EDITORIAL

Chile y la mutación de su política

La política tradicional chilena está cerrada por sus dos caras, las que conforman, en rigor, una misma corroída imagen. Una derecha apoyada en un modelo neoliberal inviable, como lo muestran los desastres en los países vecinos y las extendidas manifestaciones en Chile, No + AFP dixit. Y una socialdemocracia, igualmente mercantil y vendida al financiamiento de las grandes corporaciones, hoy en el centro de la corrupción y el desprestigio. En esta clausura, la mirada se vuelve hacia abajo, a las organizaciones sociales y sus representantes.

Por paulwalder

31/03/2017

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El país ha ingresado, y tal vez también sumergido, en un nuevo proceso electoral, un breve y estridente periodo político que pareciera transitar por los mismos cauces que han ordenado la política chilena durante los últimos 27 años. Un nuevo espectáculo levantado por aparentes adversarios, que se han turnado, con algunos sesgos no ciertamente reales, la administración del Ejecutivo durante ese periodo. La instalación como candidatos, inicialmente levantados como estrellas del espectáculo por las encuestas de opinión, de dos figuras del duopolio, nos augura una repetición del mismo tinglado que vivimos desde hace décadas. Los políticos chilenos se las han arreglado para mantenerse a flote pese a la miseria de sus acciones y del descalabro de la misma política.

La presencia destacada en las encuestas de los perfiles de Sebastián Piñera y Alejandro Guillier, con todos los matices que puedan haber entre ellos, es la expresión de un orden sólo sostenido por la inercia: no hay coherencia entre los altos grados de repudio a la clase política o los históricos niveles de abstención electoral con el apoyo que concitan en las encuestas Piñera y Guillier.

El binominal se ha apoyado desde el final de la dictadura sobre un orden político y económico que hace agua. Todo el espectro parlamentario de los partidos tradicionales es tributario de aquel modelo, nunca mejor expresado por los profusos e impresentables casos de corrupción que han estrechado a las empresas con los parlamentarios mediante pagos ilegales. Si ésta es la expresión política de este orden, la económica, basada en el mercado y el lucro, en la privatización de todas las actividades económicas y sociales, tiene su manifestación en un país no sólo lleno de exclusiones y discontinuidades, sino de abierta y evidente injusticia.  Una injusticia derivada de un orden económico avalado y estimulado por la clase política.

Contamos con un país entregado al gran capital para lucrar con sus recursos naturales y su población mediante abusos laborales, económicos o ambientales. Tras más de dos décadas bajo este modelo extremo el resultado es una abierta crisis social con múltiples manifestaciones, las que van desde la desintegración de las comunidades, la pérdida de sus territorios y modos de vida por la irrupción del capital extractivo al aumento de la delincuencia como otra expresión de la desigualdad, la exclusión, la publicidad y el marketing y la desintegración social.

Piñera, además de estar hasta el cuello en escándalos de corrupción, parece un zombie de la política. Se ampara en un modelo que tras su naufragio flota a la deriva. No sólo en las grandes cifras y estadísticas económicas, que no es poca cosa, sino porque no tiene futuro. Sólo basta mirar un poco hacia el resto de la región para constatar que el orden de mercado no tiene ya más cabida en nuestros países. El caso de Mauricio Macri en Argentina, que llegó a la Casa Rosada por la confusión levantada tras los gobiernos peronistas, es un claro ejemplo de la inviabilidad del neoliberalismo tardío. Una experiencia que en el Brasil de Michel Temer se halla en un callejón sin salida. Que Piñera exprese públicamente su amistad y admiración por Macri es sin duda una acción que nos llena de inquietud. Piñera, en su megalomanía sin límites nos conduciría ciertamente en sentido contrario a las grandes demandas sociales e históricas.

Macri y Temer están allí por  el fracaso de las socialdemocracias sumidas en escándalos de corrupción, pero también por una incapacidad de profundizar los programas de inclusión ciudadana. Han sido oportunidades perdidas, las de Brasil y Argentina, las que posiblemente no volverán en el corto plazo a repetirse. La vinculación de la política con las grandes corporaciones escribió un capítulo en la historia latinoamericana, que ha sido también su gran lápida.

Es este también el caso chileno con su corrupta socialdemocracia anclada al gran capital. A la vergüenza de los infames pactos con los grandes grupos económicos y sus mezquinos intereses, estas coaliciones que aún intentan llamarse de izquierda, suman la traición a sus electores. Hoy cansados de votar por quienes han gobernado y legislado a favor de sus millonarios amos, la ciudadanía les ha dado la espalda.

Las encuestas de opinión se han convertido en un espejismo, en una distorsión que favorece al establishment y el statu quo. En un escenario de extrema confusión y cambios bruscos en las corrientes de opinión, estos sondeos han perdido la capacidad de predecir el clima social y político. Tenemos los ejemplos del Brexit, de la elección de Trump y del plebiscito por la paz en Colombia, por citar algunos, eventos alterados por tendencias de mayor profundidad e inestabilidad. Todos contextos líquidos, y también aplicables a nuestra acotada política.

Con las salidas al actual trance chileno, si no necesariamente cerradas, pero sí estrechadas y acortadas, ninguna propuesta presidencial basada, ya sea en más impulsos al mismo orden o con nuevos matices, tiene la carrera ganada. Es un momento, a diferencia de otras elecciones, en que los discursos externos al duopolio, si bien no hegemónicos, sí se han tomado importantes espacios en la agenda pública. Desde aquí ya han emergido nuevas propuestas políticas. En las próximas semanas y meses sabremos cuál es su extensión y alcances.

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