Aparecieron primero los vendedores de limones (para contrarrestar el gas lacrimógeno) y los de comidas naturistas, como hamburguesas de soya, quienes por lo general formaban parte del estudiantado universitario movilizado, pero luego, poco a poco, empezaron a sumarse con sus carritos los tradicionales vendedores de bebidas y confites, de sopaipillas y empanadas fritas, frutas, cabritas y hasta pizzas. Los carritos ya son parte permanente en cada marcha, serpenteándola y acompañándola con sus productos, e incluso también apurando el paso cuando los gases tóxicos se dejan caer y, por muy dura que sea la represión, sabemos que en la próxima ocasión estarán ahí para saciar la sed de los que luchan y el hambre de los que resisten.











