03 de marzo, 2020
El determinismo lingüístico postula que los seres humanos aprehendemos el universo a través del lenguaje; nuestro límite cognitivo es la forma en cómo nombramos nuestro entorno, los sucesos, es decir la vida. Ante las crisis, solo nos queda reaprehender. En estos meses aciagos podremos prescindir del lingüista o del arquitecto, pero no de los sociólogos, historiadores, antropólogos, filósofos o politólogos para que nos indiquen en clave de qué debiéramos estar leyendo los sucesos y que nos señalen la vía para tratar de comprenderlos. Su función es analizar la sociedad, desmenuzarla, hacer algo de ella: su función es esencialmente social. Esta nota versa desde y sobre el vacío que los analistas e intelectuales bolivianos nos han dejado y lo que eso acarrea en nuestra memoria colectiva y en la comprensión de los recientes hechos.
Pensaría que a los profesionales cuya labor y oficio son el análisis sistemático de los hechos sociales que cuentan con la metodología para hacerlo —y están compelidos a hacerlo por disciplina, vocación y volición— les hierve la cabeza deliberar sobre la reciente crisis social y política y les arden las manos por escribir un siguiente análisis. Pero no es el caso, su silencio es espectral. Por tanto, cabría deducir que su labor no es —ni nunca fue— social. Existen excepciones de analistas que se cuentan con los dedos de una mano, como ser María Galindo que (desde su lugar de activista) cuestionó sistemáticamente al anterior gobierno y consecuentemente lo hace ahora, generando así reflexión a través de sus provocativos análisis. Cito a Galindo ya que los restantes analistas que sí publican son descalificados por su supuesta filiación masista o por ser extranjeros.
Los analistas venidos a opinadores publicaban artículos semanalmente en los principales medios tradicionales a nivel nacional hasta hace cuatro meses. Pretendían hacer uso de su solvencia académica y analítica para disgregar cada aspecto de la gestión gubernamental del gobierno depuesto. De tal forma, sirvieron de punta de lanza, modelando la opinión y el sentido sobre el quehacer del Proceso de cambio. Por lo general, en términos negativos. Su silencio en el presente es incomprensible, frente a los crasos errores en los que incurre el actual régimen, no solo a nivel de administración del Estado.
Es evidentemente más expedito analizar lo dicho y lo hecho, puesto que el objeto de estudio es tangible. Estudiar el silencio, se torna así dificultoso. Para la lingüista Deborah Tannen, por ejemplo, el silencio es todo menos nada o vacío (1985). Sirviéndonos del análisis de discurso, el silencio de un interlocutor con el que se ha establecido un diálogo —entiendo que los cientistas sociales e intelectuales están en diálogo constante con su materia y con los hechos sociales— es un componente más de la interacción (Poyatos, 2002). Tras la asunción del nuevo gobierno, en los últimos meses, se dieron acontecimientos particularmente violentos en Bolivia, acontecimientos que comunican, claman y denuncian. Existe un sector social principalmente afectado por esta reciente crisis que llora a gritos a sus muertos, por tanto, el diálogo con ellos está más abierto que nunca. Asimismo, Wittgenstein postulaba que cuando un interlocutor no puede hablar, el otro debe callarse. Por extensión, el interlocutor a quien apunto en este análisis, debiera sentirse obligado a contestar a la sociedad expectante de respuestas.
No les pido que indaguen sobre la extrema incapacidad del (ya no) interinato actual, comprobada en su desconocimiento y negligencia en (1) Salud, a saber, las recientes cifras de muertes por dengue, (2) procedimientos estatales, como la no viabilización de los pagos del PIU* a artistas, activistas e investigadores, (3) mal manejo —y corrupción— a la cabeza de Obras Públicas, que está desmantelando nuestras empresas de transporte y telecomunicaciones, expresamente para luego privatizarlas, es decir BOA, ENTEL o MiTeleférico, entre un sinfín de otros temas cuestionables. Como tampoco espero que defiendan al anterior gobierno por contraste al paupérrimo desempeño gubernamental vigente.
No, esta apelación al gremio trata del meollo del asunto: Cuestiono su doble rasero a la hora de (no) denunciar o reflexionar sobre qué sucede en Bolivia actualmente, por ejemplo, en materia de Derechos Humanos. No hacerlo es complicidad. ¿Por qué la Defensora del Pueblo tuvo que pedir garantías internacionales para poder ejercer su cargo? ¿Qué sucede con autoridades y colaboradores del anterior gobierno que han sido encarceladas sin debido proceso, sin siquiera tener una orden de aprehensión, así como tantos otros que han debido refugiarse y exiliarse, por la amenaza y persecución incesantes? ¿Qué sucede con los muertos, los centenares de heridos y las masacres ocurridas en noviembre, cómo las significamos? ¿Qué sucede con el ministro de gobierno interino que ordena públicamente a jueces y fiscales cómo obrar, a quién encarcelar, a quién cazar, además haciendo sorna de su autoridad al cuestionar la inteligencia y capacidad del fiscal general del estado, públicamente? ¿Qué sucede con el resurgimiento del racismo y de la violencia en las manifestaciones callejeras, en las redes sociales… por qué se dan estos fenómenos? ¿Es este el efecto resultante frente al imaginario social del uso y abuso tan ligero e irresponsable de la acusación de “sedición y terrorismo” carente de pruebas fehacientes, devenimos así una sociedad violenta?
¿Qué sucede con la extirpación de nuestros símbolos en espacios ciudadanos e instituciones nacionales? La Wiphala no es capricho de un partido o de un caudillo y desconocer su carga simbólica es una afrenta. ¿Qué sucede con el beligerante ingreso de la iglesia en los actos y discursos estatales cuando somos un país laico? ¿Cómo se interpreta la participación ahora develada de los actores políticos y cívicos en el amotinamiento policial y la sugerencia de renuncia de las FFAA a Evo Morales? ¿Qué sucede con una cancillería que solo debiera atribuirse la continuación de la gestión del anterior gobierno y, sin embargo, ha desmantelado la política exterior, ha publicado y tergiversado contenidos de Estado que eran confidenciales, ha respondido violenta y vergonzosamente a cada cuestionamiento de las organizaciones y mecanismos internacionales (¡de los que somos parte y suscribientes!)? ¿Qué sucede con el retorno de las agencias de cooperación y corporación extranjera? ¿Por qué existe una encuesta electoral periódica encargada por la embajada estadounidense en Bolivia y porqué ansiosos los analistas y partidos políticos la esperan sistemáticamente? ¿Les parece normal que algo así ocurra? ¿Qué sucede con la exigua cobertura de los medios nacionales sobre todas estas cuestiones…? ¿Por qué les basta el morbo circense y no así el fondo de los sucesos, por qué no ofende a los intelectuales que se insulte de esa forma a la sociedad, a su inteligencia y sensibilidad, pero, principalmente, a las nuevas generaciones?
Por todas estas y más preguntas —y ante la existencia de denuncias del propio gremio de que los disciplinados columnistas/analistas eran pagados por intereses extranjeros a través de ONGs para publicar en medios nacionales— intuyo que hoy se les paga para no publicar. Entonces, emplazándonos en una supuesta reconquista revolucionaria de la libertad de contenidos, de pensamiento, de expresión ¿cuál es el precio que ha de pagar nuestra sociedad por esta complicidad silente? Al fin y al cabo, la historia no es un escaparate (Almaraz, 1969).
En suma, nunca antes había comprendido tan fervientemente cuál era la razón de ser de este gremio y la necesidad de su existencia. Hoy lo veo claramente en la no significación de los hechos. Al no pronunciarse, tienen una deuda con ellos mismos, empero, sobretodo con la sociedad a la que pretenden servir, con los jóvenes que hoy no tienen cómo denominar los sucesos y que, por tanto, se polarizan violentamente. Sí, ese vacío genera violencia, genera odio, genera desconocimiento del otro, genera los Unos y los Otros. Por consiguiente, a partir de mi asombro, consulto sobre la raison d’être de las casas de estudios superiores, no en términos académicos, sino en términos sociales.
Desde ese confortable palco y en ese misterioso descompromiso con el tiempo histórico, se ha develado la máscara de la intelectualidad conservadora. ¿De qué vale gozar del conocimiento académico y prestigio social si el dolor y la indignación de la gran mayoría del país no les es suficiente motivo para denunciar y cuestionar lo que sucede? Pues, la vida no vale nada…
*PIU: Programa de Intervenciones Urbanas
Referencias bibliográficas:
Almaraz, S. (1969), Réquiem para un República. Los Amigos del Libro, La Paz.
Poyatos, F. (2002), Nonverbal Communication Across Disciplines. John Benjamins, Amsterdam and Philadelphia.
Tannen, D. (1985), Silence: Anything but. In: Tannen, D., Saville-Troike, M. (Eds.), Perspectives on Silence. Ablex, Norwood, NJ, pp. 93–111.
Wittgenstein, L. (1922), Tractatus Logico-Philosophicus. Ed. Alianza Editorial, Madrid, 2004.