Paulina Porizkova: America me convirtió en una feminista

Solía pensar que la palabra  “feminista” apestaba a inseguridad

Por Priscilla Villavicencio

11/06/2017

Publicado en

Género / Tendencias

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Solía pensar que la palabra  “feminista” apestaba a inseguridad. Una mujer que necesitaba declarar que era igual a un hombre era lo mismo que si se parara en la calle a gritar  estar gritando que era inteligente o valiente. Si lo eras, no necesitabas decirlo. Pensaba esto porque en ese entonces era una mujer sueca

Yo tenía 9 años cuando entré por primera vez en una escuela sueca. Recién llegada de Checoslovaquia, fui intimidada por un muchacho por ser una inmigrante. Mi única amiga, una pequeña niña, le dio un puñetazo en la cara. Me quedé impresionada. En mi país anterior, una chica intimidada se quejaba o lloraba. Miré a mi alrededor para ver lo que mis nuevos compañeros pensaron de la hazaña de mi amiga, pero nadie parecía haberla notado. No tardé en comprender que en Suecia, mi poder era de repente igual al de un muchacho.

En Checoslovaquia, las mujeres llegaban a casa luego de un largo día de trabajo a cocinar,limpiar y servir a sus maridos. A cambio, esas mujeres eran objeto de persuasión, ignoradas y abusadas ocasionalmente, como animales domésticos, coo vacas lecheras que podían enloquecer si no sabías exactamente como manejarlas.

En Suecia, las tareas hogareñas eran divididas equitativamente. Rápidamente mi propio padre estaba cocinando y limpiando también ¿Por qué? El se había divorciado de mi madre y casado con una mujer sueca

 Paulina Porizkova, Milan, 2010/Vittorio Zunino Celotto

Llegando ya a la secundaria, los chicos querían besarnos y tocarnos, y las chicas  se convirtieron enun grupo de reinas benevolentes dispensando favores. Mientras más los chicos nos deseaban, más poderosas nos volvíamos. Ciando una chica elegía otorgar sus favores, el suertudo chico era envidiado y celebrado ¿Avergonzar a la puta? ¿Qué es una puta?

Los condones eran provistos por la enfermera de la escuela sin preguntas. La educación sexual nos enseñaba los peligros de las enfermedades venéreas y embarazo no deseado, pero también se enfocaba en cosas entretenidas como la masturbación. Que una chica fuera dueña de su propia sexualidad significaba que era dueña de su cuerpo y de ella misma. La mujeres podían hacer cualquier cosa que los hombres pudieran, pero además — cuando ellas lo elegían —podían tener bebes. Y eso nos hacía más poderosas que los hombres. La palabra «feminista» parecía anticuada; ya no había un uso para ella.

Cuando me mudé a Paris a los 15 años para trabajar como modelo, lo primero que me golpeó fue lo diferente que actuaban los hombres. Abrían puertas para mi, querían pagar mi cena, parecían pesar que era demasiado delicada o estúpida para cuidar de mi misma.

En lugar de sentirme celebrada, me sentí patrocinada, tratada con condescendencia. Reclamé mi poder en la forma que lo había aprendido en Suecia: siendo sexualmente asertiva. pero los hombres franceses no funcionan de este modo. En discos, yo ponía mi ojo en un extraño atractivo, y bailaba hacia el haciéndole saber que lo había elegido. Más a menudo de lo esperado escapaban, y cuando no lo salían corriendo me preguntaban cuanto cobraba.

En Francia las mujeres sí tenían poder, pero uno secreto, como un cuchillo escondido en el tacón. Todo se trataba de manipulación:  la zorra sexy que atrae al hombre para hacer su apuesta. No fue sino hasta los 18 años cuando llegue a Estados Unidos y me enamoré de un Americano que realmente reacomodé mis nociones culturales .

Resultó que a mayoría de America no creía que el sexo fuese un hábito saludable o una moneda de cambio. En lugar de eso era algo secreto. Si mencionaba la palabra masturbación, los oídos se ponían rojos. ¿Orgasmos? Los hombres hacían comentarios de mal humor, mientras las mujeres se quedaban en silencio. Había una línea fina entre lo privado y lo vergonzoso. Una ex ginecóloga me habló del clima cuando me hacía un examen pélvico, como si yo fuera una doncella victoriana que prefería no saber dónde estaban todas mis cosas.

En America, el cuerpo de una mujer parecía pertenecerle a todo el mundo menos a ella. Su sexualidad le pertenecía a su esposo, su opinion de ella misma a sus círculos sociales y su utero al gobierno. Se esperaba que fuera madre, amante, esposa y mujer de carrera (a una fracción del pago) mientras se mantenía perpetuamente jovial y delgada. En  America, los hombres imprtantes eran deseables mientras que las mujeres importantes tenían que ser deseables. Eso me llegó.

En la República Checa, los apodos para las mujeres, fueran dulces o amargos, entraban en la categoría de los animales,: bichita, gatita, vaca vieja, cerda. En Suecia, las mujeres son las regidoras del universo. En Francia, las mujeres son objetos peligrosos para atesorar y temer. Para bien o para mal, en esos países, la mujeres conocen su lugar.

Pero a la mujer americana se le dice que puede hacer cualquier cosa y luego la tumban en el momento en que lo prueba.  En e proceso de adaptación a mi nuevo país, mi poder de mujer sueca comenzó a marchitarse. Me uní a las mujeres al rededor mio que luchaban tratando de hacerlo todo y fallaban miserablemente. Ahora no tengo otra opción que sacar la palabra feminista del polvoriento baúl donde la tenía guardada y pulirla un poco.

Mi nombre es Paulina Porizkova, y soy una feminista.

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