Gabriel García Márquez, un caribeño universal

                Aún cuando, prácticamente, desde que se desempeñaba como corresponsal del diario El Espectador, en París, Gabriel García Márquez ha estado muy poco tiempo en su país, Colombia, mucho menos en su tierra natal, Aracataca, en el Departamento de Bolívar, sin embargo, hasta el último día fue, sobre todo, un caribeño

Por Director

21/04/2014

Publicado en

Artes / Literatura

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                Aún cuando, prácticamente, desde que se desempeñaba como corresponsal del diario El Espectador, en París, Gabriel García Márquez ha estado muy poco tiempo en su país, Colombia, mucho menos en su tierra natal, Aracataca, en el Departamento de Bolívar, sin embargo, hasta el último día fue, sobre todo, un caribeño. Cuenta Plinio Apuleyo Mendoza, escritor e íntimo amigo de “Gabo”, sentía aversión a la capital y tampoco pudo soportar los rigores del frío de Zipaquirá, ciudad donde cursaba sus estudios de bachillerato.

                Según el mismo García Márquez, fue en París donde, en sus comienzos, llevaba una vida miserable una vez cerrado el diario  El espectador, del cual era corresponsal, por orden del dictador Gustavo Rojas Pinillo – se apropió del mando por un golpe de Estado -. El contacto con “tribu” de exiliados latinoamericanos, su visión caribeña de la vida adquirió más enriquecedoras en un plano más amplio, el continental, sin abandonar nunca su estilo y raíz de sus ancestros.

                Quienes creen románticamente que para escribir basta una musa inspiradora y muy poco trabajo, el ejemplo de García Márquez lo desmiente tajantemente, pues una novela exige trabajo arduo, diario y sistemático y estar dispuesto, además, a corregirlo mil veces si consideraba necesario. Cien años de soledad requirió, al menos, permanecer 18 meses encerrado en una pensión en París, cerca del Barrio Latino y, El Otoño del Patriarca, más de diez años.

                La Novela Cien años de soledad es el mejor retrato de la famosa huelga bananera, una de las masacres más brutales de América Latina; pueblos bananeros, como Aracataca, no se distinguen mucho de los del sur de Estados Unidos; la relación de explotación los yanquis, de la United Fruit, respecto a los latinoamericanos están descritas magistralmente. Esta novela es una gran saga sobre las guerras civiles en Colombia.

                Mi generación estuvo marcada por el éxito de Cien años de soledad, publicada en 1967 y lanzada a la fama gracias, entre otras circunstancias, a la publicidad que le hizo la iglesia católica, que la censuró en su primera edición; hasta esta fecha, Gabo era un periodista y cronista, conocido sólo en Colombia y otros medios literarios restringidos y, de su lectura masiva, incluso traducida a varios idiomas, se transformó en un ícono de la literatura latinoamericana y mundial.

                Las facetas de la personalidad de García Márquez son múltiples: un gran periodista, más aún, desde mi punto de vista, un cronista que sigue la huella de tantos que han marcado la historia literaria del continente, que considero el género más importante, como base de la historiografía latinoamericana; un genial escritor y novelista y, sobre todo, un intelectual comprometido con la izquierda latinoamericana, así, condenó, por ejemplo, todas las dictaduras latinoamericanas que dominaron, en distintas épocas, en varios del continente – los “patriarcas” clásicos como Porfirio Díaz, en México, y Juan Vicente Gómez, en Venezuela, y carniceros, como Duvalier, en Haití, y Rafael Leonidas Trujillo, en República Dominicana; en los años 50-60, a Juan Domingo Perón, en Argentina, Gustavo Rojas Pinilla, en Colombia, Marco Pérez Jiménez, en Venezuela, y Alfredo Stroessner, en Paraguay, y los dictadores de seguridad nacional, Rafael Videla, Augusto Pinochet Ugarte, y otros -. En El otoño del Patriarca, García Márquez dibuja un retrato de los clásicos dictadores latinoamericanos.

                En Chile, prácticamente no hay personas que no cuente anécdotas de García Márquez y, para no ser menos, me agrego a la lista: mi madre, Marta Rivas, en los años 60 estaba incursionando en la literatura con un ensayo sobre Proust, El caso Dreyfus, además de un libro, Asedios a García Marquez; durante el exilio, en París, a partir de 1973, trabaron una amistad, junto con Marguerite Yourcenar, con quienes pasaban largas jornadas de té y literatura.

                Si hay algo por lo cual los chilenos deben estar siempre agradecidos de este gran escritor del realismo mágico es de su firme actitud de rechazo al repulsivo dictador Augusto Pinochet, incluso, llegó a decir, desconociendo cuánto tiempo duraría este criminal en el poder, que no escribiría más hasta que cayera el tirano – promesa que no pudo cumplir, pues las dictaduras en América Latina duran más de lo que sus víctimas desean -. Muy pocos escritores han entendido tan bien la mentalidad de los chilenos como sí lo hizo García Márquez, por ejemplo, la observación directa de nuestra idiosincrasia leguleya, que le causaba admiración porque en todos los kioscos de Diarios y Revistas, también estuvieran presentes los distintos textos de leyes, que los chilenos compraban con avidez, pero lo que ignoraba el escritor colombiano era que un buen porcentaje de chilenos no comprende lo que lee.

                Otro de los muchos rasgos simpáticos de la personalidad de García Márquez era su sencillez, su autenticidad y aversión a la fama; a diferencia de muchos escritores, le huía a la cámara, rechazaba las entrevistas, y prefería el reportaje como género periodístico.

 

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