Un cerro a la izquierda en Bogotá

Banda de Valparaíso fue invitada al Festival de la Tigra, en Piedecuesta, Colombia. En esta crónica, reviven su experiencia por tierras cafeteras.

Un cerro a la izquierda en Bogotá

Autor: El Ciudadano

Somos “Un cerro a la izquierda”. Y aquí estamos.

Nos formamos en Valparaíso, durante el mal llamado estallido social, en el año 2019. Al principio no éramos un cerro, sino que una banda de músicos que se reunió para grabar el disco “República de Güiñas”, compuesto por canciones de Sebastián Redolés, el cual presentamos durante la Revuelta Popular en diversos cerros de Valparaíso, acompañando las movilizaciones de aquel entonces. Tiempo más tarde, nos reencontramos, tras algunos años de receso interrumpidos por la pandemia y la dispersión propia de la vida.

La juntanza y el agua corrida bajo el puente nos trajeron un nombre: “Un cerro a la izquierda”, con Nacho Mena en batería, Carlos Espinosa en bajo, Taku Tricot en guitarra eléctrica y Sebastián Redolés en guitarra, guacharaca y canto. O si usted prefiere: Con Cerro Amor, Cerro Respeto, Cerro Tolerancia y Cerro Tonina.

Cuando Edson Velandia nos invitó al noveno Festival de la Tigra, a realizarse en octubre del 2025 en Piedecuesta, Colombia, sabíamos que estábamos siendo convocados a algo importante. No en términos de lo que el mercado o la industria musical dicta como tal, sino que en otro sentido.

Conocíamos bien el trabajo de Velandia, cantor que ha venido pegando el grito fuerte desde Colombia, alentando el alboroto y la movilización social del pueblo colombiano. También sabíamos sobre la existencia de la biblioteca comunitaria La Bellecera y el Festival de la Tigra.

Primeros pasos de una colaboración improbable

Si bien es difícil colocar en palabras lo que vivimos, si hay algo o alguien por quien partir, esa persona es Gina. Sebastián conoció a Gina de la Hoz en Santiago cerca del 2010, cuando tocó con ella en la banda “la Chilombiana”. Gina, música y gestora cultural colombiana, le enseñó a Sebas el amor por la percusión afrocolombiana.

Por otra parte, y como bien sabemos, durante el 2019, Chile y Colombia -al igual que muchos otros países de Latinoamérica y el mundo- buscaron sacudirse el peso empobrecedor de las élites dominantes, lo cual implicó luchas que por acá y allá se encuentran emparentadas: Una determinación en los pueblos como no se había visto en décadas, un terrorismo estatal desbocado y una férrea primera línea, forman parte de un repertorio común.

En ese contexto, Velandia hizo canciones para las movilizaciones colombianas que vinimos a escuchar en Chile gracias al incierto algoritmo digital. Cuando Sebas las escucha, le pregunta a Gina si acaso lo conoce. Ella le responde que no, pero sí sus canciones, que son tremendas, le dice. Gina ayudó a conseguir el número de Edson. Y es así como establecimos contacto con Velandia, quien a mediano andar fue agarrando vuelo, y en 2021 se animó a viajar a Chile y tocar con nosotros en diversos lugares, como el Canario o el Cervezocracia, en Valparaíso.

Cuatro años después, somos invitados por Velandia al Festival de la Tigra, en Piedecuesta, Colombia.

Un cerro a la izquierda en Bogotá

Y aquí estamos. Somos Un cerro a la izquierda cruzando Bogotá en Uber, un 9 de octubre de 2025, con un sol brillando a las 5:00 am como cuando en Valparaíso son las nueve de la mañana. Muchas motos, mucha gente yendo al trabajo por todos lados, desde muy temprano.

Vinimos sin Taku, nuestro amigo guitarrista, quien no está en esta gira pues acompaña a Mauricio Redolés, padre de Sebastián, tocando por Europa. En su reemplazo ha venido con nosotros el Pata, gran guitarrista y sonidista quillotano, quien aquí se vuelve uno más del piño, transformándose en un gran Cerro Empatía.

Pronto llegamos a nuestro destino inicial para vivir un primer acontecimiento relativamente inesperado: ser recibidos por la mismísima Embajadora en la residencia oficial de la Embajada de Chile en Colombia.

Esto se gestó un par de semanas antes, tras algunos correos, donde nos presentamos ante ella como Un cerro a la izquierda buscando maneras de sobrevivir en Colombia, teniendo una excelente acogida por parte de la Embajadora, doña María Inés Ruz, quien fraternalmente nos recibe en la residencia de Chile en Colombia, mostrándonos personalmente la enorme casa que se desplegaba ante nuestros incrédulos ojos y que nos acogería por algunas horas, antes de seguir nuestro viaje. Conversamos con ella sobre el presente político, social y cultural colombiano, mientras nos convidan un desayuno soberano. Su amabilidad nos hizo sentir como en casa. Al poco rato tuvo que retirarse para seguir con sus actividades, presentándonos a su vez a quien la relevaría en el asiento: doña Yanira Argueta, luchadora salvadoreña, feminista, guerrillera en décadas pasadas, y que hoy trabaja por los derechos de las mujeres en El Salvador. Con ella conversamos sobre la resistencia, las mujeres salvadoreñas, la compleja situación política en El Salvador, Roque Dalton y la música popular de su país.

Esa mañana descansamos ahí hasta mediodía, para luego despedirnos y salir al encuentro de Gina, quien no ha dejado de ser una cómplice en esta historia, recibiéndonos con una sonrisa generosa en su hogar.

Una vez allí la primera tarea fue encontrar una bandeja paisa, plato de los dioses colombianos. Lamentablemente, sin resultados. En cambio, sí hubo ensaladas de lechuga con fruta, pescados poco usuales para nosotros, arepas mortales y mucho tinto -para sorpresa nuestra, tinto le dicen allá al café, porque si pides “un café” te lo traen con leche, y si pides un tinto, no te traen un vino, sino que un café-.

Luego partimos al Latino Power, sala donde tocamos esa noche. Poca gente se movería a esas horas por las calles del Barrio Chapinero -sector que es una mezcla de Recoleta con el Barrio Puerto de Valparaíso-, y el Latino era reflejo de aquello: un público muy modesto se dio cita para ver a Visajosx, Guache y Un cerro a la izquierda, banda absolutamente desconocida por estos callejones. La energía del concierto estuvo genial. Tocar con Gina le dio a la juntanza una onda chilombiana y berraquera. Todas y todos quienes llegaron se transformaron en amigos de décadas ¡Una chimba, marica!

Guache, bello y mágico ñero, nos hizo unas visuales absolutamente alucinantes, monumentales, lisérgicas. Su calidez y sencillez humana no dejó de acrecentarse con el pasar de los días, pues lo volveríamos a ver en Piedecuesta, donde repetiremos el plato. Estar con él en las visuales es lo más cercano que nos ha pasado a sentirnos acariciados por leopardos, montañas, calaveras y rayos de a deveras.

Esa noche no dormimos nada, aguardando por el avión que zarpó a las 5 am del viernes rumbo a Bucaramanga, muy cerca de nuestro lugar de destino, Piedecuesta.

Al pie de la cuesta y un poeta (des)aparecido

El viaje fue corto y cuando llegamos ocupábamos ya nuestras reservas de energía para mantenernos despiertos, viendo cómo se levantaba un sol abrazador entre las montañas, mientras tratábamos de asimilar el paisaje exuberante de vegetación y acantilados que nos ofrecía la ruta entre Bucaramanga y Piedecuesta.

Nuevamente, muchas motos, flanqueándonos, adelantándonos, desafiándonos, resbalándonos, como si fuésemos un obstáculo torpe y absurdo montado sobre 4 ruedas. Esa familiaridad y habilidad que vemos en las personas que se escabullen en motos, tiene un acento distinto para nosotros, que parecemos venidos de una isla lejana, de poco sol.

Cuando arribamos a Piedecuesta, nos fuimos para la Guarida, lugar donde nos ofrecieron una sopa con papas, huevo, arepas y un tinto de desayuno -esto último, a nuestros oídos no deja de parecer una broma-. Cerca nuestro se sentó un señor que Sebas creyó que era un obrero parando a descansar para tomar una taza de café. No sospechábamos que aquel man se iba a convertir en un maestro de este viaje: cuando lo saludamos se nos presenta como el Caliche, baterista de Los Desadaptadoz, banda punk de Medellín formada en 1987.

Luego de desayunar, algunos partimos a dormir, mientras otros fuimos a La Bellecera, para conocer la biblioteca y su gente.

La Bellecera es una biblioteca autogestionada, que surge gracias a la recuperación que hace la vecindad y gestores de Piedecuesta. Espacio que antes estaba abandonado, y que ahora es destinado al bienestar cultural y comunitario del barrio de Cabecera del Llano, sector popular de Piedecuesta. En el centro de la biblioteca -que es usada como aforo para conversatorios, talleres y un cuánto hay de ruidos y quehaceres varios-, una bandera mapuche luce coronando el salón. Bandera de un pueblo que se pertenece a sí mismo, donde su tenacidad, fuerza y rebeldía ejercen influencia sobre un territorio absolutamente vasto.

En las paredes de La Bellecera se reúnen y florecen saberes comunitarios. Quienes concurren a este espacio, encuentran aquí un lugar para la autoformación, la creación, la improvisación. Esta es además la base de operaciones del Festival de la Tigra, y desde aquí sale y ruge su tremendo equipo de producción, junto a las voluntades que lo sostienen.

Cuando llegamos, ahí estaba Edson, pegado a un teléfono, resolviendo asuntos del Festival, saludándonos con aletazos en el aire. También nos encontramos con nuestra coterránea Gabriela Flores, querida gestora cultural, artífice junto a Taku y Sebas de este viaje, quien nos sale a saludar junto a Ekeko.

Finalmente, a medio día ya todos los viajeros yacíamos raja, durmiendo.

Despertamos el mismo día en que nos fuimos a dormir. Nuestra primera jornada ya parecían dos días. Fue verdaderamente un Pie de la cuesta: llegamos muy cansados y tuvimos que cerrar los ojos un buen rato para intentar resetearnos. Así anduvimos todo el día. Sabíamos que lo que se nos venía sería un sábado de mucho trajín.

Ese viernes por la tarde fuimos al Auditorio Daniel Mantilla a un encuentro de cantautores, donde conocimos a varias personas que volveríamos a ver en los próximos días: Vishal, fotógrafo indio que portaba una cámara análoga venida de otro siglo. También, la Muchacha Isabel, cantautora colombiana de canciones potentísimas, muy querida en Chile -y a quien vimos a lo largo del festival en múltiples labores, entre cantar, lavar platos, participar de conversatorios y aplaudir a colegas que pasaban por la tarima-. Asimismo, y mientras escuchábamos a Ezequiel Borra, se nos apareció Jesús en las butacas del teatro -gestor y trabajador de la Bellecera y el Festival de la Tigra-. Conversar con Jesús era confirmar que estábamos definitivamente lejos, donde habita una amabilidad de otro tiempo: “Lo que su merced necesite cuente conmigo” –nos dijo en un castellano estremecedor, luego de concordar todo lo necesario para el taller del día siguiente.

Cuando terminó el concierto, afuera del Auditorio comenzaba a llover con intermitencia y ya oscurecía en la calurosa ciudad al pie de la cuesta. Ahí nos encontramos con Edson quien nos contó que en el Festival nos iba a presentar su viejo, German Velandia. Sebas cachaba que el padre de Velandia era humorista y le preguntó a Edson si acaso él seguía trabajando como tal. Velandia le responde que hace tiempo que ya no: 

Ahora su ocupación oficial es pelear por Facebook”.

A esas alturas ya era totalmente de noche, eran las seis o siete de la tarde y comenzaba a llover cada vez más fuerte. Caminamos a La Guarida para aguardar por el comienzo de una Jam de tambores que no ocurriría sino hasta mucho después, cuando nos halláramos perfectamente dormidos, a dos cuadras de ese lugar. Entre esa espera, y nuestro rostro con signo de interrogación, caminamos caleta, buscando distraernos. Hasta que de pronto aparece el Caliche.

La noche nos abrazaba sofocante y lluviosa en la puerta de la Guarida, el mismo lugar donde habíamos desayunado, y ahora -varias horas que parecían días más tarde-, éste iba poco a poco llenándose de voces, tambores, risas y semillas. Nosotros, fieles a nuestra tradición porteña, nos quedamos afuera compartiendo con la gente, en medio de la lluvia que acariciaba las montañas y el asfalto piedecuestano. Con Caliche fue muy potente conversar, gran conocedor de la música y la poesía chilena y latinoamericana. A través de él, fuimos adentrándonos en la trascendencia y el peso político y revolucionario del lugar donde estábamos parados, su historia y los mártires que aquí existen. Aprendimos sobre Manuel Gustavo Chacón y Chucho Peña, poetas y liderazgos fundamentales de este lugar, ambos brutalmente asesinados por las mafias que azotan Colombia y pugnan por recuperar el poder. Un compañero que estaba participando de la conversación, de improviso sacó un libro de su mochila y nos leyó el poema “Desaparecidos”, de Chucho Peña. Fue como una aparición; como si Chucho Peña hubiese querido buscarnos para revelarse ante nosotros con ese poema, hablándonos desde otro lugar:

Van siendo tantos ya
nuestros hombres y mujeres
que simplemente no aparecen
que van siendo suficientes
para fundar una patria
de los exiliados en la muerte”.

Este es un fragmento de ese, el último poema que escribió Chucho Peña -quien nos dicen siempre presintió su muerte-, antes de ser asesinado. Fue tan fuerte encontrarnos con ese escrito, que decidimos leerlo al día siguiente, durante nuestra actuación en el Festival de La Tigra, antes de comenzar “Blanco, Azul y Rojo”, canción que esa noche tuvimos la certeza de ver hermanada a este poema.

Y ahí estábamos, recibiendo este caudal de información a través del Caliche, y también de Marco, uno de los hijos de Manuel Chacón quien se nos arrimó para compartir visiones y experiencias de lucha, así como de un grupo de raperos que, al enterarse que éramos chilenos, fueron más cercanos aún. Admiraban mucho el rap hecho en Chile y eran conocedores -al igual que Caliche- de nuestra música. Asombrados por el tabaco que fumaba Nacho o por las fotos de Valparaíso que él les mostró, uno de ellos le dijo, en medio del gentío y la lluvia: “Yo no conozco el mar, hermano”. Era el rapero más joven de todos, venido de montañas cercanas, conocedor de ríos y cañones, portador de rimas políticas y sociales de Bucaramanga.

Fue una noche muy intensa, donde todo pasó en cuestión de pocos minutos: Pronto nos encontrábamos caminando con Caliche hacia al hotel para dormir, en medio del sonido de los tambores y la lluvia implacable, que durante la madrugada comenzarían a sonar cada vez con más fuerza.

Un cerro a la izquierda en La Tigra

Al día siguiente, sábado 11 de octubre, Un cerro a la izquierda se hace presente desde temprano en La Bellecera. Ahí comenzamos los preparativos para el desarrollo del taller “Instrumentación de la música popular chilena” que habíamos propuesto llevar a La Tigra. Nuestros compañeros Nacho, Pata y Carlos, se lucieron exponiendo desde sus respectivos instrumentos. La presentación de Nacho fue sencillamente magistral: Preparó una disertación que venía desarrollando en su cabeza desde hace algunos años. Era primera vez que lo hacía en público: Comenzó con el ritmo de diablada y su transformación en ritmo político, gracias a Violeta Parra y “Arriba quemando el sol” -legando así un corazón a nuestras marchas y luchas callejeras-; siguió con la batería mostrando sus variaciones; realizó un recorrido histórico mostrando videos con la evolución de este patrón de ritmo y culminó con un homenaje al Pájaro Araya, quien originalmente releva estos conocimientos y los transmite a nuestro compañero Nacho.

Al finalizar tocamos un par de canciones. Afuera se nos acercó mucha gente a saludar y comentar nuestro taller. En especial recordamos a dos señores, músicos de Bucaramanga, conocedores de la Nueva Canción Chilena, a quienes vimos muy emocionados con todo lo que estaba pasando.

Luego fue el turno de Sebastián, quien junto al músico y cantautor Sandino Primera -hijo del monumental trovador venezolano Alí Primera-, participaron del conversatorio “Herederos del canto rebelde”, guiado por la poeta venezolana Indira Carpio, y que contó además con la participación de Gaby Flores, quien exhibió un extracto del documental de su coautoría titulado “Redo”, sobre Mauricio Redolés, músico y poeta chileno.

El conversatorio fue un momento absolutamente excepcional, con dos hijos de cantautores potentes e irreverentes, venidos de latitudes opuestas del continente.

Mientras estuvimos en La Bellecera, pudimos conocer a gente tremendamente bella, que pone el cuerpo y el alma por este espacio. El Chino Jesús -Bibliotecario Segundo de la Bellecera-, quien nos apañó en todo momento, o Erika Alarcón -Coordinadora del Orden-, ofreciendo un tinto con una sonrisa plena, fueron siempre muy generosos y acogedores con nosotros, volviendo de la Bellecera un lugar cálido y entrañable. Aquí sucedían todos los talleres y conversatorios del Festival. Retenemos en particular la frase que se despachó en uno de ellos don Mauricio Meza, líder medioambiental, quien dijo:

A las corporaciones trasnacionales hay que enfrentarlas con todas las herramientas que están a nuestro alcance: en lo técnico, en lo jurídico y en el movimiento social”.

Mauricio, al igual que muchas y muchos allí presentes, ha recibido amenazas de muerte por su labor medioambiental. Julia Chuñil es justamente recordada aquí por eso.

Un par de horas más tarde vino la prueba de sonido en el Parque de La Libertad, donde ocurría el Festival de La Tigra, para luego seguir con nuestra presentación.

A estas alturas, y mientras procesábamos todo lo vivido hasta este momento, ya podíamos confirmar algo: este no es un festival común y silvestre. O es más bien lo que debería ser un festival: Un encuentro donde lo humano, el sentido y el contenido no están al servicio de la industria cultural, ni lo masivo, ni el marketing, sino que todo lo contrario. Los conversatorios, la bandera palestina que cruza una y otra vez el Parque frente a la tarima, la Caravana por el agua, las bandas invitadas, el tinto, los murales que se pintan en simultáneo, todo se cruza y engarza, como una trenza de fuerza insolente, con un horizonte común de profundo sentido comunitario, donde el pueblo decide y gobierna, a contramarcha de lo que nos desdibuja como humanidad con genocidas, torturadores y psicópatas varios.

Esa tarde de nuestra presentación en La Tigra, las nubes se asomaron cerrando el cielo del Parque de la Libertad. Cerca del mediodía una fina llovizna comenzó a caer sobre las cabezas de las y los asistentes. A medida que se iban presentando más y más agrupaciones musicales, la llovizna se hacía más y más gruesa, como envalentonándose con la música.

El escenario, tremendo, contaba con un equipo humano tremendo también. Ante la lluvia, miraban pa arriba y nos respondían: “Mijo, pa eso existe el plástico”. Y listo, paelante.

Pocos minutos antes de comenzar a tocar, Sebas partió corriendo completamente empapado a comprar unos pantalones. Consiguió unos que después sabría eran del Club Atlético Bucaramanga, con un señor que, mientras le pasaba el vuelto, le preguntaba apuntando hacia el escenario, “¿y qué competencia es esa?”. 

Cuando subimos a tocar, todo ocurrió en un santiamiento.

La lluvia saludaba sonriente su pasado reciente de fina llovizna. Unos pocos nos oían directamente bajo el chaparrón intenso, mientras que la gran mayoría lo hacía refugiándose en toldos, paraguas, cornisas y árboles.

Tocamos y fue como estar en una jungla. Tras cada canción emergían gritos de algarabía que asomaban desde muchos lugares.

Al terminar, Edson se nos acerca para abrazarnos. Tragando aire y saliva, al mismo tiempo que lamentándose, nos dice: “La lluvia nos jugó una mala pasada, marica. Aquí siempre está lleno a tope cada vez que hacemos este Festival”.

Y sin embargo, le respondemos con indisimulada alegría que pa nosotros, que venimos de Chile, donde la sequía es saqueo, venir a cantarles a ellos -encima con esta lluvia-, es un regalo que agradecemos muchísimo.

Muchos cerros, una sola tierra

Hasta aquí, todo lo que hemos vivido nos impacta con fuerza. La brújula se mandó una calibrada importante.

Las bandas, las conversaciones, todo lo que vivimos nos aclimató a una altura nueva. La Orquesta la Bellecera y la improvisación de un niño tocando el cencerro, la chamánica y maestra guaricha Adriana Lizcano, Edson y su indescriptible espontaneidad (“¡Dios bendiga a los drones creativos y condene a los drones asesinos!”, espetó de repente por micrófono a un dron que grababa a Velandia y La Tigra frente a la tarima), su familia, la Batucada Guaricha, La Bellecera y su gente bella, el Caliche y los Desadaptadoz, Manuel Chacón, sus hijos, Chucho Peña, Sandy Morales, Vishal, las conversaciones y el mambeo con la Muchacha y el Guache, el Taku Chileno, los Champetos del Jujú, las Motilonas Rap, Sandino Primera y el Colibrí del Chiquero, la poeta Indira Carpio, los Guapachosos de la Carranga, todo el mundo, fue para nosotros una verdadera hemorragia de estímulos.

Esos días sentimos en las calles de Piedecuesta una Latinoamérica que ha resistido frente a los intentos de aniquilación operados por el mercado, los cuentos nacionalistas y el fascismo galopante. Encontramos aquí una fuerza que nos dió mucha inspiración para lo que viene.

Durante los seis días que estuvimos en Bogotá y Piedecuesta, varias personas se nos acercaron para decirnos lo ejemplar que sintieron fue la determinación de la gente durante el estallido social en Chile. Pese a todos los reparos que pudiéramos tener o la perplejidad que nos pudiera provocar, era necesario escuchar con atención y en silencio. Porque en estas palabras había algo mayor, no evidente: El territorio que nos acoge es enorme. Una cosa que ocurre en un lugar, repercute de otra manera un poco más allá, y un país no es más que una palabra que le hemos creído al enemigo, como nos enseña Roque Dalton.

Solo los pozos se construyen desde arriba”, dijo Galeano. Y otro socio por acá dijo, “la escurría es gratis”. Por eso, resulta vital ponernos oreja, más allá de las fronteras y de lo que los medios de in-comunicación quieren que veamos y escuchemos. Porque de abajo parría vamos a construir lo propio, enraizando -con el permiso de nuestras muertas y muertos-, en esa patria subterránea de la que nos habla Chucho Peña. Aquí, donde están las y los que habitan, en silencio, ese suelo común. Suelo que es, al fin y al cabo, igualmente común a los que estamos parados aquí arriba. En una sola tierra, en una sola patria.

Un cerro a la izquierda.

Valparaíso, 18 de diciembre de 2025.

Fotos Claudio “El Poc”.


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