La memoria tras La Última Frontera, el café incendiado en Valdivia

LUF se despide por ahora, pero los recuerdos perduran. ¿Noches de rock, risas con amigos, descubrimientos en la librería? Comparte tus historias únicas y celebremos juntos el legado de La Última Frontera.

Por El Ciudadano

13/01/2024

Publicado en

Actualidad / Regiones

0 0


Incendio La última frontera Valdivia

Los ciclos se cierran, obvio. Tiene que ser así.

Valdivia se quema hace rato. No sé por qué.

En la madrugada de este sábado 13 de enero del 2024 se quemó/quemaron (mientras te escribo no sé más que rumores) el café La Última Frontera [LUF] y, con ello, la casona del 787.

No conservo ningún recuerdo de infancia sobre la casona que quedaba en Pérez Rosales esquina Yerbas Buenas. Mi mamá dice que había un juzgado donde trabajó mi abuelo, pero eso fue hace mucho. En el trabajo me dicen que fue una residencia universitaria hace más de 30 años. Yo no sé.

Para mí, y creo que para ti también, todo cobró vida cuando se abrió una librería de cómics que ¿se llamaba X? La memoria no es mi fuerte, pero yo debo haber estado en el colegio. En esa librería me encontré con la Eliana, la primera señora bacán que conocí por mi cuenta. ¿La Eliana trabajaba ya en la tienda de comics? Creo que lo más lógico es que haya sido una librería que además traía algunos cómics. Ahí me topé con cosas que apenas alcanzaba a vislumbrar en Santiago, cuando mi primo y prima me las mostraban entre navidad y año nuevo. Yo creo que ahí compré mis primeros libros Anagrama y me sentí muy adulta.

Me acuerdo, y esto podría ser un invento, que la librería la llevaban dos Nicolás, uno más jipi que el otro. Parece que ambos estudiaban leyes. Alguien me debe haber contado que el jipi ¿había heredado la casa? Todo esto de verdad puede ser una fantasía mía. Me consta haber estado en lanzamientos de libros y otras actividades interesantes para una cabra chica agrandada.

Por ahí pintaron la casona azul con los números amarillos: 787. Tal vez fue antes. Y antes o después de eso, vino el café. ¿El café convivió con la librería? Yo creo que sí, pero si tú me dices lo contrario, yo te creo. La Última Frontera solo funcionaba en la parte derecha del primer piso. Siempre sonaba buen rock, y ahí conocí a la Sole, una rockera poeta y declamaba como nadie. A veces, con más gente, nos quedábamos hasta que se cerraban las puertas, y hablamos cosas muy importantes, cantábamos y yo creo que hasta bailábamos. De más que sí. Tú te debes acordar mejor que yo. Estoy segura de que ahí comí mi primer falafel; no sé si eso fue antes o después de que el café se tomara el ala izquierda del lugar. Puede que entonces el baño de mujeres se haya alejado de la barra, espacio de conversaciones delirantes y del enfrentamiento al propio reflejo; recuerdo verme muchas veces muerta de risa en el espejo; feliz.

Sabes que no recuerdo fechas ni momentos sincrónicos, pero entremedio se instaló el CPCV, sigla que me costó años poder descifrar, y otras oficinas dedicadas al audiovisual en las habitaciones del segundo piso ¿Ya existían personas trabajando en eso o llegó gente de afuera con nuevas ideas? Desconozco. También desconozco cómo llevaron películas a todas partes y se hicieron cargo -para mejor- del festival de cine. Sé que trabajé ahí, tal vez en más de alguna oficina, tal vez en más de una ocasión. Una vez dormí ahí, porque si trabajas en el FICValdivia y participabas del carrete festivalero, tenías que estar fresca como una lechuga al otro día en la oficina. Luego apareció la tiendita La Manzana, de comercio justo, la cual no alcancé a disfrutar tanto porque yo empezaba a abandonar Valdivia.

Ya te he dicho que no tengo buena memoria. Pero recuerdo colores rojos, verdes, azules, amarillos; sensaciones de excitación máxima, pena negra, amistad extrema y amor puro. Conversé con tantas personas y reí con ellas. Tuvimos ideas, armamos proyectos, y vivimos encuentros, desencuentros, reencuentros, borracheras, celebraciones, roces, peladas de cable, coqueteos, peleas, pololeos. No quiero que me leas como una impostora. Hace tiempo que no iba seguido, principalmente por vivir lejos. Pero años de mi vida los pasé y compartí ahí.

Como me cuesta recordar, solo voy a agregar con cariño los nombres de la Vari y Simón. Nadie más, porque sin duda olvidaré a alguien y eso sería una injusticia. Ni a ti te nombro, porque puedes ser cualquiera que se sienta igual que yo en este triste sábado.

Debes saber que estoy haciendo un tremendo esfuerzo por recordar. A mí me cuesta. Me puedo equivocar y tú me puedes corregir. La memoria es una práctica colectiva. Y LUF, que así le empezamos a decir en algún momento, terminó por pasar para siempre a la memoria de Valdivia.

Por LAPILAR

N. de la R. Las opiniones vertidas en este artículo suponen recuerdos de una parroquiana que pueden no ser exactos. El artículo oriignalmente llevaba el siguiente título: «LUF: Lo que me acuerdo»

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones