La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en inglés NATO, nacida en 1949 como un pacto militar de la posguerra, ha evolucionado en un instrumento del imperialismo occidental, perpetuando conflictos, desigualdad y la explotación de recursos naturales en regiones como Medio Oriente. Desde una perspectiva de izquierda, la OTAN no solo encubre sus propias atrocidades, sino que alimenta una lógica bélica que amenaza la paz global, como se evidencia en su complicidad con el genocidio en Gaza y la reciente escalada contra Irán en 2025. En vísperas de su reunión del 24 y 25 de junio de 2025 en La Haya, donde se discutirá un aumento del 5% en el gasto militar europeo, urge un análisis crítico de su rol y un llamado a su disolución. Esta columna, examina la historia de la OTAN, sus impactos en la desigualdad global, su relación con el sionismo y el armamentismo, y propone un camino hacia la paz basado en la solidaridad internacional.
La OTAN se fundó para contrarrestar la Unión Soviética, pero tras la Guerra Fría se transformó en un brazo del imperialismo estadounidense, expandiendo su presencia con más de 800 bases militares en 70 países, según el Overseas Base Closure and Realignment Report (2015). Desde la posguerra, sus intervenciones en Irak (2003), Libia (2011) y Afganistán (2001-2021) han dejado un saldo devastador: millones de muertos, desplazados y economías destruidas, según la ONU. Como señala Noam Chomsky, “la OTAN actúa como un garante de la hegemonía occidental, no de la seguridad global” (Chomsky, 2003, p. 34). En Medio Oriente, su apoyo logístico y armamentístico a Israel, aliado clave, ha facilitado la ocupación de Palestina, calificada como genocidio por la Corte Internacional de Justicia (2024).
El establecimiento de Israel en 1948, auspiciado por Reino Unido y respaldado por potencias occidentales, convirtió al estado sionista en un “portaviones” de la OTAN en la región, con un arsenal nuclear no declarado, según el Bulletin of the Atomic Scientists (2023). Los recientes bombardeos israelíes y estadounidenses a instalaciones nucleares iraníes en Fordow, Natanz e Isfahán (junio de 2025) son un ejemplo de esta complicidad, violando el Artículo 2(4) de la Carta de la ONU. Estas acciones no solo desestabilizan la región, sino que perpetúan la explotación de recursos como el petróleo, manteniendo la dependencia de los países del Sur Global.
El modelo económico de la OTAN está intrínsecamente ligado al complejo militar-industrial. En 2024, el gasto militar global alcanzó los 2.4 billones de dólares, con Estados Unidos y sus aliados europeos liderando, según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI). La reunión de La Haya busca aumentar el presupuesto militar europeo en un 5%, lo que implicará recortes en salud, educación y vivienda, agravando la desigualdad social. Como apunta David Harvey, “el neoliberalismo convierte la guerra en una extensión de la acumulación capitalista” (Harvey, 2005, p. 159). Francia, bajo Emmanuel Macron, ha intensificado su industria bélica, con empresas como Dassault Aviation beneficiándose de contratos de la OTAN, mientras los trabajadores europeos enfrentan austeridad.

La narrativa de la OTAN sobre la “seguridad” oculta su rol en la perpetuación de la crisis financiera anglo-europea. La impresión masiva de dinero por parte de los bancos centrales, respaldada por el “oro negro” y la deuda global, ha enriquecido a las oligarquías financieras, como las vinculadas a la City de Londres. Sin embargo, la diversificación multipolar de la banca europea, con países como España invirtiendo en mercados emergentes (e.g., América Latina y Asia), según el Banco de España (2024), señala un giro hacia un orden económico menos dependiente de la hegemonía anglo-estadounidense. Este cambio, aunque incipiente, desafía la lógica bélica de la OTAN.
La OTAN no solo perpetúa conflictos armados, sino que refuerza la desigualdad global al priorizar los intereses de las elites sobre las necesidades de los pueblos. En Ucrania, su apoyo militar ha prolongado un conflicto que ha desplazado a 12 millones de personas (ACNUR, 2025). En Gaza, su respaldo tácito a Israel, que ha matado a más de 40,000 civiles desde 2023 (ONU), legitima un genocidio. Estas acciones contradicen el principio de seguridad colectiva de la ONU y alimentan la miseria humana, como denunció la eurodiputada Irene Montero: “Europa no necesita un 11 de septiembre, sino paz” (Montero, 2025).
La reciente declaración del presidente argentino Javier Milei, publicada en el Boletín Oficial (12 de junio de 2025), otorgando beneficios sociales a ciudadanos israelíes, ilustra cómo los aliados de la OTAN refuerzan el proyecto sionista. Aunque Milei lo enmarcó como un gesto “mesiánico”, esta medida, en un contexto de crisis económica en Argentina, prioriza intereses geopolíticos sobre las necesidades locales, un ejemplo de la lógica colonial que la OTAN perpetúa.
Desde la izquierda, la disolución de la OTAN es una necesidad urgente. Proponemos las siguientes acciones:
- Desarme y Reconversión: Redirigir los presupuestos militares hacia la reconstrucción de regiones devastadas por conflictos, como Gaza y Ucrania, priorizando salud, educación y vivienda. La ONU estima que 100 mil millones de dólares anuales podrían erradicar el hambre global, una fracción del gasto militar de la OTAN.
- Solidaridad Internacional: Fortalecer alianzas multipolares, como las lideradas por los BRICS, que prioricen el desarrollo sostenible sobre el armamentismo. Chile, con su tradición antiimperialista, debe abogar por sanciones contra Israel y Estados Unidos en la ONU.
- Control Popular: Establecer mecanismos de fiscalización ciudadana sobre los arsenales militares, inspirados en la experiencia chilena de la Contraloría (2025), que detectó la pérdida de 166 armas en las Fuerzas Armadas.
- Cultura de Paz: Promover una educación basada en la solidaridad, como propuso Recabarren, para contrarrestar los discursos de odio y el colonialismo simbólico que la OTAN legitima.
Europa, un continente cosmopolita con una historia de migración y resistencia, no debe ser rehén de la OTAN. La reunión de La Haya debe ser la última en suelo europeo. Los pueblos de Europa, como los de América Latina, África y Asia, deben unirse en un clamor por la paz, diciendo “no” a la guerra y “sí” a la cooperación. La OTAN, una “cofradía militar pasada a naftalina”, no representa a los ciudadanos que han sufrido las consecuencias de sus intervenciones.
El ejemplo de España, con su banca diversificando inversiones en mercados multipolares, muestra que es posible romper con la hegemonía anglo-estadounidense. Proyectos como el Corredor Bioceánico, que conecta puertos chilenos con Brasil, demuestran que la infraestructura puede servir a la integración, no a la guerra. Como afirmó Henri Lefebvre, “el derecho a la ciudad incluye el derecho a un mundo sin opresión” (Lefebvre, 1968, p. 174).
La OTAN, lejos de ser un garante de seguridad, es un instrumento del imperialismo que perpetúa la guerra, la desigualdad y la explotación. Su reunión de junio de 2025, que busca aumentar el gasto militar, agrava la crisis global. Desde una perspectiva de izquierda, inspirada en Recabarren y las luchas antiimperialistas, exigimos su disolución, la reorientación de recursos hacia la paz y la construcción de un orden multipolar basado en la solidaridad. Los pueblos de Europa y el mundo merecen una alternativa: un futuro sin cañones, donde la cooperación reemplace a la muerte. ¡Despierta, humanidad, y di no a la OTAN!
Por Daniel Jadue y Bruno Sommer