Todos los que no se acomodaron a la Transición y estaban por acciones más radicales fueron llamados “anarquistas”

Como cada semana, presentamos un relato sobre la experiencia en el movimiento libertario chileno desde 1986 en adelante

Por Wari

09/09/2009

Publicado en

Política

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Como cada semana, presentamos un relato sobre la experiencia en el movimiento libertario chileno desde 1986 en adelante. En esta ocasión, entregamos una narración vivencial en primera persona de un personaje –Tristón Tsarro- que se paseó por las sendas y cruces del marxismo y del anarquismo. Este texto es un extracto de la entrevista que el aludido dio –a comienzos de 2002- para los autores del libro Anarquistas. Presencia libertaria en Chile, Felipe del Solar y Andrés Pérez, publicado por RIL Editores en 2008.

El contexto de los 90 marcó la posibilidad de que el anarquismo surgiera como una fuerza que, en la izquierda chilena tradicional durante los 70’s y 80’s, estaba totalmente olvidada. Hasta esa época ser “anarco” era como sinónimo de ser un tipo medio raro. Pero el anarquismo comenzó a verse de a poco como una corriente política, que, independiente de lo que uno pudiera pensar sobre ella, tenía todo el derecho de existir.

Yo llegué ahí más bien por experiencias, fracasos y vacíos en la izquierda más “oficial”; estuve un tiempo en la jota (Juventudes Comunistas) en los 80; me radicalicé dentro de ella y para la época del plebiscito estuve en un grupo trotskista en que duré mucho tiempo. Las alternativas que yo había buscado eran dentro de la izquierda marxista-leninista; fuera de eso no se visualizaba que hubiera nada.

A principios de los noventa se vivió una coyuntura donde se desintegró el bloque soviético o “socialismo real”. La izquierda chilena osciló entre una cierta adaptación a lo que es la “transición”; en esa época el Partido Comunista (PC) era casi concertacionista. Cuando empezó el gobierno de Aylwin, el PC ni siquiera se definía como oposición de izquierda, sino que asumía una postura de “independencia constructiva”.

Tenías esa opción o estaba la selva de la ultraizquierda que quedó muy confundida, destrozada, donde la única que seguía haciendo acciones armadas era totalmente lunática, como el Lautaro o el frente autónomo (FPMR); y el oportunismo de esa izquierda “radicalizada” era tal que recuerdo que en una lista trotskista que hicimos para la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile –Fech- fue imposible llegar a acuerdos con los socialistas allendistas o con los socialistas comandantes, porque no se atrevían a plantearse como oposición de izquierda al gobierno.

Eso le pasó a mucha gente que venía con una experiencia dentro de la izquierda tradicional más o menos reformista o armada incluso. Entonces allí se generó una franja amplia de gente diversa que venía de la izquierda tradicional y que vimos al anarquismo con buenos ojos porque parecía una corriente política que, por lo menos a nivel chileno, no tenía manchas en cuanto a haber colaborado con nada. Parecía como la bandera de la izquierda revolucionaria más coherente en ese momento.

Cuando yo estaba en la jota las lecturas prohibidas eran Trotsky, Mao…, mientras que en el trotskismo eran Bakunin, Kropotkin. Para la mayoría de la gente, inclusive para mí, la situación del anarquismo partía de un supuesto: uno sabía que existía y que había existido en varias partes dentro del movimiento obrero clásico, pero no tenía ninguna expresión actual, en ese momento.

ACCIÓN DIRECTA Y CADÁVER EXQUISITO

Muchos amigos de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile de esa época simpatizábamos con el anarquismo; había una identificación muy abstracta y muy general con él, más allá de lo que conocíamos, en una época en que toda la izquierda estaba transando o “dando la hora”.

Casualmente entré en contacto con gente que estaba trabajando en el periódico Acción Directa, una publicación impresa que sacó solo dos números (1990-91). Ellos empezaron a ir a marchas de la izquierda, eventos en los cuales uno podía verlos. Para mí ver la presencia concreta de anarquistas fue algo bastante importante, al igual que para todos los que teníamos esa identificación más general.

Ellos mencionaban que habían tenido un local (en la calle Londres), cerca de la iglesia de San Francisco, que compartían con los verdes del Instituto de Ecología Política (IEP); allí habían aglutinado a mucha gente, pero tuvieron una experiencia negativa con los punks. A nivel numérico éstos habían engrosado el movimiento, pero, a nivel de contundencia, no era significativo su aporte.

Hubo unas reuniones, muy amplias, que se hicieron con un tipo que había estado exiliado en Francia y allá se había hecho anarquista, era un ex mapucista al que le decían “Lolo” (Jorge Saball). Ese sujeto era uno de los anarquistas más serios que había en Chile, por lo menos a nivel teórico. Era el que más conocía distintas experiencias, distintos autores. Él trabajaba de nochero en una ONG de tecnología alternativa (Teckne) que quedaba por Gran Avenida y ofrecía ese local para hacer reuniones. Solían ir más de 20 personas a cada reunión; era lo que había quedado de Acción Directa, pero ampliado.

En las reuniones en el local del Lolo –quien falleció de cáncer en 1991- existía la intención de formar una orgánica más o menos permanente y seria. Pero allí ya empezaron a verse algunas fricciones, como que los viejos que militaban en el anarquismo mas tradicional eran muy “aparatistas”; estaban más bien interesados en que la cosa tuviera una orgánica más o menos definida, que tuviera un nombre, un timbre, para poder mostrarle a la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) española y a gente que había en el sur, cómo funcionaban aquí. Lo veían en base a cómo generar una orgánica que no era muy distinta a la de la izquierda tradicional. Fue con una ideología diferente pero con una lógica similar.

Esto empezó a funcionar y había colectivos de distintas partes que reflejaban un anarquismo diverso, que iba desde el anarquismo estudiantil violentista de gente del ex Pedagógico hasta otro más poblacional; un anarquismo universitario un poco más reflexivo, y, además, los viejos, que venían del anarcosindicalismo clásico como Hugo Carter y del anarquismo “específico”, como José Ego-Aguirre. En ese sentido fue una experiencia bastante interesante, porque asumimos que el anarquismo había existido en Chile y había sido importante. Ahí te encontrabas con restos de esa época junto a toda esta corriente actual.

Dentro de la gente más joven había diferencias entre los que privilegiaban la acción violenta en las calles y otros que participaban en corrientes para nada violentas, inclusive algunos eran pacifistas; todo eso no calzaba mucho.

Cuando nos coordinamos en base al grupo de Acción Directa, había una idea ambiciosa, cierta unidad conceptual, donde la coordinación para marchas u otras tareas se veía como fruto de eso. La idea era apuntar todos para el mismo lado y eso hacía necesaria esas coordinaciones, y las hacía fracasar también porque lo que había bajo la bandera del anarquismo en esa época era demasiado distinto. O sea, habían cosas que tenían poco que ver, más bien, era un alcance de nombre en torno a la idea de “anarquía”, con finalidades y formas de funcionar muy distintas, pero estaba la idea de darle cierta coherencia a través de esas coordinaciones.

Ahí conocí a alguien que yo identificaba como anarquista, pero a quien no respetaba mayormente en lo político, porque estaba más asociado al fenómeno futbolero (Alcy, más tarde conocido como “Anarkía”, uno de los “líderes” de la barra Los de Abajo del club de fútbol Universidad de Chile)…

En la época que me invitaron yo llegué con un grupo de la Escuela de Derecho, éramos unas cuatro o cinco personas que, al ver que existía anarquismo concreto, organizado y funcionando, nos interesamos mucho más en el tema y empezamos a trabajar más dentro de esa escuela. Nuestra influencia dadaísta o surrealista nos hizo autodenominarnos «Colectivo Anarquista Cadáver Exquisito» (denominación que causaba las risas de todo el mundo, tras ver puestas juntas las dos primeras palabras: en esa época no se había difundido aún la idea de que la anarquía implica organización).

Entre las acciones, procedimos a dejar en las paredes una versión impresa -y creo que ilustrada- de la virulenta «Carta al Papa», de Antonin Artaud, donde lo trata de «Papa perro» y termina diciendo «no necesitamos tu cuchillo de caridades». Fue todo un éxito. La gente la odió y trataron de romperla. Menos gracia causó, en todo caso, la declaración pública del Colectivo que celebraba la muerte de Jaime Guzmán -con sólidos argumentos-, y que estuvo pegada en los patios de la escuela por varias semanas, en dos o tres papelógrafos. La declaración era bastante lapidaria, atacaba todo a izquierda y derecha, y tenía un tono poético/subversivo que habíamos adquirido por la lectura atenta y colectiva de cuanto panfleto surrealista podíamos conseguir en esos años. Luego de un mes más o menos, apareció destruida una mañana.

Y en ese momento la cosa empezó a tirar para arriba y se vio que había muchos colectivos universitarios que reivindicaban el anarquismo. Había gente en Ingeniería de la U de Chile, en Antropología y Psicología de la misma universidad.

CAE Y EL DUENDE NEGRO

Hubo una vez una reunión anarquista muy grande en verano, donde apareció demasiada gente. Seguimos los universitarios trabajando juntos y de ahí se formó la Coordinadora Anarquista Estudiantil –CAE- y surgió a la vez la idea de hacer una revista. Porque Acción Directa fue impresa con plata de anarquistas europeos, por eso hubo dinero como para mandarla a imprenta, pero fue una cooperación puntual que después no existió y el colectivo no subsistió y, como no había prensa anarquista, surgió la idea de hacer El Duende Negro a nivel estudiantil, primero con unos números fotocopiados, pero interesantes.

Me acuerdo haber estado redactando y sacando fotocopias en Ingeniería de la Chile; en una época la presencia en esa escuela era mínima, pero el muchacho de allá era del Centro de Estudiantes, trabajaba en la radio de la U, y nos aseguraba el local para las reuniones. Ahí se mandaron a fotocopiar los primeros números; después, como el año 1994, se hizo un número en imprenta bastante masivo: 500 ó 1.000 ejemplares (se imprimió en Gráfica La Nostra Stampa, un taller de retornados anarquistas que funcionó entre 1993 y 1998); ese fue el punto máximo que eso alcanzó.

Dentro de esa lógica quisimos unir a los grupos universitarios, básicamente unos anarquistas de la universidad de La República, otros de Ingeniería de la U de Chile y el grupo de la Escuela de Derecho; se fundió todo eso y se generó el CAE. De todas formas estaba la idea de seguir funcionando con los otros grupos de Santiago, que en realidad estaban creciendo bastante por esa época, donde primaba la idea de las coordinaciones, que se diferenciaba de la izquierda tradicional que tenia una lógica de orgánica única. Se aceptaban las distintas formas de organización como válidas y se buscaba coordinar cada cierto tiempo todo lo que había a nivel de la Región Metropolitana.

También hicimos algunos sabotajes a campañas electorales dentro de la universidad. Por ejemplo, se iba a realizar un foro para elecciones de la Fech; nosotros llamábamos a la gente de las otras universidades, y, como éramos muy pocos, saboteábamos el asunto haciendo preguntas medio cabronas y rompíamos la propaganda. Todo ese tipo de cosas durante un tiempo, hasta que llegó un punto en el que el voto nulo y la abstención ganaron, lo que trajo como consecuencia una federación con nula legitimidad (60 % de voto nulo o abstención 1991–1992). Sacamos una declaración en la cual decíamos que habíamos ganado en cuanto al llamado a no participar en las elecciones, pero sabíamos que era un proceso natural que coincidió con nuestra postura. Si bien fuimos uno de los primeros grupos en asumir esa deslegitimación como necesidad, de igual manera se iba dando como un proceso natural.

Y los viejos eran tan militantes que, por ejemplo, Ego de repente empezó a hacer funcionar un colectivo como de 30 ó 40 adolescentes, sencillamente porque un día iba en la micro, vio a unos muchachos con aspecto medio punk que en sus mochilas tenían rayada la A dentro de un círculo. Él les empezó a hablar, de si conocían lo que era la anarquía, y en base a eso después terminaron juntándose todos los sábados en el cerro Huelén (Santa Lucía). Eran mucha gente. El viejo iba y les hablaba, incluso sacaban un pasquín (el grupo se llamaba RAR). Ego siempre se definió como “estudiante anarquista”; tenía ya 80 años y nunca había parado de estudiar.

LUCHA CALLEJERA

Hay algo que yo creo que nos afectó mucho, en un contexto donde la mayoría de la gente que había combatido durante los años 80 ahora estaba asimilada al sistema y ya no había movilización callejera. Se dio un poco el error -que si lo pienso en ese contexto era justificable-, el error de ensalzar demasiado la lucha callejera violenta y de hecho muchas de las afinidades que surgían con eso partían de ahí. En particular el ex Pedagógico se transformó en un escenario donde por lo menos una vez por semana salíamos a la calle.

Encontrábamos necesario, natural, totalmente justificable hacer esa acción, durante casi todo un año todos los jueves se salía. Ya no estaba ni siquiera claro por qué lo hacíamos; no era como antes, que se salía para el día del joven combatiente, para el 11 de septiembre, sino que era la idea de marcar presencia en terreno combatiendo “algo”, algo que no sabías bien si lo estabas combatiendo adecuadamente, pero parecía que por medios violentos era “revolucionario” y no “reformista”.

El CAE ideológicamente no compartía la lucha callejera como fin en sí mismo, pero en la práctica nos tentaba mucho; sentíamos que era obligación estar ahí, como una forma de legitimarse. Se asumía que era necesario para el funcionamiento anarquista estar en la calle. Había anarquistas que no estaban de acuerdo con eso, que eran tratados de reformistas; ahí pesaba mucho la lógica de gente del ex Pedagógico, a la cual nosotros nos uníamos.

En una época el Lautaro estuvo muy cerca; al principio, para un día del joven combatiente, participaba sólo lo que quedaba de la ultraizquierda (FPMR, MIR), y los anarquistas. Repartíamos incluso las tareas entre los grupos. Terminó siendo bastante patético. Inclusive una vez había, al enfrentarse con carabineros en la calle Macul, una bandera negra, una del Lautaro y una cubana; eso era como la “señal” en la calle. Mientras, alguien le gritaba a los pacos con la bandera negra en la mano: “esta es la que te va a matar conchetumadre”.

Otra vez recuerdo que en una salida a la calle unos encapuchados quemaron la bandera española, y sacaron aplauso; la bandera gringa, y de nuevo aplausos. Sacaron luego una chilena… y se produjo un silencio terrible, hasta que empezaron a echarle bencina al trapo y los “mirachos” y “manolos” aullaban enrabiados: “muchos compañeros murieron por esa bandera”…. Amenazaron con “molos” pero finalmente se retiraron, muy indignados. Los “cabros” la quemaron igual y ahí se sabía que todos los que seguimos en la calle luego de eso no éramos patrioteros sino internacionalistas.

En este sentido, no creo que haya sido en base al trabajo que todos nosotros hicimos, pero la palabra “anarquismo” empezó a utilizarse mucho para definir ese sector social que no se acomodaba a la transición y que estaba por acciones mucho más radicales, mezcla de militancia y estilo de vida contracultural.

Una vez que hubo una manifestación en el centro bastante masiva, creo que era una marcha convocada por agrupaciones de derechos humanos (1990-91); estaba la embarrada en el centro, y era raro porque no convocaba ni el PC ni ninguna de las organizaciones que podían haber legitimado tener algo ahí. Y recuerdo que en el titular de La Segunda apareció el Intendente de Santiago diciendo “son anarquistas que sólo buscan sembrar el caos”… estábamos ahogados de la risa en la CAE y Acción Directa, porque cachábamos que no era por nuestra obra, pero decíamos: “putas que hemos trascendido”.

Se asumía que el espacio callejero no era de la izquierda tradicional, por ende permitía diferenciarse de ella. En esa época en que el PC hablaba de no hacerle olitas al gobierno, porque la Concertación tenía labores sociales que eran importantes y no se podían menospreciar, entonces estar en la calle “dejando la cagá”, era para ese esquema como “hacerle el juego al pinochetismo” (en la verborrea correspondiente con la fina tradición estalinista de calumniar a todo lo que esté a su izquierda).

La convicción de que eso no era así te hacía tratar de demostrarlo en los hechos, saliendo la mayor cantidad de veces posibles. A mi juicio, lo que pasaba era que los de la última ola de la lucha antidictatorial radicalizada al máximo, los camaradas que éramos quinceañeros el “año decisivo” (1986), vimos claramente y desde el principio que la “transición” no era lo que todo el mundo ofrecía o esperaba. Había una confluencia de elementos que venían del MIR, del Frente, que estaban medios descolgados. Muchos de ellos fueron a dar al anarquismo, no con una convicción “ideológica”, sino que era la única trinchera de la cual podían colgarse en ese momento y la violencia más organizada venía de esos sectores. Los anarquistas en general eran más hormonales para la lucha; no eran tan “técnicos”.

En ese mismo período se dio una escisión fuerte entre los que eran punks que tendían un poco al anarquismo y no atinaban mucho, y los anarquistas mucho más militantes y organizados, que eran ya como una contracultura específica dentro de la izquierda chilena, en particular muy cerrados y muy conservadores en varios temas. De ahí vino de parte mía la ruptura con esa orgánica, me interesó meterme de lleno en el punk, politizándolo.

LA CULTURA DEL “CARRETE”

La cultura del “carrete” era una de las columnas vertebrales de los colectivos. De hecho cuando comenzó a darse esa coordinación para la lucha callejera en el “Peda”, era usual que los muchachos, cuando salían a la calle, aquellos que eran más combativos eran los mismos que más “chupaban”. Y después del reventón contra los “pacos”, venía el reventón alcohólico, y era muy extraño, una especie de lumpenización de la ultraizquierda, en cierta forma.

Era el reconocimiento de que ya no estábamos haciendo una lucha importante dentro de los márgenes de la sociedad chilena; era una lucha más bien de estilo de vida. Entonces, el ser radical en la calle, implicaba a la vez ser radical en el “carrete”, y la afinidad venía de ahí al punto de que fue una especie de etiqueta anarquista de la época ser muy bueno para “chupar”. Pero no fue algo que decidiéramos conscientemente, se dio así no más.

Era una época en que el grado de alienación que existía era mayor que en dictadura. En dictadura por lo menos uno conocía lo que era la solidaridad antidictatorial, el tener una causa súper definida en cuanto al enemigo a combatir. En cambio, en el primer gobierno de la Concertación esa claridad se perdió y hubo una confusión enorme, donde la izquierda se desperfiló totalmente mientras el grueso de la población se dedicó a disfrutar del modelo endeudándose.

La izquierda que “la llevaba” en la lucha antidictatorial, por más que uno pudiera estar en contra de los comunistas, podía verificar que estar ligado al PC en los años 80 era algo “positivo”, proactivo… Mucha gente entraba a las organizaciones de la izquierda porque se sentía que desde allí se luchaba contra la dictadura. En los 90 eso se perdió, y estar vinculado a la cultura anarquista implicaba combatir esa alienación por todas las formas posibles, que incluía por cierto “borrarse” un poco en las noches.

Primaba la violencia en el estilo de vida. Como te asumías en estado de guerra permanente, podías salir a beber con un par de amigos y, al ir camino a tu casa de noche, empezar a volcar cosas en las calles y atacar vidrieras de bancos; era como una especie de vandalismo aplicado a las calles. El estado anímico a la vez facilitaba un poco hacer esas cosas, ya que era un estado etílico, pero había mucho de eso. Recuerdo haber ido a “carretear” a barrios “cuicos”, bebiendo en la calle y volcando todas las bolsas de basura en las casas, dejándolas clavadas en las rejas, meando los autos de esos sectores y por puro “pastelerío”. Con ese accionar sentíamos que éramos anticapitalistas, pero en el fondo era un tipo de “carrete”.

La edad de los integrantes de los colectivos fluctuaba entre 21 y 22 años y había de todo. Empezó de a poco a surgir un anarquismo más o menos poblacional que permitió que el promedio se popularizara un poco más, pero se puede decir que la gran mayoría eran universitarios, era un anarquismo de clase media desencantada.

REFLEXIÓN EUROPEA

Al terminar la carrera de Derecho (1994), estuve luego en Suecia donde unos parientes, y pasé también a España y Marruecos. A la vuelta, la violencia callejera había disminuido en Chile; eso a mí me pareció bien, porque lo que pude ver, sobretodo en España, era que el sector político que más propiciaba ese tipo de acciones como fin en sí mismo era algo como “fascistas de izquierda” (heideggerianos de izquierda, podría decirse).

Una corriente que crecía peligrosamente en Europa eran los fascistas “anticapitalistas”, y su propaganda, su discurso, su visual, era como una mezcla que parecía discursivamente entre anarquista y ultraizquierdista. Esa corriente crecía mucho en base a la violencia callejera; yo me daba cuenta estando allá, que pregonar y practicar el enfrentarse en la calle con lo que fuera era más bien un ritual.

En el ex Pedagógico varias veces ni siquiera llegaron los pacos, pero el asunto era estar ahí, rompiendo todo, encapucharse, incendiar muchas cosas y después te ibas para la casa tranquilo. Incluso en muchos casos después de la manifestación te emborrachabas con la gente en los pastos del Peda comentando: “Oh, puta la güeá combativa que hicimos hoy”.

En España me di cuenta de que ese tipo de cosas favorecía más a la ultraderecha que a una izquierda radical, y además ahí me di cuenta que la Confederación Nacional del Trabajo –CNT- y los anarquistas más organizados, eran tan formalistas y a-históricos como el marxismo. Eran viejos que mantenían el local, iban a reuniones, cotizaban. No parecían estar dispuestos a hacer mucho más que eso.

El grueso de la gente que hacía cosas, ya sea dentro del antifascismo o del punk, no tenían nada que ver con la CNT. Lo único que la CNT hacía (en Granollers, que fue donde me quedaba) era tener un local financiado por el Estado, como un sindicato o una especie de multisindical, que lo abrían una vez por semana porque no iba gente. Había un viejo que habría el local, y tenían una biblioteca; no eran mala gente para nada, pero era una cosa del pasado. Todos los jóvenes de Granollers y La Roca que hacían actividades las realizaban por fuera.

En todo caso, algo que me ha marcado para siempre, lo vivencié en el local de la CNT de Granollers. El viejo que se encargaba del local, Narcis creo que se llamaba, había sido de la Juventud Comunista Ibérica al principio. Su hermano mayor, del Partido Obrero de Unificación Marxista (Poum) –trotskista-, murió en combate durante la guerra civil española. Él combatió en la milicia del Poum, pero cuando los estalinistas la disolvieron y prohibieron al Poum en 1937, Narcis entró a las columnas que eran de la CNT. Decía que muchos poumistas hicieron eso para salvarse de la represión estalinista. Y él finalmente se hizo anarquista.

Lo impresionante fue que en la biblioteca de la CNT tenía documentos de la fábrica en que trabajaban él y muchos camaradas en Granollers; hacían algo metálico, no recuerdo qué, y lo adaptaron a las necesidades de la revolución, haciendo unas piezas de fusil. En esos documentos se anotaba el salario a pagar: salario igual por el mismo tiempo de trabajo, y constaba además lo que cada trabajador donaba para el frente, que variaba, pero nunca era poco. Me contó lo mismo que después leí en la pluma de Orwell: el control obrero absoluto en los primeros meses.

Decía que luego de la sublevación fascista (1936) se demoraron un par de días en ir de Granollers a Barcelona (que estaba por lo menos en 1994 como a media ahora en tren), y que al llegar allá el panorama era alucinante: no había Estado burgués, sino autogestión generalizada, y milicias en las calles, en actitud combativa pero tremendamente humana. Las fábricas y sectores de la economía que producían artículos para la satisfacción de necesidades reales intercambiaban a través de las organizaciones proletarias. Narcis remató su relato diciendo: “digan lo que digan, escriban lo que escriban yo vi y viví eso y voy a morir sabiendo que la sociedad libertaria es posible”. Después me regaló varias revistas, un llavero y un lápiz de la CNT/AIT (Asociación Internacional de Trabajadores).

ANARCOMARXISMO

Cuando volví a Chile, mi postura con el anarquismo tradicional organizado que había era que no estaba siendo muy interesante. Lo de la FAL (Federación Anarquista Libertaria) -redundante empezando por el nombre- y todo eso, terminó en la lógica dicotómica entre un anarquismo de estilo de vida y un anarquismo militante más ligado a ese modelo a-histórico de la CNT y todos esos grupos europeos.

Además, ideológicamente empezó a manifestarse un problema: mucha gente que venía del marxismo y la evaluación que daban de lo que había significado el marxismo no era muy clara. Gente como yo asumíamos a Marx como una lectura que nunca hace mal, la puedes usar o no, criticarla; pero la mayor parte de esas personas tenían una postura radicalmente anti marxista. Para ellos Marx era sinónimo de Stalin automáticamente, y del PC chileno, entonces no transaban. Había una postura muy minoritaria, que asumíamos que no había que temer al “marxismo”, sobre todo en esa época que más que estar de capa caída estaba en decadencia y la experiencia socialista y de todos esos países era criticable incluso dentro de los términos marxianos.

Yo tenía un problema, ya que dentro de las asambleas anarquistas era conocido como “marxista libertario”; me odiaban bastante por eso. Marxista libertario era como ser un lobo con piel de oveja, porque en el fondo para su imaginario debíamos tender a “pasar máquina”. Hugo Carter y esos viejos me odiaron, pese a que yo postulaba que el marxismo hoy en día no era más que unos cuantos libros y que nuestro marxismo no tenía nada que ver con el PC. Me respondían que era como tratar de diferenciar entre Cristo y la religión católica.

Mi cultura política pasó de lleno al “marxismo libertario”. Ya no me interesó seguir escuchando los insultos de esa gente que, además, llegó a niveles de patetismo tan grande, que algunos estudiantes tenían carné de la sección chilena de la AIT, de un “sindicato de oficios varios”. Yo les preguntaba en qué trabajaban y decían “no trabajamos pero nos asumimos como futuros trabajadores”, ante lo cual yo respondía que yo era egresado de Derecho y no quería afiliarme anticipadamente al Colegio de Abogados.

Por esa época cayó en mis manos Rastros de Carmín, de Greil Marcus: una curiosa historia secreta del siglo XX que liga de manera fascinante a los Sex Pistols con los situacionistas, letristas y otras “herejías”. Luego La sociedad del espectáculo, de Guy Debord (hubo un edición chilena, hecha por gente de la revista Nexo, hacia 1995), y me di cuenta que la postura del “marxismo libertario” o el “anarcomarxismo” no era un invento personal, refugio solitario al que uno llegara luego de percibir tanto a una y otra tienda política como callejones sin salida. Los situacionistas sintetizaron el marxismo revolucionario y las vanguardias de la negación estética (luego de dadá, el surrealismo y el futurismo), actualizando la teoría y praxis radical como un movimiento de superación tanto del marxismo como del anarquismo tradicionales, en un nuevo terreno, proletario y libertario: comunismo antiestatal. Pero eso es otra historia.

Foto: Guy Debord

por Tristón Tsarro

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