Reparador de instrumentos número 1 de Chile

Nicolás Maraboli: “Mi trabajo es parte de la música”

“Yo veía este saxo colgado y siempre me llamaba la atención

Nicolás Maraboli: “Mi trabajo es parte de la música”

Autor: El Ciudadano

“Yo veía este saxo colgado y siempre me llamaba la atención. Siempre lo vi tan máquina… No sabía cómo la gente podía poner las manos y hacer las notas… Lo encontraba dificilísimo. Yo decía, ‘Noo, esto es demasiado complicado…’. Pero siempre me gustó ese instrumento”.
(Nicolás Maraboli, Maestros del Sonido, Canal 13, 2022).

Por Víctor Rodríguez-Sandoval

Screenshot

(YouTube, comentario sobre el programa Maestros del Sonido dedicado a Nicolás Maraboli, 2022)

Un saxo tenor tiene 500 piezas, un clarón (o “clarinete bajo”) 600 y un fagot entre 800 y 1000. El técnico reparador de instrumentos Don Nicolás Maraboli dice que eso se “aprende” enseguida haciendo un curso o preguntando al chat GPT, pero se sabe después de mucho tiempo de dedicarse a esta profesión. Su taller de la galería Crowne Plaza es el más importante de Chile y, a juzgar por los comentarios de quienes esperan afuera y de sus clientes extranjeros, uno de los buenos a nivel mundial.

– ¿Le basta con escuchar un par de notas para saber el estado de un instrumento?

– Mira, al escucharlo, puede ser, pero no te diría tanto que es eso. Yo primero tengo que sentirlo en las manos. Ahí sí; porque a veces un instrumento está fallando, pero lo toca un músico hábil. Mi impresión es mucho más clara cuando lo pruebo teniéndolo en las manos.

– ¿Para ser técnico reparador de instrumentos se requiere un oído tan fino como el de un virtuoso?

 – No creo que tanto, pero ayuda mucho, aparte de que uno va educando el oído. Se van entendiendo muchas cosas al irse formando y educando en la música.

¿Usted escucha mucho?

– Sí. Pero fíjate que yo no soy de esos muy cerrados, que tienen que escuchar puro jazz; escucho mucho pop, también. Ah, pero no escucho música en español. Nada. Tampoco escucho folklore.

Don Nicolás repara saxos, clarinetes y flautas. Con el tiempo, dice, adquirió   conocimientos sobre instrumentos de bronce, pero normalmente no se dedica a repararlos. ¿Cómo se llega a ser técnico reparador de instrumentos? Su trayectoria no parecía ir para allá, pero resultó la que más directo llevaba. Uno de sus abuelos era carpintero; su padre, camionero y mecánico. De ellos aprendió a usar herramientas de ambas profesiones. De niño construía él mismo sus juguetes. Y manejaba camiones. Tiempo después, las máquinas que le fascinaban pasaron a ser los saxofones.  

En su primera etapa fue músico. Comenzó a los 14, como guitarrista: “En mi casa siempre había músicos de cumbia y esos estilos. En esos tiempos las fiestas o los bautizos se animaban con grupos en vivo. Era la época en que había toque de queda y se hacían las fiestas ‘de toque a toque’. Yo aprendí a tocar cumbia. Me sabía todo el repertorio de los Vikings 5 (https://es.wikipedia.org/wiki/Los_Viking%27s_5). No tenía idea de armonía ni nada; aprendí mirando y de oído. A los 15 debuté tocando en las fondas. Donde más me presentaba era en las boites. A los 16 o 17 salía “escondido” a tocar.

Eso le duró hasta los 21, “y a los 22 me casé. Ahí ya tuve que dejar la música. Con lo que ganaba no podía mantener a una familia. Tuve que buscar otra cosa”. En su siguiente etapa fue artesano del cuero:

– Aprendí todo lo relacionado con eso, zapatería, confección, y me iba muy bien; ganaba más que con lo que hago hoy día. Aunque no estaba muy feliz. A mi desde niño me gustó la música, pero no podía darme el lujo de dedicarme a tocar un instrumento.

Después, como a las 28, “llegó un saxofón a mis manos. Empecé a investigar, a tocar, y a jugar con él, a desarmarlo”:

– El que me orientó fue mi primer profe, Jaime Atenas (https://www.musicapopular.cl/artista/jaime-atenas/), del grupo Congreso. El me ayudó a probarlo y elegir uno. En ese tiempo, a partir de los 26 más o menos, yo ya escuchaba harto jazz y otros estilos que no conocía, y así empecé a educarme en la música. Cuando llegué donde Jaime yo tenía un alto, pero en el oído nunca me sonó ese instrumento. Estudié alto como dos meses y luego me pasé rápidamente al tenor.

Después de estudiar con Atenas, le presentaron al que fue su segundo profesor, Marcos Aldana (https://www.musicapopular.cl/artista/marcos-aldana/, saxofonista de nivel internacional y el más reconocido de Chile, padre de Melissa Aldana (https://es.wikipedia.org/wiki/Melissa_Aldana), una de las seis mejores saxofonistas del jazz mundial.

Sus siguientes maestros fueron Carmelo Bustos, su amigo Maxi Alarcón y Claudio Rubio, pero nunca se dedicó de lleno a tocar en un grupo:

– Me interesaba más estudiar. Y cuando estaba con Carmelo también experimentaba y trabajaba un poco en eso. Ahí fue cuando desarmé un saxo y se lo reparé al maestro. Me dijo, “¿Sabes qué? No lo hacís tan mal para ser principiante. Dedícate a esto”. Así que empecé a hacerlo como hobby. Y de repente lo que partió como un hobby se convirtió en pasión. Me surgió de adentro el músico que estaba durmiendo… El músico, porque mi actividad es parte de la música.

– ¿En ese momento empezó a dedicarse a su profesión actual?

– No, mira, esto parte cuando yo trabajaba en la tienda Flute Service con Juan Carlos Herrera, en esta misma galería. Él me había dado un espacio para que yo comenzara a entrenarme. Mi amigo Francis Harms (tío del destacado flautista chileno Alberto Harms), vio que yo estaba dedicándome a esto. Francis trabajaba en la tienda Stonepick, que representaba en Chile a Selmer Paris (una de las primeras fábricas de saxos en el mundo: https://www.selmer.fr/en). Un día llegó un Selmer nuevo, que alguien había tirado al suelo. Ese saxo estaba arruinado. Yo se lo cambié al dueño por otro más la diferencia en dinero, para repararlo. Y lo reparé, pues. Me demoré como un mes. Cuando Francis vio esa reparación, me dijo, ‘Tienes que irte a la Selmer’. Prácticamente me puso en el avión.

Al poco tiempo pensó, “ya no necesito estar más acá”:

– Ya había entendido cómo se hacía el trabajo. Por eso te digo que la habilidad que se ha adquirido ayuda mucho. Los técnicos de allá se dieron cuenta de que yo aprendía muy rápido. Para mí era como tocar música y saber qué acorde viene. Como que sabía el nombre y me faltaba descubrir el apellido. Con ellos descubrí el apellido. Lo demás era sentarte a trabajar todos los días y acumular horas de vuelo. La perfección no va a llegar nunca; uno siempre es autocrítico, y eso te hace estudiar cada día más y estar siempre pendiente. Yo tal vez sea un esclavo de mi trabajo. Estoy aquí de lunes a domingo. Y es por la pasión. Por ganar dinero no me mataría trabajando.

– ¿Lo intimidaba al principio ver lo complicado que es un saxo barítono o tenor, o un clarón?

– En esa época yo era bien joven; quería comerme el mundo. No me asustaba. Al contrario, quería aprenderlo todo lo más rápido posible. Cuando partí, yo hacía todo, como se dice en chileno, por cachativa. El tiempo te va formando y te va diciendo lo necesario para que vayas mejorando.

– ¿Cómo sabía usted qué herramientas tenía que ir comprando?

– Había estudiado mucho sobre las herramientas. Tenía un computador, y me dediqué muchas noches a buscar información, y no solo sobre mis herramientas, sino también sobre las que usan los que reparan trompetas, violines, los japoneses que hacen flautas a mano, …

Tú vas descubriendo herramientas y tiendas específicas. Después viajé a Wilmington (Delaware, Estados Unidos); estuve trabajando en una de las tiendas importantes y terminé de comprar mis implementos. Te diría que tengo dos escuelas: la mía y la francesa, que me enseñó a hacer mis herramientas. Tengo muchas que construí yo mismo o modifiqué. Los franceses suelen no comprar herramientas de fábrica, sino que, por ejemplo, toman un alicate cualquiera y lo transforman en una que les sirva en su trabajo.  

– ¿Cómo hizo para irlas comprando?

– Tenía el otro trabajo. Y con él se financiaron casi todas las herramientas, el viaje a París, los viajes a EE.UU., hasta que llegó el momento en que dejé definitivamente ese trabajo anterior para dedicarme 100 % a esto.

– ¿Qué instrumentos son más difíciles de reparar?

– Yo creo que todos son un desafío. Para mí es como cuando un músico sube al escenario. Se sienten los mismos nervios ante el instrumento, y uno se concentra al máximo. Siempre es la primera vez.

Una de las dificultades, dice, es que “por ejemplo, entre los saxofonistas mucha gente cree que es re fácil reparar: le mete mano hasta que la jode bien y después viene donde ti a decirte, ‘Chuta, la embarré, pues’. Típico, ¿ah?”.

 – Lo importante en esto es saber que uno se puede equivocar. Yo no soy perfecto. Pero hay una cosa: cuando tú te equivocas, tienes que solucionar el problema enseguida. Mucha gente se equivoca y a veces le da lo mismo terminar de reparar bien el instrumento. No. Tienes que actuar de la misma forma en que actuaste cuando la persona vino a retirarlo y a pagarte: rápidamente. Solucionar el problema y entregarle el instrumento bien reparado. No dilatarlo, no decirle, “sabe, me voy a demorar más” porque ya te pagaron y no tiene brillo volver a trabajar en algo que ya está pagado.

– ¿Es un asunto entre el instrumento y usted, más que entre usted y el cliente?

– Sí. Por supuesto, super respeto al instrumento. Desde el más humilde hasta el más caro.

– ¿Hay diferencia entre el trato que dan a los instrumentos los músicos “populares” y los músicos sinfónicos?

La mayoría de los músicos tiende a no cuidar mucho sus instrumentos. Los usan y después no se dan el tiempo de limpiarlos ni secarlos.

– Usted tiene la licencia de Selmer. ¿Cuáles son los requisitos para obtenerla?

– Haber trabajado en Selmer. Y mantener el nivel del taller.

Sin embargo, hasta el día de hoy, dice, “no me puedo sentir muy seguro”:

– No puedo decir, “yo ya sé todo”.  Cada día sigo mejorando. Imagínate que acá viene gente a preguntarme si hago clases de “luthería”. Muchos quieren que uno le diga, “okay, te voy a enseñar en un mes”. Es como si yo le dijera al piloto de un 747, “¿Va a Nueva York? Usted me deja mirar, y a la vuelta piloteo yo”. A mí me tocó hacer clases en Argentina, con la Yamaha; también fui a al dar cursos en el Conservatorio de Lima, y muchos alumnos creían que se iban a formar en poco tiempo.

Y como les dan un diploma, a los pocos días se instalan como reparadores:
– Yo no, pues, porque yo partí, “escondido”, estudiando, practicando… Si hubiese asistido a esos cursillos no me hubiese creído el cuento. Sí, yo fui a impartirlos, pero no quise seguir haciéndolo porque crean expectativas falsas. Los alumnos pagan por asistir, y a las finales eso no va conmigo.

Para ser buen técnico, dice, no basta con el talento y las ganas: 

– Voy a poner el ejemplo de mi hijo Nicolás Fabrizio. A él yo lo tomé a los 16 años; empezó a hacerlo como entretención. Ahora, a los 33, se está haciendo cargo del taller. Y si le preguntas, te va a decir que esto no es para aprenderlo en cinco meses o un año.

– ¿Han cambiado mucho las cosas durante su trayectoria profesional? ¿Cómo era el mundo de la música hace, digamos, 20 años?
– Sí. Siempre hay que estar al tanto, ver lo que está pasando, qué instrumentos vas recibiendo… Uno nunca deja de estudiar, de mirar y de aprender. Y también hay que tener conexiones con los “luthiers”, o técnicos,de medios más grandes, como el de Estados Unidos. Como taller, te puedo decir que estamos al tanto de lo que está pasando. Y los músicos que llegan de fuera te dicen que estamos en muy buen nivel. Pero yo nunca estoy metido en las redes investigando qué se dice o qué músico dijo esto… Por eso te digo: yo soy “underground”, porque soy muy “pa dentro” …   

Si me fuera a Estados Unidos, con lo que yo hago ahora, por la manera y la visión que tengo, estoy seguro de que me llenaría de plata; porque allá o en Europa, te van a cobrar…, apenas entraste al taller te van a cobrar 50 euros. La pasión tiene un valor, se paga. Aquí, en Chile, yo tengo que sacrificar una parte de mí y darla. A veces uno obtiene un reconocimiento por eso, pero son muy pocos los que se dan cuenta.

– Usted me dijo que, cuando está en Chile, Melissa Aldana suele ir a su taller y quedarse horas…

– Melissa es un ejemplo grande. Los músicos chilenos deberían valorarla mucho. La conozco desde que era niñita. Ahora es una mujer, y siempre ha sido una luchadora, para estar donde está… La han reconocido, pese a que para una mujer es más complejo, en un mundo de puros hombres. Le tengo mucho respeto, no solo por lo que ella toca; la respeto como mujer por todo lo que ha hecho. Y como persona es super entretenida. Ahora es más callada, sí. Para ella las cosas no han sido fáciles. Ese medio es muy competitivo. Está en el Olimpo del jazz, y se lo ha ganado bien.

Por Víctor Rodríguez-Sandoval

https://www.youtube.com/watch?v=2CfsW4WcSCg

Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano