Haití un terremoto que sacude la conciencia

La pregunta de cómo movilizar ayuda para cientos de damnificados  del terremoto  en Haití  nos obliga a preguntarnos cómo lograr cambiar el derrotero que dice: luego de un desastre natural de esas dimensiones generalmente se reconstruye la miseria

Por Director

19/01/2010

Publicado en

Actualidad / Columnas

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La pregunta de cómo movilizar ayuda para cientos de damnificados  del terremoto  en Haití  nos obliga a preguntarnos cómo lograr cambiar el derrotero que dice: luego de un desastre natural de esas dimensiones generalmente se reconstruye la miseria. ¿Cómo  movilizar una solidaridad que haga  del pueblo haitiano parte del mapa, de los conflictos y de la búsqueda de soluciones de nuestra región?

Estábamos  muy ocupados tratando de imaginar el grado del terremoto político que se puede dar en Chile en las elecciones presidenciales del domingo17 cuando nos llegaron las noticias desde Haití. Un sismo grado 7,5 golpeaba  a la devastada nación caribeña. Mi primer pensamiento fue ¡hasta cuándo! ¡¿Por qué ni la naturaleza le da tregua a un pueblo tan frágil a cuenta de la devastación económica, social y ambiental que ha marcado su historia?! Las imágenes de desolación que marcan los despachos noticiosos no encuentran lugar en la narración periodística que  sólo acierta a repetir “en la nación más pobre de la región…”

Y entonces siento rabia y vergüenza porque ni siquiera con nuestros escasos recursos comunicacionales hemos sabido hacer el relato de un  pueblo que  es efectivamente el más pobre de nuestro continente pero también es el más ignorado.

En años de análisis, Haití ha estado muy lejos de de América Latina. Nos  cuesta  mirar las imágenes y sentir que ese  pueblo es parte de nosotros. Todo el análisis que se haga de la situación debe ser una oportunidad de situar a la nación creole en la región. Y no sólo en la definición de una política de ayuda humanitaria. También para intentar entender qué esfuerzos se deben hacer, qué formas de solidaridad se deben movilizar para que el destino del pueblo haitiano cambie.

Lo que vemos en las escenas de devastación dejadas por el terremoto, es una imagen elocuente de una forma de cooperación equivocada, que no puede hacernos pensar que existen los estados inviables como señala la ortodoxia internacional. Haití es antes  que nada  una nación explotada, agotada, sin recursos para tener un sistema de producción que le permita pensar en un futuro próspero. No es un lugar donde  puedan llegar expertos en inversiones a modernizar el sistema  financiero, ni a liberalizar la explotación de los recursos públicos. Más de algún analista ha dicho que los grados de deforestación, la pérdida de terrenos cultivables y la crisis del recurso hídrico son parte de la situación que hace inviable intervenir con procesos clásicos de ayuda.

Sin embargo no existen los pueblos inviables. Las imágenes de la tragedia natural sólo deben mover una pregunta ¿Cómo romper desde la perspectiva de la ayuda internacional el círculo de manutención de la miseria que ha marcado las relaciones de la nación caribeña con el resto del mundo?

Al igual que países de otras regiones, Haití heredó la crisis de una explotación colonial que usó intensamente sus recursos y a su población. Fue por siglos un punto central del  comercio de esclavos. Su historia en el siglo veinte estuvo marcada por cruentas dictaduras, frente a las cuales la comunidad internacional se demoró décadas en actuar. Pero también fue la segunda nación americana en proclamar su independencia, la primera nación fundada por hombres y mujeres que se liberaron de la esclavitud.

A esta hora las agencias internacionales informan que el colapso de los puertos y de las carreteras hacen  imposible  ingresar la ayuda humanitaria, que  por toneladas ha sido despacha hacia Puerto Príncipe. La información reafirma las dimensiones de la tragedia de la pobreza de un país en eterna crisis. Pero también nos devuelve una imagen devastadora de la falta de eficacia de la asistencia internacional. Porque la presencia de fuerzas de paz internacionales y la ayuda asistencial sostenida no parecen haber modificado las condiciones de absoluta indefensión en que se encuentra la población.

Entonces, junto a la pregunta de cómo movilizar ayuda para cientos de damnificados se agita otra interrogante ¿Cómo lograr cambiar el derrotero que dice que luego de un desastre natural de estas dimensiones generalmente lo que se reconstruye es la miseria? ¿Cómo solidarizar movilizando un debate sobre nuevas formas de asistencia internacional?

El sismo coincide con la discusión en la ONU de la idea de crear un protectorado internacional para paliar los problemas de gobernabilidad que afecta al pueblo haitiano. Esa iniciativa nos recuerda como siempre la intervención internacional genera o agudiza la dependencia.

Resulta  indispensable que tragedia sea una oportunidad para enfrentar los cambios necesarios para llevar una ayuda eficaz a esa parte de nuestra región.

Porque si parte de los problemas del desarrollo de Haití  es  cómo funcionan los presidentes y los parlamentos, las mafias y los grupos de poder, como dice  el peruano Gustavo Frio “Haití es igual que nosotros e idéntico a vastas zonas de muchos de nuestros países, con la única diferencia que allí acontecen todos los problemas juntos y desde hace tiempo. Pero los latinoamericanos también sabemos por experiencia propia que son las noticias malas las que llegan a los titulares. También sabemos que en todas las esferas y estratos sociales -absolutamente todas- hay mujeres y hombres insospechadamente extraordinarios que saben dar de si aún en los momentos menos favorables. En eso tampoco Haití es diferente a nosotros, salvo el hecho que están a punto de perder la esperanza.”

Por Rosario Puga

La Morada

Integrante del Directorio de ACCIÓN

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