“Una gran democracia debe progresar o pronto
dejará de ser o grande o democracia” (Theodore Roosevelt)
Hoy las distintas encuestas nos muestran que porcentajes superiores al 70% cree que debemos cambiar la Constitución de 1980, y cada vez más, nos convencemos de que debe ser el poder constituyente originario, el pueblo, que en esta crisis política recupere su poder a través de una Asamblea Constituyente. No obstante lo anterior, debemos previamente reflexionar sobre la democracia que tenemos, y hacia cuál queremos llegar.
Cuando hablamos de «Constitución de papel», nos referimos a lo ya señalado por otros autores, en especial lo que nos dice Ferdinand Lasalle: «La Constitución de papel representa en su escritura la realidad entre gobernantes y gobernados de una manera disimulada, con un lenguaje que no sea tan directo al presentar el hecho de que solo unos pocos concentren el mismo poder o incluso más que la mayoría. De nada sirve lo que se escriba en una hoja de papel, si no se ajusta a la realidad, a los factores reales y efectivos de poder». En otras palabras, significa que la Constitución exprese algo que no es completamente real, la Constitución de 1980 se podría perfectamente enmarcar en esta categoría.
También es importante recordar el significado de democracia, una palabra al parecer aceptada, deseada y vociferada por todas y todos, pero mucha veces pasando por alto el peso de su significado. Para no generar conflictos con las distintas concepciones políticas que podamos tener de democracia conviene recurrir a la RAE, ésta nos dice de democracia: «Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno», también señala que es: «el predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado». ¿Estos significados los vemos expresados en nuestro país? Ciertamente nadie hoy en día puede alegar por una democracia clásica (griega), es decir, de participación directa de la ciudadanía; esto sin duda sería muy complejo de implementar en un país con las características del nuestro. Entonces la pregunta es si vivimos en un país democrático, como en la Grecia clásica, o más bien en una democracia representativa, participativa o deliberativa.
Como se anunció anteriormente, la Constitución de 1980 nos dice que nuestro país es una República democrática. Cabe destacar que mientras se elaboraba la Constitución estábamos viviendo en una dictadura militar que claramente aborrecía la democracia, sin embargo, la Carta Fundamental nos dice con todas sus letras que Chile es una democracia, pero no mucho más que eso. Entonces ¿qué podemos hacer para determinar más objetivamente si vivimos, o no, en tal democracia?
Desde el punto de vista teórico, no habría mayores problemas para calificarnos formalmente como democracia. Cuando hablamos de teoría política, en este caso, conviene revisar las ideas y principios de Robert A. Dahl, quien hace la distinción entre democracia real y democracia ideal; la primera se constituye en seis principios, a saber: cargos públicos electos; elecciones libres, imparciales y frecuentes; libertad de expresión; fuentes alternativas de información; autonomía de asociación; y ciudadanía inclusiva; estos elementos configuran lo que el propio Dahl define como poliarquía. Analizando objetivamente estos elementos, nos guste o no, Chile calza “relativamente bien” en el cumplimiento de estos requisitos, o al menos en la mayoría de ellos. Ahora, en los requisitos de la democracia ideal ya estamos en una posición más lejana, éstos son: participación efectiva de los ciudadanos, igualdad de voto, comprensión informada, control de la agenda política e inclusividad (la equidad debe ser extensiva a todos los ciudadanos del Estado). Sin embargo, para nuestra tranquilidad, según este propio autor, ningún país del mundo en la actualidad alcanza estos objetivos ideales (utópicos para algunos pesimistas).
Después de estudiar lo que nos dice este autor norteamericano, se puede concluir que Chile es formalmente un democracia representativa moderna (o poliarquía), pero la dificultad se produce cuando nuestros representantes se olvidan de nosotros, «sus representados», y que es lo que hoy en día se reclama. ¿Cómo lo podemos solucionar? Tenemos dos posibilidades: la democracia deliberativa o la democracia participativa. La primera, es la que nos proponen destacados autores como el alemán Jürgen Habermas, el estadounidense Ronald Dworkin, en Latinoamérica Carlos Santiago Nino, entre otros. La configuración y funcionamiento de la democracia deliberativa tiene por objeto destacar la idea de participación; ésta, a su vez, nos lleva a poner acento en la idea de mejorar la calidad del debate público, poniendo mayor y mejor información en los ciudadanos y así incentivar a la sociedad civil a participar en los asuntos públicos. Así, una teoría que pone el acento en la deliberación libre e informada de la ciudadanía puede facilitar una concepción de democracia deliberativa, que intenta, a través de una opinión pública politizada, devolver el alma de la soberanía popular al cuerpo de nuestras instituciones democráticas.
Por otra parte, la democracia participativa surge cuando autores, como Joseph Schumpeter, nos manifiestan que la democracia representativa no es tan representativa, y que está, entre otras cosas, privatizando los asuntos públicos, y consecuencialmente, los ciudadanos actúan en política como consumidores de bienes y servicios; por ende, se propone introducir mecanismos de democracia directa a la representativa, que es claramente una de los soluciones más factibles; tradicionalmente se trata de tres mecanismos: plebiscitos vinculantes para todos los ciudadanos incluidas las autoridades; iniciativa popular de ley donde la ciudadanía organizada pueda obligar al Congreso a discutir ciertos temas de interés general; y la revocación de la autoridad política cuando ésta no cumple con la tarea que el pueblo le ha encomendado. Acá estaría una de las soluciones más factibles para esta pobre democracia que nos dejó la transición de los 90’, para que en algún momento logremos la democracia deliberativa con una sociedad que se vuelva a politizar.
Hoy es el momento, cuando la mayoría de las chilenas y chilenos exigen mayor y mejor democracia; cuando la clase política está por el suelo; cuando la crisis de desconfianza es crítica; es el minuto de que generemos la correlación de fuerzas, para que a través de una Asamblea Constituyente donde estén todos los sectores y organizaciones representadas, podamos reformar nuestro sistema político-institucional, pues el actual no está dando a basto para las exigencias de la ciudadanía empoderada, pero desconfiada.