– 2 de Enero, 7,30 hs.
Mi pobrecito ego, ¿cómo te sentiste hoy? Me temo que no muy bien; algo magullado, lastimado, traumatizado. Oleadas calientes de vergüenza, todo eso. Yo nunca me hice ilusiones de que ella estuviera enamorada de mí, pero di por sentado que yo le gustaba.
– 19 de Febrero
Ayer (al anochecer) asistí a mi primera fiesta en París, en lo de Jean Wahl, y con la desagradable compañía de Allan Bloom. Wahl (un filósofo) satisfizo totalmente mis expectativas. Es un viejo pequeño y delgado, parece un pájaro, tiene cabello lacio y blanco y una boca grande de labios delgados; es casi hermoso, como Jean Louis Barrault (el actor), tendrá unos 65, pero es terriblemente distraído y desaliñado. Vestía un traje negro, muy amplio y gastado, con tres grandes agujeros en el trasero, a través de los cuales se le veía la ropa interior (blanca), y venía de dar una conferencia —sobre Claudel— en la Sorbona. Tiene una esposa tunecina, alta y bien parecida (de cara redonda y peinada con el pelo negro muy tirante hacia atrás), de la mitad de su edad, supongo que tendrá 35 o 40 años, y tres o cuatro hijos pequeños. También estaban Giorgio de Santillana (historiador de la ciencia); dos artistas japonesas, ancianas delgadas con sombreros de piel; un hombre de la revista Preuves; unos chicos que parecían sacados de un cuadro de Balthus, vestidos con ropas de Mardi Gras; un hombre parecido a Jean-Paul Sartre, sólo que más feo, que cojeaba, y que era Jean Paul Sartre; y muchas otras personas, cuyos nombres no significaban nada para mí. Conversé con Wahl y de Santillana y (inevitablemente) con Bloom. El departamento está en la rue Peletier, es fantástico: todas las paredes están dibujadas y pintadas por los niños y por artistas amigos; hay muebles oscuros y tallados, de Africa del Norte; hay diez mil libros, pesados manteles, flores, cuadros, juguetes, frutas. Me pareció un desorden más bien bello.
– 28 de Febrero
Escuché a Simone de Beauvoir hablar sobre la novela, anoche en la Sorbona (con (la periodista Irv) Jaffe). Es delgada y tensa, tiene pelo negro y es bien parecida para su edad, pero su voz es desagradable, me parece que es por el timbre demasiado alto y por la nerviosa velocidad con que habla. Temprano por la noche leí Reflejos en un ojo dorado, de Carson McCullers. Pulida, realmente económica y «bien escrita», pero a mí no me gusta la motivación por apatía, catatonia, empatía animal… (¡En una novela, por supuesto!)
– Comienzos de 1959, Nueva York
La fealdad de Nueva York. Pero me gusta aquí, y hasta me gusta Commentary (donde ella colaboró). En Nueva York la sensualidad se convierte completamente en sexualidad: no hay objetos a los que los sentidos respondan; no hay un río hermoso, ni hermosas casas, ni hermosa gente. Las calles huelen mal, y están sucias… Nada excepto comer, en el mejor de los casos, y el frenesí de la cama.
– 12 de Marzo, 16,15 hs.
No estoy en forma. Lo escribo aquí; escribo lentamente, y miro mi letra, que me parece bastante bien. Dos martini con vodka con Marty Greenberg (editor de Commentary). Siento la cabeza pesada. El cigarrillo sabe amargo. Tony y un tipo muy desabrido, de cara de requesón (Mike Harrington) conversan sobre el Test de Inteligencia de Stanford-Binet. Kleist es maravilloso. Nietzsche, Nietzsche.
– Nov. 19
El advenimiento del orgasmo cambió mi vida. Me he liberado, pero esa no es la mejor manera de decirlo. Lo más importante: me limitó, clausuró posibilidades, hizo que las alternativas fueran claras y duras. Ya no soy ilimitada, es decir, nada.
La sexualidad es el paradigma. Antes, mi sexualidad era horizontal, una línea infinita, capaz de subdividirse infinitamente. Ahora es vertical; hacia arriba, o nada.
El orgasmo concentra. Deseo escribir. El advenimiento del orgasmo no es la salvación sino mucho más; es el nacimiento de mi ego. No puedo escribir hasta que encuentre mi ego. Yo sólo podría ser un tipo de escritor: el tipo del escritor que se expone. Escribir es gastarse, es apostarse. Pero hasta ahora ni siquiera me gustaba el sonido de mi propio nombre. Para escribir, debo amar mi nombre. El escritor está enamorado de sí mismo… y construye sus libros a partir de ese encuentro y de esa violencia.