¿Biopiratas o biocorsarios?


Por Director

16/06/2007

Publicado en

Actualidad

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Durante decenios, se han venido descubriendo nuevos fármacos a partir
de animales y de plantas exóticos. Hoy día, genes de especies y de
subespecies raras son también útiles para producir nuevas especies, ya
sea por ingeniería genética o por hibridación ordinaria. Los
medicamentos, y ahora también las nuevas especies, se suelen patentar.
Esto plantea un problema para los países en vías de desarrollo que
podrían utilizarlos. Los monopolios de las patentes sobre variedades
de animales y de plantas, de genes y de nuevos medicamentos amenazan
con perjudicar a los países en vías de desarrollo de tres maneras.

En primer lugar, aumentando los precios de tal manera que la mayoría
de los ciudadanos no tenga acceso a estos nuevos desarrollos; en
segundo lugar, frenando la produccion local cuando el propietario de
la patente lo decide; en tercer lugar, en lo que concierne a las
variedades agrícolas, prohibiendo a los agricultores la continuacion
de su cultivo como se ha venido haciendo durante miles de años.

Así como EE.UU. –un país en vías de desarrollo a principios del siglo
XIX– se negó a reconocer las patentes de Gran Bretaña –un país
desarrollado–, los países en vías de desarrollo de hoy en día tienen
que proteger los intereses de sus ciudadanos oponiéndose a estas
patentes. Para evitar los problemas causados por los monopolios, no
hagamos monopolios. ¿Hay algo más sencillo que esto? Pero para hacer
esto los países en vías de desarrollo han de tener el apoyo de la
opinion pública mundial. Esto implica enfrentarse a un punto de vista
enérgicamente defendido por las empresas: el derecho de los
accionistas de las empresas de biotecnología de arrogarse monopolios
sin preocuparse por las consecuencias que estos tienen para los demás.
Esto implica oponerse a los tratados que EE.UU., persuadido por estas
empresas, impone a través de amenazas de guerra económica sobre la
mayor parte del mundo.

No es fácil estar contra una idea defendida por tanto dinero. Por ello
algunos han propuesto el concepto de «biopiratería» como enfoque
alternativo. En lugar de oponerse a la existencia de los monopolios
biológicos, esta postura tiene como objetivo entregar al resto del
mundo una parte de sus beneficios. La exigencia es la siguiente: las
empresas de biotecnología que cometen biopiratería cuando basan sus
trabajos en variedades naturales, o en genes humanos descubiertos en
países en vías de desarrollo o entre poblaciones indígenas –y por
tanto, tendrían que estar obligadas a pagar royalties por ello.

La «biopiratería» seduce a primera vista porque se aprovecha de la
tendencia actual hacia poderes monopolistas cada vez más grandes y
numerosos. Va en el sentido de la corriente en vez de ir en contra.
Pero no resolverá el problema. El motivo es que las variedades y los
genes útiles no se encuentran en todos los lugares, y no están
repartidos de manera igualitaria. Algunos países en vías de desarrollo
y algunos pueblos indígenas serían afortunados y recibirían sumas
sustanciales con este sistema, al menos durante los veinte años que
dura una patente; algunos correrían el riesgo de enriquecerse hasta el
punto de provocar una dislocación cultural, que los llevaría a un
segundo episodio una vez se hubieran gastado las riquezas. Durante
este tiempo, la mayor parte de estos países y de estos pueblos
recibirían poco o nada de este sistema. Los royalties de la
«biopiratería», así como el sistema de patentes en sí mismo se
convertirían en una especie de lotería.

El concepto de «biopiratería» presupone que es un derecho natural la
posesión de una planta, de variedades animales y de genes humanos. Si
aceptamos esta afirmación, es difícil poner en cuestión el derecho
natural de las empresas de biotecnología de poseer una variedad
artificial, un gen o un fármaco y será por lo tanto difícil rechazar
la exigencia de los accionistas de un control total y mundial sobre su
utilizacion.

La idea de la «biopiratería» ofrece a las multinacionales, y a los
gobiernos que trabajan para ellas, una vía fácil para cimentar
definitivamente su régimen de monopolio. Mostrándose magnánimas,
pueden conceder una pequeña parte de sus ingresos a algunos pueblos
indigenas afortunados; a partir de este momento, cuando alguien se
cuestione si las patentes biológicas son una buena idea, las empresas
podrán citar a estos pueblos indígenas junto con el mito del «inventor
genial muerto de hambre» para desmentir a quienes los impugnan como
saqueadores de oprimidos.

Lo que de verdad necesita la gente que se encuentra al margen del
mundo desarrollado, para su agricultura y su medicina, es liberarse de
todos estos monopolios. Tienen que tener libertad para fabricar
medicamentos sin pagar royalties a las multinacionales. Tienen que
poder cultivar y criar todo tipo de plantas y animales para la
agricultura; y si deciden utilizar la ingeniería genética, tendrían
que poder realizar las modificaciones genéticas que respondan a sus
necesidades. Un décimo de lotería a cambio de una parte de los
royalties gracias a algunas variedades y a algunos genes no compensa
la pérdida de su libertad. En efecto, es condenable que las empresas
de biotecnología conviertan los recursos genéticos naturales mundiales
en monopolios privados, pero lo que es verdaderamente condenable no es
acaparar la propiedad legítima de otro, sino privatizar lo que tendría
que ser público. Esas empresas no son biopiratas. Son biocorsarias.1

Richard Stallman
Traducción castellana del inglés: Marisa Pérez Colina & Miquel Vidal

Copyright (c)1997, 1999, 2000 Richard Stallman
Se permite la copia y la reproducción literal de este artículo en su
totalidad y por cualquier medio, siempre y cuando esta nota se
preserve.

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Notas al pie
… biocorsarias.1
El término inglés utilizado por Richard Stallman es bioprivateers, un
juego de palabras intraducible con el término privateers, el cual hace
referencia tanto a la noción de «privatizadores» como a la de
«corsarios» [N. de la T.].

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