Estas obscenas ilustraciones históricas muestran las oscuras perversiones de los egipcios

Pensar y tener sexo son dos actividades tan naturales como obligatorias para el ser humano, la preservación de la especie nos lo exige

Por Andrea Peña

23/02/2017

Publicado en

Artes / Cultura / Tendencias

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Pensar y tener sexo son dos actividades tan naturales como obligatorias para el ser humano, la preservación de la especie nos lo exige. Más allá del deseo y el placer, practicarlo es una cuestión de vida o muerte. Se trata de la respuesta instintiva a estímulos de todo tipo, esto como recompensa por llevar a cabo el acto que el proceso evolutivo ideó para perpetuar la vida y asegurar la descendencia.

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Tal concepción escapa del simplismo reduccionista de la moral cristiana, que se expandió por el mundo en los últimos dos milenios y se encargó de recluir todo lo relacionado con el sexo en una prisión ética; argumentando que el placer, el reconocimiento del cuerpo y su expresión son parte de un comportamiento ofensivo para Dios. Algo que debe suprimirse y encerrarse junto con otras “depravaciones” tan intrínsecamente humanas como naturales; sin embargo, no siempre fue así.

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Antes de que existiera la palabra “pecado” y la mitología cristiana, incluso antes de la Antigua Grecia y de la Civilización Romana, los pueblos de todo el mundo rendían culto al sexo y reconocían el sitio que ocupa en la vida diaria.

En la cosmovisión egipcia, el sexo era parte sagrada dentro del ciclo de la vida. Las mujeres y los hombres que se asentaron sobre el borde del Nilo creían en una vida después de la muerte. Sabían que a pesar de que se trataba de conceptos contrapuestos, ambos mantenían una relación que se plasmaba en los instantes más significativos para ellos: el nacimiento, y la defunción. Sin uno, el otro no podría existir y la vida no tendría equilibrio alguno. El punto exacto donde estos estados convergían era precisamente el acto sexual.

En 1824, en medio de la obsesión occidental por Egipto (especialmente de las expediciones inglesas y francesas), una antigua reliquia vio la luz por primera vez en miles de años. Se trataba del Papiro 55001, una inscripción egipcia elaborada hace más de tres milenios; también conocida como el Papiro de Turín, la representación sexual gráfica más antigua de la que se tenga registro.

El papiro se divide en dos partes, la primera cuenta fábulas propias de la cultura egipcia, con animales realizando labores humanas, la segunda es polémica y representa una imagen de un prostíbulo de Tebas, una de las llamadas “casas de cerveza” que se convertían en santuarios del sexo y erotismo. A pesar de su importancia histórica, el documento se mantuvo oculto durante al menos un siglo por la ignorancia y los tabúes de antropólogos e historiadores.

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El lienzo incluye 12 ilustraciones de escenas sexuales explícitas entre hombres y mujeres, en múltiples posiciones sexuales y con una alta carga de erotismo. A pesar de que la versión más común en los círculos de expertos afirma que se trata de un archivo con importancia ritual y fines místicos; tal y como ocurre con un famoso tratado, un milenio más joven, el Kama Sutra. Otra corriente mantiene en pie la posibilidad de que se trate de la representación de una escena común en la sociedad egipcia o una simple ilustración conservada con fines eróticos sobre las prácticas sexuales.

En el papiro aparecen mujeres preparándose para el momento de clímax y hombres expectantes. En otra región del mismo, se muestran parejas durante la penetración, de formas tan creativas como desafiantes a la moral actual: ambos de pie y la mujer con una pierna sostenida en el aire por el hombre, de espaldas a su amante que sujeta su cabello o en la misma posición con ella sobre un carruaje mientras es penetrada.

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El papiro erótico de Turín incluye elementos que hacen referencia a Hathor, diosa del amor y la música. En una escena, una mujer deja caer una lira mientras tiene sexo con un hombre y, en al menos un par de veces, aparece la flor de loto, simbolizando la sexualidad como parte de un ciclo vital, que atraviesa la luz (vida) y oscuridad (muerte); abriendo y cerrando tal como ocurre con la acción natural de esta especie en el norte de África. Se trata de una concepción del sexo como renacimiento y renovación, acto fundamental del equilibrio del cosmos y el orden del Universo.
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