Crónica: Testimonio de una zurcidora

“Cualquiera que intente labrar un terreno nuevo ha de tener cuidado con el uso del arado, pues parece sensato no tocar aquella parte del suelo que ya ha dado buenas cosechas” (Peter Burke) Conversamos con la señora Rosa Ester, quien nos cuenta de un particular oficio, hoy prácticamente extinto

“Cualquiera que intente labrar un terreno nuevo ha de tener cuidado con el uso del arado, pues parece sensato no tocar aquella parte del suelo que ya ha dado buenas cosechas” (Peter Burke)

Conversamos con la señora Rosa Ester, quien nos cuenta de un particular oficio, hoy prácticamente extinto. La señora Rosa dedicó su vida al zurcido chino, una técnica de reparación de la vestimenta bastante común en las décadas pasadas, pero que debido a la mayor facilidad de compra de prendas nuevas, se ha ido perdiendo.

El testimonio de la Señora Rosa fue obtenido hace un par de años, cuando las actuales galerías de Arturo Prat, dedicadas a la papelería e imprentas, albergaban diversos negocios de zurcido chino.

La historia de vida presentada por la Señora Rosa nos imbuye en su particular labor, en el rescate de su oficio, así como también en su interés artístico por mantener vivas las raíces chilenas. La modestia frente a su particular labor deslumbra, como también conmueve oír su clamor ante el fin de un oficio que hoy en día no encuentra sustento.

“Nací en la ciudad de Santiago, bautizada como Rosa Ester, por ahí por los años 30. Mi  padre, Don Evaristo Morales, mi madre, Sonia Delfín. Finalmente hija única, por esas cosas del destino mis dos hermanos no llegaron a los 30, desde los 14 era yo solita. Pasaba mucho tiempo en el negocio de mi padre, de pequeña conocí el oficio del zurcido. En ese entonces al local de Zurcido Chino estaba en calle San Diego, claro que hubo varios cambios de local, pero siempre en el barrio, siempre en las galerías que antes vivieron un gran esplendor. Hoy terminamos en calle Arturo Prat, en otra galería, siempre resistiendo a las bajas, agradeciendo las altas.

Como decía, aprendí el oficio de mi padre, todo el día metida en el negocio. Mi padre, Don Evaristo, aprendió el oficio del zurcido casi solito. Le interesó el trabajo desde que tuvo la necesidad de ingeniárselas para trabajar. Siempre de Santiago, vivenció grandes cambios a la par que daba vida al zurcido, a la especial técnica. Requería, sigue requiriendo, una gran destreza el trabajo del zurcido, se necesita bastante paciencia para seguir el oficio. Hubo un gran esplendor en al aprendizaje del zurcido, debido a la alta demanda de trabajos, daban ganas, había trabajo. Hoy, ninguno de mis nietos se ha interesado en heredar este oficio, antes era común que se heredara la técnica entre los familiares, los cercanos. Hoy, he tenido algunos aprendices, pero no terminan, se aburren. Se pierde el interés por la baja de demanda de los trabajos. La gente ya no arregla sus valiosos vestidos, hoy van y se compran otro, lo que ha hecho subir los precios de los trabajos y bajar el número de la clientela.

Mi padre aprendió el oficio de curioso, algo de emprendedor tenía el viejo. Corrían los tiempos de Aguirre Cerda y Antonio Ríos, aún se mantenían antiguas tradiciones. Era bastante común que las señoras de alcurnia recurrieran al zurcidor para arreglar vestidos caros, de esos importados, principalmente traídos de Francia o varios elaborados acá con telas importadas también. Además había una carga emotiva con la vestimenta, se quería la ropa, se apreciaba no tan sólo por su alto costo, sino por lo que recordaba. Llegaban vestidos de novia hermosísimos, uno que otro de primeras comuniones de niñas inquietas que los habían roto y querían legarlos a sus hermanas, cosas así. Por eso, se requería el servicio y estaban dispuestos a pagar el alto costo que tenía. Con los años, se sumaba más tipo de gente, de clase media, con la misma idea de legar sus vestidos a las siguientes generaciones y tenían otra carga, por el costo del vestido y  también mayor afectividad. Como dije antes, hoy eso se ha perdido, la ropa es desechable.

De este tipo de negocios sólo quedan un par o tres. Hay un zurcidor japonés por ahí al frente, algo más antiguo que el negocio de mi padre, pero que no ha cambiado de lugar. Nosotros, también desde que asumí el negocio, hemos tenido que trasladarnos, pero siempre en el barrio.

Comencé a aprender el oficio a los 14 años más o menos, de manos de mi padre pude agarrar la técnica. Es un trabajo muy minucioso, agotador, requiere bastante destreza y práctica. Trabaja con agujas especiales, la idea es que el zurcido sea casi invisible, que no se note el arreglo, lo cual se logra bastante, porque el trabajo queda impecable. Si aprendes bien el oficio, siempre dejarás un buen trabajo. Yo tuve años de práctica, siempre acompañando a mi padre en la tienda. Hasta que el murió y yo seguí con el negocio. Mi marido se sumó en el negocio un tiempo, no zurcía, pero ayudaba en las otras labores, como de entrega o ver asuntos contables. En los comienzos en que asumí el negocio, incluso trabajaba hasta con tres zurcidoras más, pero con el tiempo, se redujo el número de personas que podíamos llevar el negocio. Hoy trabajo con una persona, más que nada por el arduo trabajo que sigue siendo el zurcido y para cumplir con los plazos de nuestra escasa clientela.

Hay muchas anécdotas que se me vienen a la memoria sobre trabajos rápidos y de clientela muy selecta. Llegaban varios personajes, por ahí hubo un presidente asiduo a la tienda, de quien no quiero revelar el nombre, pero fumaba pipa empedernidamente. También muchas esposas de presidentes que venían con sus vestidos todos amononados, que se les habían hecho algún tajo por ahí y necesitaban un arreglo rápido para sus compromisos, importantes cenas, cosas así. Una vez incluso llegó una chiquilla, hija de un connotado personaje, que le había sacado el vestido a su madre y lo había rasgado,  y que requería con suma urgencia el reparo de la prenda antes de que su madre se diera cuenta del hecho. Ahí estábamos nosotros para dar solución a todas esas particulares urgencias. Muchas de esas anécdotas ocurrieron por los 50 y 60, diversas cosas por el estilo, pero nosotros sólo nos preocupábamos de hacer bien la pega y así nos hacíamos de una clientela fiel.

Hacia la llegada del golpe, la verdad es que no tengo mucho que decir, nunca me interesó la política, ni la cosa de los bandos o extremos, no sé. La verdad es que desde el zurcidor no vimos muchos cambios, sólo lo de las colas recuerdo, de mala manera, pero la verdad es que no lo mantengo como un recuerdo muy nítido, sólo observaba, veía lo que tenía que ver, pero como dije, no me gusta ni me interesa hablar de esas cosas.

Por esos años, la verdad es que se me viene a la memoria la visita de familiares desde el campo, unos primos que venían para determinadas fechas. Venían de la Sexta Región, de Rengo. No les interesaba mucho el oficio que tenía. Siempre me llevaba a mis sobrinos pequeños a conocer la tienda, mostrarles lo que hacía pero no les llamaba mucho la atención. Hace años, traté de enseñar el oficio a una de mis hijas, en algún momento se entusiasmó, como pasatiempo, pero se aburrió, es que requiere mucho tiempo, y con los estudios y esas cosas, no le daba el tiempo. Así que debo reconocer que hoy no hay nadie a quien pueda legar el negocio; reconozco, sé, que conmigo se morirá la tienda y quizás el oficio. Ya no se requiere, si ya andamos apretados, no se ve futuro a esto. Quedará como un oficio antiguo, algunos lo recordarán, será los testimonios, los interesados por estas cosas.

En cuanto a mis pasatiempos. Por supuesto que no paso encerrada en el zurcidor, sino que en mi tiempo libre participo de un grupo folclórico, organizado por una sede comunal. Siempre ensayamos, una que otra cueca, unos bailan, otros tocamos. Personalmente, toco la guitarra, me gusta recitar también. La música sana el alma, uno se desprende de las cosas que lo rodean, la música llena espacios vacíos, alegra, lo alimenta a una.

Cuando mis hijas eran pequeñas siempre les tocaba canciones para niños, recitaba las típicas canciones, bailábamos, era muy entretenido. Se me viene a la memoria una cancioncita muy popular. Si se está permitido, yo siempre tengo mi guitarrita en el local. Como recuerdo, la letra va así:

¡Buenos días, su señoría!

Mandandirun dirun dan.

Yo quería una de sus hijas,

Mandandirun dirun dan.

¿A cuál de ellas la quería?

Mandandirun dirun dan.

Yo quería a mi Rosita

Mandandirun dirun dan.

¿Qué oficio le pondremos?

Mandandirun dirun dan.

La pondremos de costurera,

Mandandirun dirun dan.

Ese oficio no le agrada,

Mandandirun dirun dan.

La pondremos de cocinera

Mandandirun dirun dan.

Ese oficio no le agrada,

Mandandirun dirun dan.

La pondremos de planchadora,

Mandandirun dirun dan.

Ese oficio no le agrada,

Mandandirun dirun dan.

¡La pondremos de zurcidora!

Mandandirun dirun dan.

Ese oficio sí le agrada,

Mandandirun dirun dan

¡Qué linda esta canción! Siempre me recuerda a mis hijas, cuando pequeñas. La Rosita, la Magdalena y Consuelito. Le metía y recalcaba la palabra zurcidora, para ver si les gustaba, siempre se reían. Tantos recuerdos, son más cosas familiares que de la época en que se vivía, como la situación de país y esas cosas. Mi marido opinaba más del país, yo sólo escuchaba. Parece siempre interesar la opinión de quienes vivimos esa época, la verdad es que el tema cansa, no sé.

Bueno, hablaba de mis pasatiempos. Está lo del grupo y nuestras presentaciones. Siempre que se presenta la oportunidad, no sólo en fiestas patrias, actuamos para la comunidad. Siempre hay reuniones, amigas que asisten a talleres de artesanía, juntas de vecinos, a veces se organizan bingos, siempre que se requiera y sea pertinente, nos pegamos unas cantaditas. Tenemos hasta bailarines, unos amantes de la cueca y el vals. La verdad es que hacemos lindas presentaciones y nos entretenemos bastante.

Bueno, es todo lo que puedo contar. Me preguntarán por más anécdotas, pero casi todas redundan en lo mismo. Siempre hubo algo de misterio en este oficio, algo que el zurcido tenía que tapar. Muchos vestidos de novia, ternos rasgados en salidas nocturnas, un sinfín de cosas que podría relatar, pero no es mi intención recalcar ello. Sólo puedo decir que he sido zurcidora de sueños, de mis propios sueños y que he estado conforme con cada cosa que he hecho, en lo personal y desde mí hacia mi familia.

Sólo me queda hacer hincapié en lo consciente que estoy del fin de este oficio, de la llegada de la ropa desechable, de la desaprensión con el vestuario que todos llevamos y que son testigos de tantas vivencias en nuestras vidas, sabiendo vestir y cubrir nuestros sueños. Sueños que yo misma he mantenido vivos, gracias a mi oficio y a mi afición, la gran pasión que me ha traído la música y el compartir con quienes amo.

Espero que todo esto sirva para recrear los aspectos bonitos de una vida, una vida común como cualquiera, con sus matices, con los matices que cualquier vida debe tener,  que cada vida construye a partir de sí misma. Agradezco el interés, espero que sea de agrado para quien se detenga en estas palabras. Sólo resta un saludo afectuoso a quien se ha preocupado por querer plasmar este humilde testimonio.

Gracias”.

Por Guillermo Álvarez

Tomado de Sangría

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