Nuestra tiesa pero cumbianchera identidad nacional

Este artículo forma parte del especial «Chile Tropical: cumbia, cultura y ciudadanía en el 2010», coordinado por Carolina Benavente para la sección «Cultivos Chilenos» de El Ciudadano Nº93, segunda quincena de diciembre 2010

Por Wari

27/01/2011

Publicado en

Artes / Cultivos Chilenos

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Este artículo forma parte del especial «Chile Tropical: cumbia, cultura y ciudadanía en el 2010», coordinado por Carolina Benavente para la sección «Cultivos Chilenos» de El Ciudadano Nº93, segunda quincena de diciembre 2010.

En Chile no hay fiesta sin cumbia. Desde “Daniela”, con la Sonora Palacios en los `60, hasta “Que levante la mano”, en la actual versión de Américo, pasando por “De Coquimbo soy”, con Los Vikings 5, y “Tabaco y ron”, con Giolito y su Combo, en los `70, por los sones ochenteros de “El galeón español”, con la Sonora de Tommy Rey, y “El africano”, con Pachuco y la Cubanacán, en los ‘80; o por el “Macondo”, de Sexual Democracia en los `90 y “La medallita” versión 2000, de Chico Trujillo, la cumbia ha acompañado nuestros sábados, despedidas, cumpleaños, dieciochos y años nuevos desde que colonizara el repertorio de las orquestas bailables de fines de los `50.

Pero es a partir de los `90 y con el sound como protagonista que comienza a plantearse la existencia de una “cumbia chilena”, pese a su origen colombiano y a su repertorio mayoritariamente sudamericano. Cultores, productores, locatarios y públicos señalan que esta cumbia chilensis (ni tan propia, ni tan cumbia) reina en nuestras festividades, aún cuando saca ronchas en una oficialidad conservadora que defiende el estatus de baile nacional otorgado en dictadura -y por decreto ley- a una cueca hacendal y blanqueada.

Si cabe hablar de una “cumbia chilena”, no es tanto por su sonoridad, sino por la relevancia social de su práctica y uso festivo. Aunque se le haya negado ciudadanía por su origen foráneo, su trivialidad o su simpleza rítmica, la transversalización social de su repertorio en diversos estilos y su vínculo con el baile y la fiesta permiten su apropiación local, articulando una suerte de orgullo colectivo en el ámbito nacional.

Esta tropicalización “a la chilena” de la parranda evidencia la resistencia al disciplinamiento histórico e institucional del cuerpo, del ocio y del erotismo que generaron una suerte de atrofia corporal de alcance nacional. Nuestro particular baile cumbianchero prescinde así de la sensualidad pélvica para permitir que se expresen jóvenes y ancianos, rockeros, cebollentos, cuicos y flaitones, a punta de trencitos, manos alzadas y toda clase de movimientos tiesos, pero cumbiancheros.

En el año del “bicentenario republicano”, la cumbia vuelve a mostrarnos la ambigüedad de nuestra identidad. En fondas y pampillas del Norte, el sound banalizaba la tragedia de 33 hombres cautivos bajo tierra, mientras en el Sur la cumbia ranchera encubría la huelga de hambre de 32 comuneros mapuche. Ante el augurio de aguar el festejo, el nuevo gobierno de “unidad nacional” transformaba en epopeya mundial la tragedia, camuflando con pirotecnia y cumbia la exclusión y la conflictividad social.

Por Alejandra Vargas, Eileen Karmy y Lorena Ardito

Investigadoras en cultura popular. Proyecto «Tiesos pero cumbiancheros»

Fotografía cortesía «Tiesos pero cumbiancheros»

Leer: «Cumbia es cultura», la introducción al especial «Chile Tropical: cumbia, cultura y ciudadanía en el 2010»

La «Cucumbia» y las letras chilenas

Chicha Gráfica

Cultivos chilenos, segunda quincena diciembre 2010

El Ciudadano N°93

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