Columna de Opinión

Por una educación sin brechas de género: avanzar con urgencia, coherencia y escucha activa

Las niñas y los niños de nuestro país merecen una experiencia educativa plena, que les permita aprender y crecer sin las ataduras de estereotipos, prejuicios ni desigualdades históricas.

Por una educación sin brechas de género: avanzar con urgencia, coherencia y escucha activa

Autor: El Ciudadano

Por Paulina Araneda

El trabajo de la Comisión Técnica por una Educación sin Brechas de Género, convocada por el Ministerio de Educación, constituye una señal política significativa. No solo se reconoce la persistencia de desigualdades entre niñas y niños en el sistema escolar, sino que se abre un camino institucional para abordarlas de forma estructural. Sin embargo, para que esta señal se traduzca en transformaciones reales, debe estar acompañada de decisiones concretas, acciones multiescalares y una hoja de ruta que convoque a toda la comunidad educativa y al país.

Una de las claves para el éxito de este proceso es dotar a las recomendaciones de un enfoque temporal claro. Necesitamos propuestas que articulen medidas de corto, mediano y largo plazo, con mecanismos de seguimiento que mantengan viva la conversación pública y favorezcan una cultura de cambio sostenido. Solo así será posible generar un estado de ánimo colectivo que refuerce el compromiso social con la equidad de género en la educación.

Otro aspecto fundamental es que las propuestas sean «desafiantes, pero realizables». No basta con diagnósticos certeros ni con buenas intenciones. Se requieren medidas concretas que movilicen al profesorado, las familias, las comunidades educativas y, sobre todo, a niñas, niños y jóvenes. La escuela no puede sola. Necesita de una sociedad que valore su rol y la respalde activamente en esta tarea transformadora.

Las brechas de género no son una abstracción ni un fenómeno aislado. Afectan profundamente las trayectorias educativas y vitales de niñas y niños en todo el país. Las niñas, en particular, enfrentan mayores dificultades para destacar en ámbitos como matemáticas o ciencias, se sienten inseguras al expresar sus ideas y encuentran obstáculos para habitar sus cuerpos con libertad. Esta realidad deteriora su autoestima, restringe su agencia y limita su derecho a imaginar y construir futuros diversos.

Por eso es tan relevante entender que la forma en que tratamos a las niñas —y cómo respondemos a ellas— incide directamente en su autopercepción, su confianza para aprender y su capacidad de desplegar sus talentos. Lo mismo ocurre con los niños, quienes aprenden a relacionarse con las mujeres a partir de esas mismas experiencias. Las aulas, por tanto, son espacios donde se juega no solo el presente educativo, sino también el futuro social del país.

Incorporar las voces de niñas, niños y adolescentes desde el inicio no es solo una buena práctica metodológica: es un imperativo ético. Ellas y ellos viven su experiencia educativa en tiempos y contextos distintos a los de quienes diseñan las políticas públicas. Es hora de acoger esa mirada y habilitar espacios genuinos de participación.

Hoy contamos con Consejos Consultivos de Niñez y Adolescencia en todas las regiones del país. Además, existen instituciones clave como la Subsecretaría de la Niñez, el Ministerio de Salud, la Defensoría de la Niñez y gobiernos regionales y locales. Es crucial que tanto sostenedores públicos como privados se sumen a este esfuerzo. Es tiempo de tejer alianzas intersectoriales para construir una política robusta, participativa y sostenida.

En este contexto, la relación con las familias adquiere una importancia renovada. Las transformaciones en las estructuras familiares y la reducción de espacios comunitarios han dejado a niñas y niños con menos oportunidades para la socialización amplia y segura. La escuela, entonces, se convierte no solo en un lugar de aprendizaje, sino en un espacio de encuentro y contención también para madres, padres y adultos cuidadores.

Coincido plenamente con muchas de las recomendaciones planteadas por la Comisión. Y las complemento desde la urgencia de actuar. No hay tiempo que perder. Las niñas y los niños de nuestro país merecen una experiencia educativa plena, que les permita aprender y crecer sin las ataduras de estereotipos, prejuicios ni desigualdades históricas. Para lograrlo, se requiere voluntad política, coherencia institucional y, sobre todo, una convicción profunda: otra educación —más justa, equitativa y humana— no solo es necesaria, sino posible.

Por Paulina Araneda

Directora ejecutiva Grupo Educativo


Las expresiones emitidas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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