Peter David no murió de una enfermedad: lo mató el capitalismo
Por Daniel Jadue
Peter David, prolífico guionista de cómics, escritor de ciencia ficción, constructor de universos y forjador de personajes que marcaron generaciones —de Hulk a X-Factor—, murió en Estados Unidos el 25 de mayo de 2025. Pero su muerte no fue únicamente biológica. Fue económica. Fue política. Fue profundamente ideológica. Porque Peter David no murió solo de un derrame cerebral o de las secuelas de su prolongada enfermedad. Peter David murió por no poder pagar.
En uno de los países más ricos del planeta, un creador consagrado, respetado y querido, tuvo que recurrir, como en Chile con los bingos y las rifas, a campañas de recaudación en línea para enfrentar las deudas médicas. Tuvo que mendigar a sus fans —a quienes tanto entregó— para financiar su derecho a la salud. ¿Y qué hizo el sistema que tanto presume de libertad, prosperidad y el mérito? Lo dejó morir con facturas impagas, detuvo su tratamiento porque no podía pagar, como si el cáncer fuera un lujo y no una maldición.
Estados Unidos, paradigma del neoliberalismo global, demuestra otra vez que bajo el capitalismo salvaje no hay héroes. No hay respeto por la vejez, por la enfermedad, por la creación ni por la humanidad. Hay mercado. Y en el mercado, si no produces, si no cotizas, si no pagas, te extingues, porque en el capitalismo los derechos sociales simplemente no existen. Ni los genios escapan a esa lógica despiadada.
Peter David creó historias de esperanza, redención y justicia. Pero vivió en un sistema donde la justicia no es un derecho, sino un bien de consumo. Uno que se compra con tarjeta de crédito, con seguros privados, con deudas, con rezos desesperados al algoritmo de GoFundMe. ¿Qué clase de civilización permite que la vida o la muerte dependan del saldo en una cuenta corriente?
Este no es un caso aislado. Es el rostro cotidiano del capitalismo tardío: miles de artistas, obreros, profesores, madres solteras, niños enfermos son arrojados a la miseria médica cada año. Las farmacéuticas cotizan en Wall Street mientras los pacientes hipotecan sus casas para pagar una quimioterapia. Es el triunfo absoluto del lucro sobre la vida.
Y aún así, nos preguntamos por qué crece la desesperanza. Por qué los adolescentes pierden el rumbo. Por qué los movimientos sociales se radicalizan. Porque saben, como lo supo Peter David en sus últimos días, que este sistema no está diseñado para cuidar, sino para cobrar. Y eso es exactamente lo que la derecha en sus tres versiones, Mathey, Kast y Kaiser proponen par nuestro país.
Su muerte debe ser un grito. Un epitafio que diga: “Aquí yace un creador, asesinado por un sistema que valora más las patentes que a las personas”. Pero también debe ser una enseñanza y una advertencia: lo que ocurrió con él le ocurre a millones. En EE.UU., en America Latina, en Chile y en todo el mundo donde la salud es mercancía y no derecho.
Honrar a Peter David es exigir un sistema que no condene a nadie por enfermar. Que no distinga entre ricos y pobres al momento de sufrir y mucho menos de cuidar. Que entienda que no hay creatividad sin dignidad, ni cultura sin cuerpos vivos que la sostengan.
Hasta siempre, maestro. El monstruo verde sobrevivió mil batallas. Tú no pudiste con el monstruo real: el capital.