Por Javier Molina Johannes[1]

La principal dificultad que tuvo Jeannette Jara fue salir de las limitaciones semiótico-discursivas del candidato Kast, y quizás el principal punto –sino el único– a favor de éste en los últimos debates fue la insistencia en el eje entre cambio o continuidad. El primer elemento sería capturado por su figura y el proyecto de Republicanos, porque representarían un cambio radical al actual gobierno; mientras que la candidata Jara sería la continuidad del Presidente Boric y de su horizonte programático.
Además, JAK ha conseguido reincorporar el discurso del octubrismo a través de la familia Kaiser[2]. Vanessa, senadora electa por la región de la Araucanía, ha insistido en el riesgo de un eventual “golpe de Estado” en caso de que el candidato de ultraderecha saliese electo. Su hermano Axel ha publicado un libro miserable donde busca equiparar el nazismo al comunismo [sic], horizonte que viene promoviendo hace más de una década en charlas y entrevistas –y cabe decir que la prensa y los medios tradicionales lo invitan y comparten bastantes puntos de sus nefastos “análisis”. Por último, Johannes, el excandidato presidencial, se posicionó con el discurso de la “batalla cultural” y con todos los puntos radicalizados que Kast ya no trataba en la campaña; principalmente, por estrategia, ya que sus principios –como gusta de recordar– no han cambiado.
En este sentido, la ferviente militancia de la familia Kaiser le permitió en la primera vuelta posicionarse al “centro” de las derechas e, inclusive, durante la campaña consiguió disfrazar muchos de los puntos “complicados” de su agenda contrarrevolucionaria. Ni el diputado José Meza hablando del indulto a abusadores de menores, y Kast excusándose de profundizar sobre ello, han conseguido revertir la situación; ni Evelyn Matthei apoyando con todos los símbolos rojos a través de sus diferentes cuentas en redes sociales movieron mucho el ambiente. Felipe Kast, Ignacio Briones y hasta Tomás Mosciatti criticaron al candidato republicano por la falta de sustento de sus propuestas, pero la suerte ya estaba echada.
A pesar de ello, el candidato de la kasta fue ratificado como el futuro presidente. Y ello se debe, en gran medida, por la construcción de aquel eje: cambio o continuidad. Una cosa muy simple que funciona en la cabeza y corazón de cualquier persona, especialmente, para la gran masa supuestamente despolitizada que vota obligada, es decir, casi la mitad del actual padrón electoral, ese binomio es clave y mueve la balanza. La semiótica no falla y, es muy probable, que quien se disponga como oposición sea el próximo proyecto a gobernar el Estado chileno, por eso la figura de Franco Parisi y/o Pamela Jiles será fundamental. Aun cuando la propia Jara y el presidente saliente se posicionan desde ya, entre otras figuras del oficialismo, como potenciales candidaturas.
Al menos, este péndulo acontecerá hasta que la crisis disipe. En este sentido, por el momento, aparecen dos alternativas. Una, la vía del progresismo reformista que hoy se encuentra gobernando y que ha sido derrotado electoralmente, superada con un “proyecto de emergencia” por derechas. El segundo, un proyecto que busca una profundización del autoritarismo, de la subsidiariedad y de la privatización de los derechos sociales y, como hemos esclarecido, una evidente teologización de la política. En gran medida, inventaron la sensación de inseguridad –todas las investigaciones demuestran que los datos no se condicen con la altísima percepción en delincuencia, violencia, miedo– usando elementos del imaginario colectivo chilensis. Ya escuchar gritos anticomunistas se ha ido naturalizando nuevamente entre adherentes del futuro presidente chileno.
Como todas y todos saben, el anticomunismo ha sido difundido por décadas en nuestro continente. Una teoría de la conspiración que haciendo una genealogía rápida nos lleva a la Revolución Rusa de 1917, o inclusive más atrás si pensamos en el antieslavismo del siglo XIX. En fin, ya desde la Ley maldita y con más fuerza mediante el financiamiento de la CIA a El Mercurio y a la campaña de Frei Montalva a mediados del siglo pasado se materializó este relato en el sentido común del pueblo chileno. Y no, no es una excepción, fue una política transnacional de los EE.UU. tras la Reforma Agraria en Guatemala y la Revolución Cubana. No querían arriesgarse a nuevos focos de estos procesos, por eso llegaron las posteriores dictaduras cuando se hizo “inevitable” la pérdida de hegemonía. Algo que resuena con los actuales y permanentes ataques a Venezuela y, la muchas veces olvidada del debate público, Cuba.
Volviendo al candidato JAK y su Partido Republicano, vienen reproduciendo este mismo discurso con distintos matices. Por eso cuando Vanessa Kaiser avizora un próximo “Golpe de Estado”, está hablando contra las demandas populares, contra lo que han denominado octubrismo, porque las clases patronales consiguieron capturar al Estallido Social como mera violencia, como si no hubiese nada que transformar para traducir las necesidades de millones de personas que se manifestaban en las calles del país. La primera propuesta constitucional fue un intento de esa traducción y no funcionó. Ahí vino la reacción en sus diversas máscaras y lograron reposicionar un discurso contrarrevolucionario en la segunda propuesta.
Ese es el proyecto del candidato Kast; viene a responder a ese proceso. La crisis existe, y ha sido producida, fundamentalmente, por la falta de un relato que consiga hegemonizar. Por eso, Kast viene a transformar la rabia contra las condiciones materiales de nuestra existencia por odio: al actual gobierno, a la inmigración, al comunismo, a las mujeres, a las disidencias, etc. No por casualidad, ha repetido en sus últimas intervenciones que “Chile despertó”, apropiándose de uno de los eslóganes del Estallido y consiguiendo revertir ese imaginario. Veremos.
Un completo absurdo si se analiza racionalmente, pero muy útil desde un análisis de la movilización de emociones. Bajo estos términos, logró reposicionar un mito político que las derechas chilenas habían olvidado, precisamente, por las victorias del economicismo a ultranza que les permitió ganar varias elecciones al bloque. No obstante, JAK recupera esas pasiones, algunas inconscientes o invisibilizadas, varias ensombrecidas u olvidadas, y otras realmente repugnantes. De este modo, este bloque aúna elementos que habían sido relegados y reincorpora una mística a las derechas chilenas. Un proceso de reestructuración de las derechas chilenas que comienza ya con la reunión de los partidos para conformar el futuro gobierno.
Esta mística se ha logrado, principalmente, por el binomio cambio/continuidad, y se percibía en los dichos de sus adherentes en las celebraciones del triunfo. Así de simple, porque no hay raciocinio necesario. Es meramente una imagen que moviliza, de manera particular y colectiva, percibiendo que el cambio es X y que la continuidad Y, o bien, que el cambio es Z y la continuidad W. De esta manera, el significante vacío ha sido reapropiado una vez más por las ultraderechas, a pesar de que podemos asegurar que Kast, claramente, no ha leído a Mouffe y Laclau.
A su modo, José Antonio Kast ha hecho lo suyo en recomponer el “juego lingüístico”, en la línea que viene realizando Axel Kaiser hace años, buscando traducir aquel malestar en un discurso de odio. Y si ha conseguido éxitos electorales es porque aquella traducibilidad ha sido bien lograda, aun cuando las consecuencias sean contra las propias demandas. Esto demuestra la capacidad de JAK y los/as intelectuales orgánicos de las derechas para reconstruir un proyecto hegemónico. Sector en el que veremos, probablemente, una fuerte recomposición en los próximos meses.
Claramente, la capacidad de encargarse institucionalmente de las demandas populares levantadas durante el Estallido Social en 2019 no ha sido alcanzada a cabalidad durante los últimos años, dejando una fuerte frustración que ha sido capturada en ese mito político encabezado por el relato de JAK. Lo anterior, no significa que el pueblo chileno sea ferviente seguidor del líder de los Republicanos, ni que, necesariamente, sea de derechas, sino simplemente que están buscando respuestas, y como las ofrecidas desde el progresismo han sido precarias y carecen de una movilización afectiva como para aguantar con convicción un proceso más extenso de reformas y transformación, la fórmula parece obvia.
Esto último, dice muchísimo más de nuestra época, del inmediatismo y del abismo representacional de la política institucional, que de cualquier propuesta concreta de uno u otro proyecto. En fin, la propuesta de un “gobierno de emergencia” como propuso el ultraderechista ya se conoce en el país: fue la dictadura civil-militar liderada por Pinochet. Por lo tanto, en el próximo gobierno de José Antonio Kast tiene una alta probabilidad de que se reestructure el sistema político para profundizar el autoritarismo. Y no sólo por su afán de empequeñecer al Estado, sino por la producción de una figura mesiánica y por la supuesta “fórmula mágica” que viene en formato de teología política guzmaniana. Sin embargo, sabemos que el próximo gobierno la tiene bien difícil, porque no es un voto ideológico, sino pragmático y, probablemente, este ciclo pendular no se cierre todavía. En consecuencia, la construcción de un nuevo proyecto de transformación, a través de una importante discusión ideológica de las izquierdas, durante los próximos años será clave, no solo de las elecciones, sino de la viabilidad de modificar el sentido común de la sociedad civil chilena y crear un nuevo proyecto hegemónico que persista.
Por Javier Molina Johannes
[1] Dr. en Estudios Latinoamericanos. Sociólogo con magíster en Filosofía. Investigador sobre las derechas | redes @especimenesdelareaccion
[2] Como apuntábamos, funcionaron y funcionan de manera complementaria. Cf. columna anterior: https://www.elciudadano.com/chile/johannes-kaiser-conservadurismo-patriotismo-y-destruccion-del-estado/11/03/
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