Por Alexis Flores Sepúlveda

Ya vienen las primarias. El domingo 29 de junio la izquierda se enfrentará a su espejo electoral. Ahí estarán, muy serios, los presidenciables del progresismo: Winter, Jara, Tohá y Mulet, compitiendo por el corazón de una izquierda que quiere parecer moderna, pero que todavía se persigna si escucha “identidad de género” demasiado cerca del almuerzo.
Claro, todos dicen estar por la igualdad, por los derechos, por el amor. Pero cuando uno se mete a sus programas con lupa, como marica desconfiada que ha escuchado promesas en cada elección desde 1990, lo primero que se nota es el clásico: “sí, pero con mesura”.
Al parecer, el miedo no es al fascismo, sino a parecer “demasiado inclusivos”. No vaya a ser que un
votante moderado se sienta invadido por la posibilidad de que la vida se homosexualice.
Programas con perspectiva… pero sin lente
Gonzalo Winter y Jeannette Jara al menos hacen el intento. Proponen una Subsecretaría de
Diversidad, ley integral trans, cupo laboral trans, filiación igualitaria. Aplauso. Pero todo dicho con
esa voz monocorde de quien no quiere asustar a nadie. Que no se note mucho, que no parezca
que estamos cambiando las cosas de verdad.
Carolina Tohá, por su parte, se pasea con el cartel del “socialismo democrático”, pero cuando se
trata de diversidad, ofrece apenas una mención tibia y sin detalles. Como quien dice: “tranquilos,
no me voy a poner radical”. Y Jaime Mulet, fiel a su estilo, decidió no escribir nada. Tal vez pensó
que con ser “verde” ya cumplía el cupo.
Así estamos: rogando que algún candidato diga “trans” sin bajarle el volumen a la voz.
El problema no es de propuestas. Es de pánico moral
La izquierda chilena, esa misma que grita contra la oligarquía y el capital, tiembla cuando tiene que hablar de cuerpos, deseo, maricas, colas, no binaries, travestis, afeminadxs. Prefiere el lenguaje aséptico, el Excel, la tolerancia con manual de buenas costumbres.
Y en medio de esa contención emocional, aparece la voz ineludible de Pedro Lemebel, como una bomba de plumas y rabia lanzada al escenario del debate público:
“¿Tiene miedo de que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura, compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones…”
¡Zas! ¿Incomoda? Bien. Era la idea.
Y sigue:
“La gente comprende y dice:
‘Es marica, pero escribe bien’
‘Es marica, pero es buen amigo’
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Tengo cicatrices de risas en la espalda”.
A ver si los programas presidenciales pueden competir con eso. Porque ahí no hay tecnicismos. Hay verdad. Y la verdad, compañeros, no cabe en PowerPoint.
¿Por qué les cuesta tanto decir la palabra “marica”?
Quizás porque saben que decirla con convicción implica aliarse con lo que el poder desprecia. Y eso no es gratis. Da miedo. Podrían dejar de ser “respetables”. Perder likes. Perder votos. Ser acusados de identitarios, radicales, woke, o lo que esté de moda para silenciar disidencias.
Pero, si nos ponemos serios, ¿de qué revolución hablan si no son capaces de incomodar a su propio electorado?
¿Van a cambiar el país sin tocar las estructuras más íntimas, más profundas, más corporales? ¿Van a redistribuir la riqueza mientras reproducen el mismo binarismo de siempre, con la bandera del arcoíris guardada en el cajón “cuando convenga”?
Querida izquierda: no se preocupen, no contagiamos
No se preocupen, candidatos. No les vamos a exigir que se vistan de lentejuelas ni que marchen con taco 15 en la Parada Militar (aunque sería bello). Solo pedimos que dejen de tratarnos como tema menor. Como anexo. Como “más adelante”. Como “yo tengo amigxs gays”.
Queremos salud digna sin patologización. Educación sexoafectiva sin censura. Ley trans sin
burocracia kafkiana. Filiación igualitaria sin peritajes psiquiátricos. Trabajo sin armarios. Amor sin
miedo.
Y si eso les parece mucho pedir, entonces no son distintos de los que se indignan por ver una bandera multicolor ondeando en La Moneda (que este año no flameó).
Reflexión final: no somos buenas ondas
No queremos que nos toleren.
No queremos que nos aplaudan por lo bajo.
No somos “súper-buena-onda” como decían de Lemebel.
Somos memoria, somos lucha, somos deseo, somos incomodidad.
Y queremos estar al centro, no al borde del programa.
Así que, queridas izquierdas: no teman decir marica.
No teman decir travesti.
No teman decir no binarie, lesbiana, cola, loca.
Porque si les da miedo eso, ¿cómo van a pelear contra el fascismo?
Por Alexis Flores Sepúlveda
Trabajador social de profesión, con experiencia en la administración pública. Disidente, de izquierda y declarado periférico, su mirada se construye desde los márgenes, con conciencia de clase, territorio y diversidad. Cree en una política que incomoda, que interpela y que no teme nombrar lo que históricamente ha sido silenciado.
Fuente fotografía
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