grupo Frisco en 1992—, destruyeron Salaverna, ella y su hija estaban en casa. Sólo había mujeres en el pueblo, porque los hombres habían salido a reunirse con representantes de la minera. Era 23 de diciembre. Las camionetas de la Policía Estatal de Zacatecas bloquearon los caminos pedregosos de la comunidad. Como testigos estaban funcionarios de Protección Civil estatal y de la minera Tayahua. Tres horas después, máquinas demoledoras destruyeron el kinder, la primaria, la telesecundaria, la iglesia y una casa.

La destrucción parece haberse detenido a las puertas de la casa de Micaela. Ella se mantuvo firme junto con el puñado de mujeres que estaban en el pueblo. En la casa de una de sus vecinas aún queda uno de los bulldozers que la minera no pudo recuperar luego de que los sacaron del pueblo. Un memorial oxidado de aquel día.

Don Roberto sabe que las empresas mineras dictan las reglas y deciden el destino de los pueblos en esta región. «Pero al menos nuestro mensaje lo hemos llevado a muchas partes. Ponemos como ejemplo lo que ha pasado en Salaverna para que otras comunidades no le abran la puerta a la minería de cielo abierto«, dijo.

“Yo soy de los que piensa que las mineras crean las condiciones para que uno les sirva y dependa de ellas. Nosotros defendemos nuestro espacio, nuestro territorio y la salud de nuestro ecosistema. Ellos tratan de sacar los recursos naturales que generan para nosotros enfermedad. Es criminal», sentenció.

Depredarores de pueblos y medio ambiente

En 1962,  Providencia, un pequeño poblado que está a un kilómetro de lo que ahora es Salaverna, se había quedado sin recursos cuando la minera Peñoles —propiedad de Alberto Baillères, el tercer hombre más rico del país— alteró el cauce del río y los habitantes, en su mayoría campesinos, se quedaron sin agua y sin empleo, desde ese día, Roberto, con 11 años de edad, se refugió en Salaverna.

La minera Peñasquito, ubicada a 15 kilómetros de Salaverna, es la segunda mina a cielo abierto más grande de Latinoamérica y es filial de la canadiense Golcorp. En 2005 reubicó a más de 150 ejidatarios de esas tierras y los metió en casas cercanas a la mina, las que ahora están desoladas.

A 150 kilómetros está San Felipe Nuevo Mercurio, donde los habitantes reubicados ahora lidian con los residuos tóxicos que dejó la operación de la mina Recicler en 1970.

En El Cobre, a 16 kilómetros de Salaverna, la mina Aranzazú cerró hace un siglo y convirtió al pueblo en un recuerdo. A 28 kilómetros, la minera en Nochebuena también dejó un pueblo fantasma. Más lejos, a 300 kilómetros, minera Real de Ángeles, propiedad de Grupo Frisco, cerró en 1994 dejando un grave daño ecológico y al pueblo desolado.

En Noria de los Ángeles y Vetagrande sucedió igual. Salaverna está rodeada de pueblos que comparten su historia, aunque ninguno resistió tanto como lo hacen las familias de Roberto y Miguel, quienes alternan una batalla legal con acciones políticas.

Salaverna es el epicentro donde Grupo Frisco planea instalar la mina a cielo abierto, pero también serán afectadas las comunidades cercanas de Las Majadas y Santa Olalla. En 10 años, los 20 pobladores de Salaverna que resisten han logrado detener un proyecto que amenaza con destruir el medio ambiente de toda la región.

“Estamos contra el hombre más rico del país, ese hombre que tiene un demonio dentro que le exige tener siempre más. Es muy desgastante y disparejo. Al final, nosotros estamos más motivados porque vale la pena arriesgar la vida por esto” dijo.

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Don Miguel

Don Miguel es un hombre que ha vivido bajo tierra, que vio cómo las luchas sindicalistas eran reprimidas y disueltas por las empresas. Ahora sus vecinos se rinden por 15 mil pesos y una casa prestada. “Irnos sería humillarnos, pisotear nuestra dignidad. Aquí hay que pelear y aceptar las consecuencias (…) Yo, si es necesario, agarro las armas”, dice inflando el pecho.

Los pobladores de estas tierras tienen que vivir en ambientes inestables de trabajo y lidiar con la carencia de servicios básicos como el agua. Miguel señala hacia Mazapil y Concepción del Oro, dos comunidades que hoy sufren, donde las minas se han bebido el agua en su afán de encontrar minerales entre toneladas de químicos. Ahí los habitantes tienen que comprar garrafones de agua  porque el líquido llega en camiones cada dos semanas.

Isamar Flores fue la primera que llegó a vivir a Nuevo Salaverna, luego de un desalojo forzoso, en el conjunto de casas que la empresa construyó para reubicar a las familias de Salaverna. Además, fue testigo de cómo destruían su casa en lo alto de la loma. Así también comenzó el proceso con el que, en cinco años, la depredación de la minera ha removido a la mayoría de los pobladores.

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