Los pesos pesados del Partido Republicano cierran filas con el candidato pese a las continuas salidas de tono

Los últimos resistentes contra Trump buscan un tercer candidato

Caen uno a uno y cada vez quedan menos que se resistan. Los pesos pesados del Partido Republicano cierran filas con su candidato a las elecciones presidenciales de noviembre, el magnate neoyorquino Donald Trump.

Por Patricio Araya

02/06/2016

Publicado en

Mundo

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1464793107_400275_1464803618_noticia_normal_recorte1Caen uno a uno y cada vez quedan menos que se resistan. Los pesos pesados del Partido Republicano cierran filas con su candidato a las elecciones presidenciales de noviembre, el magnate neoyorquino Donald Trump. No importa que en el pasado les insultase. Ni que ellos mismos, hasta hace unas semanas, le considerasen un «cáncer» para el conservadurismo, como dijo el exgobernador de Texas Rick Perry, ahora converso al trumpismo. Sólo un grupo muy reducido se resiste y especula con una tercera candidatura. Tres nombres destacan: el excandidato presidencial Mitt Romney, el senador por Nebraska Ben Sasse y la gobernadora de Nuevo México, Susana Martínez.

El club de insultados, humillados y despreciados contrarios a Donald Trump acaba de perder a uno sus miembros más conspicuos, el senador por Florida Marco Rubio. Rubio, hasta hace unos meses la gran esperanza del Partido Republicano, fue uno de los rivales de Trump en el proceso de primarias. Trump le llamaba little Marco, el pequeño Marco, y se burlaba de los sudores que le inundaban en los debates televisados. Rubio llamaba a Trump estafador y decía que era un peligro para la seguridad nacional poner a su alcance el botón nuclear.

Todo olvidado. Rubio dice que para él será un placer hablar en la convención de Cleveland (Ohio), que en julio consagrará a Trump como candidato. No es la única víctima que sucumbe. Para el senador por Arizona, candidato presidencial en 2008 y prisionero de guerra en Vietnam, John McCain, no ha sido un problema que Trump se mofase de heroísmo: ahora le apoya. Y, como Rubio y McCain, decenas de republicanos que al principio no se tomaron en serio la candidatura del magnate neoyoquino, después se le opusieron al constatar que rompía con la ortodoxia del partido y finalmente llegaron a idéntica conclusión: mejor Trump que la probable candidata demócrata, Hillary Clinton.

Otro argumento: la promesa de Trump de nombrar jueces conservadores en el Tribunal Supremo, cuyo poder para definir el curso de la sociedad estadounidense —en cuestiones como el aborto, las armas de fuego o los derechos civiles– excede al de la Casa Blanca o el Congreso.

Queda por sumarse al movimiento un personaje central en la constelación conservadora: Paul Ryan, speaker o presidente de la Cámara de Representantes, y auténtico ideólogo del republicanismo durante los años de Barack Obama. A él se deben las propuestas más afinadas de recortes en el estado del bienestar, propuestas que colisionan de frente que las ideas de Trump. Ryan ya ha dicho que le une con Trump el deseo de derrotar a Clinton, y ha dado a entender que lo acabará apoyando. Pero se ha reservado la declaración explícita de apoyo, con la esperanza de convertir a Trump —un hombre sin una ideología codificada, capaz de contradecirse en una misma frase— a la ortodoxia conservadora.

Ryan confiaba en que, tras convertirse en el nominado in péctore, hace un mes, Trump rebajaría el volumen, sería más presidencial. No ha sido así. Continúa insultando a diestro y siniestro. Cree que su papel de bully, de acosador de patio de colegio sin pelos en la lengua le ha servido para derrotar a 16 rivales republicanos y llegar donde está ahora, a un paso de la Casa Blanca. No está dispuesto a aceptar lecciones de nadie. Es indomesticable, y esto complica las cosas para algunos conservadores a los que, por disciplina de partido, les gustaría defender a su candidato, pero que no se ven haciendo campaña por un demagogo xenófobo y machista.

El resistente más conocido es Romney, que hace cuatro años ocupaba la plaza de Trump: candidato republicano a la presidencia. Romney ha dicho que se siente obligado a atacarlo porque un día sus nietos le preguntarán: «¿Y tú qué hiciste para frenar Trump?» Otro miembro del exiguo club anti-Trump es el senador Sasse, un cristiano evangélico apegado a los valores familiares y al dogma conservador de un Estado federal reducido mínimos.

Ambos ha merecido los epítetos de Trump, como la gobernadora Martínez, que además de republicana es mujer e hispana, dos grupos clave para ganar elecciones y a los que Trump ha ofendido. Por criticar en privado la retórica contra los inmigrantes de Trump y por reservarse el derecho a apoyarle, Trump se ha lanzado contra ella. Trump tiene la piel fina. Si no le rinden pleitesía, se siente agraviado. «Ella no fue amable», se justificó Trump esta semana. «Y, ¿creéis que voy a cambiar? No cambiaré. Tampoco con ella».

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