Dona tu piel para ‘crear’ una raza nueva

Tras visitar Senegal, Che Marchesi se dio cuenta de que el ser humano trata constantemente de transformarse: emular las características de una raza a la que no pertenece. Los blancos se tumban al sol como lagartijas en verano para ponerse morenos, y los negros emplean productos químicos para aclarar su piel. Con 'Transracialismo', el artista cultivará células de pieles de diferentes razas y las unirá en una, como si Adán y Eva surgieran de un laboratorio de la mano de un dios en la Tierra

Despertamos en la vida como animales pero salimos de ella como humanos, un ser que durante años se esconde bajo la piel. A veces esta es pecosa, anaranjada y se arruga con la ductilidad de la arena; también las hay que son negras como negra parece la tierra roja de Kenia a medianoche; otras son blancas, como si un ciego viese por primera vez y sus ojos se encontrasen directamente con el sol. La piel, además de ser la frontera más íntima y propia, marca la raza. En el empeño por alejarnos del ser primigenio, transformamos nuestro pelo, nuestro cuerpo, nuestro pellejo. Corre, humano, corre: te persigue el cíborg.

Este reajuste —adaptar quien somos en quien nos gustaría ser— a veces resulta ridículo. «Los senegaleses se reían cuando veían a los blancos tumbados al sol, vuelta y vuelta, mirándose los brazos cada cinco minutos para ver si se habían puesto morenos. Pero por otra parte, los dermatólogos del país intentan combatir la manía del aclaramiento porque trae muchísimos problemas; las mujeres usan cosméticos para que su piel sea menos negra, y estos productos, procedentes de Mali, están hechos con hidroquinina, un compuesto que obtienen del anticongelante. Y aquí tenemos a los tanoréxicos, personas que llegan a dar nombres falsos en centros de rayos UVA para darse más sesiones de lo permitido». Quien habla es Che Marchesi, un artista madrileño de 52 años convencido de queel concepto de raza es una estupidez.

En ocasiones, las ideas acuden a nosotros con premura. Si eso sucede, lo habitual es materializar la ocurrencia lo antes posible para que, al fin, te deje en paz. Extenuar la idea, agotarla, sacudírsela de encima. Marchesi, que en sus visitas a Senegal vio que las personas traspasan las razas para acercarse a una que no les ‘corresponde’, observó ese choque entre la mutación y la naturaleza como un chispazo. Lo primero fue experimentar consigo mismo: durante un verano entero llevó parches circulares por el cuerpo. Las zonas cubiertas quedaron más claras, y el resultado fue una imagen que le servía como recurso retórico —y algo simple— para expresar lo que quería: el color de piel no determina la raza.

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El siguiente paso fue trasladar el experimento a dos mujeres: una senegalesa y una española. Ambas accedieron a modificar la pigmentación de un área de su cuerpo con cosméticos. «Realicé dos biopsias en cada una de las chicas: una en la zona clareada de la senegalesa y otra en su piel normal, y lo mismo con la española», explica el artista. «Después separé fibroblastos y queratinocitos, los responsables de hacer la dermis y la epidermis, e hice cultivos de piel. ¿Qué sabíamos los científicos y yo antes de hacer los cultivos? Que iban a ser exactamente iguales. Lo que da un color diferente es la melanina, sí, pero las células son idénticas».

La piel universal

Che Marchesi se dijo a sí mismo lo que cualquiera le habría replicado: quecentrar la raza en la piel es un reduccionismo absoluto —y absurdo—. «Podemos fijarnos también en el pelo o en la forma de los ojos. Sin duda, un antropólogo te dirá que el término raza no significa nada, pero un biólogo afirmará que sí, que corresponde a un conjunto de características marcadas por la genética. La gente habla de negros en general, pero África es enorme. Hay unos watusis altísimos y unos bantúes enanísimos. ¡No puede haber más diversidad! ¿Qué tiene que ver un islandés con un griego? ¿Son blancos los dos? ¿Dónde está el límite de la raza? A mí en Senegal me confunden con un chino».

Lejos de deshacerse de esa idea inicialmente párvula, Marchesi, como un buitre que acude a un muladar a por alimento, recurrió a su equipo de científicos —del Instituto Ramón y Cajal de Investigación y del Instituto de Investigaciones Biomédicas ‘Alberto Sols’ (CSIC)— para saber qué ocurriría si recogiese diferentes muestras de piel, cultivase las células y las uniese después. «No se ha hecho nunca», le respondieron. «A través de una historia artística se produce un experimento científico que no se había realizado antes. Solo llegar ahí me parece realmente importante», apunta el artista.

La idea última, como si la hubiese gestado en un calor uterino, es una piel global donde estén representadas todas las ‘razas’ posibles. Para ello, Marchesi pide donaciones de piel, extractos que realiza a través del servicio de Dermatología del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. De momento solo cuenta con cuatro, pero espera llegar, al menos, a doce: «Me gustaría tener rarezas, como muestras de un inuit o de un aborigen australiano. Lo que quiero es coger esos fibroblastos y queratinocitos, cultivarlos y juntar todos esos cultivos en una sola oblea universal, que es un juego casi religioso».

Pocas cosas producen más desazón que pretender cambiarse a uno mismo y no conseguirlo, un sentimiento similar al de ir a cenar, abrir la nevera y descubrir que el último alimento está lleno de moho. Frente al desasosiego, solo hay dos opciones: abrazar la lectura de este proyecto artístico y desquitarse de la raza o encomendarse a una tecnología futura que perfeccione los cosméticos con los que modificar nuestra piel. El horror vacui de nuestro siglo.

 

Por Noemí López Trujillo / Gonzoo

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