Científicos logran importante avance para comprender la intensa emoción prococada por la música

El experimento logró explicar la emoción y los escalofríos provocados por las piezas musicales favoritas, a través de ciertas conexiones entre regiones cerebrales específicas.

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Lo que pasa con el cuerpo cuando escuchamos la música que amamos es algo que muchas personas hemos experimentado. Escalofríos, un estremecimiento que sube por la espalda y hasta sentimiento de genuina felicidad. Pero cómo es que nuestras piezas musicales favoritas nos afectan mental y físicamente, ha sido un misterio para los investigadores durante siglos.

Con el desarrollo de tecnologías cada vez más avanzadas, nuevos equipos pueden medir la actividad cerebral, lo que ha permitido a los científicos tener, por fin, una idea más clara sobre este fenómeno.

En sus últimos esfuerzos por entender los escalofríos que provoca la música en el cuerpo, un grupo de investigadores de EEUU convocaron a amantes de la música que experimentaban sensaciones de euforia al oír ciertas piezas y a otros que casi nunca sentían algo parecido.

«Siempre me ha fascinado entender cómo una sucesión de tonos en el tiempo, tiene la habilidad de evocar sensaciones tan grandes», señala Matthew Sachs, estudiante de la Universidad de Southern California, quien condujo el estudio junto a sus colegas de las Universidades de Harvard y Wesleyan.

Más de 200 personas participaron en un experimento y llenaron una serie de cuestionarios online. De ellos, los investigadores seleccionaron 10 para formar el grupo «con escalofríos» y otros 10 para el grupo «sin escalofríos».

Antes de ser sometidos a los escaners de cerebro, los participantes entraron en un laboratorio a escuchar su música favorita. Las piezas iban desde autores como Wagner hasta Coldplay, pasando por toda clase de estilos.

Usando una batería de tests, los investigadores midieron las respuestas psicológicas de los voluntarios a la música que trajeron y a otros temas elegidos como pruebas de control. Las pruebas permitieron al equipo observar que, aunque todos los participantes se consideraban amantes de la música, no todos experimentaban la curiosa sensación de escalofríos.

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Luego, con el monitoreo cerebral a través de una técnica de escaner llamada imagen por resonancia magnética con tensores de difusión (DTI o ITD), el examen mostró cuán conectadas están las diferentes partes del cerebro y cuán fuerte es la comunicación neuronal entre ellas.

Los resultados mostraron diferencias en cómo se conectan tres áreas claves del cerebro, y estas diferencias coincidieron con la separación entre los grupos con y sin escalofríos. Los que sentían escalofríos tenían más fibras nerviosas que iban desde la corteza auditiva, fibras necesarias para la habilidad básica de escuchar, hasta otras dos regiones: la corteza insular anterior, involucrada en procesar los sentimientos, y la corteza prefrontal media, que se encarga de monitorear las emociones y darles valor.

El trabajo, publicado en Social, Cognitive and Affective Neuroscience, aún está en su fase temprana, pero si los resultados se sostienen, podrían significar un hito en la comprensión sobre el efecto de la música en la psicología humana. «Los escalofríos son una sensación que tenemos cuando pasamos frío, [por eso no es fácil entender] que en respuesta a la música, se paren los pelos y se ponga la piel de gallina», señala Sachs. «Es muy difícil saber si esta conexión entre la corteza auditiva y estas otras regiones se correlaciona con algo aprendido en el tiempo, o si estas personas tienen naturalmente más fibras. Todo lo que podemos decir es que hay diferencias [concretas] que podrían explicar el comportamiento que vemos».

Robert Zatorre, a neuroscientífico de la University McGill, en Montreal, Canadá, dice: «La evidencia indica que esta interacción entre los sistemas auditivo y emocional es la base del placer musical, y las personas que experimentan una emoción más fuerte y directa con la música tienen una conexión más fuerte». Estos resultados coinciden con lo que Zatorre ha observado en sus propios experimentos.

Fuente, The Guardian

Traducción, CCV, El Ciudadano

 

 

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