Entrevista

Académico Álvaro Ramis y su balance del gobierno de Bachelet: «Lo judicial es lo más vergonzoso»

"Queda la frustración de que es una oportunidad perdida, un espejismo. A pesar de que se ha avanzado en muchas áreas particulares, la conclusión es que la orientación general del país se mantiene y se profundiza. No hay un giro histórico que permita decir que se cambió rumbo", plantea el docente de la Universidad Alberto Hurtado. Por Arnaldo Pérez Guerra

Por paulwalder

10/03/2018

Publicado en

Chile / Política / Portada

0 0


A días de que la presidenta Michelle Bachelet deje La Moneda, El Ciudadano conversó con el académico de la Universidad Alberto Hurtado, Álvaro Ramis, para realizar un balance de su segundo mandato y del gobierno de la Nueva Mayoría. «En la macro política quedó en deuda», sostiene.

Ramis plantea que una de las trampas fue asumir que el proyecto político tendría las mayorías parlamentarias para implementar un programa, lo que en la práctica no ocurrió. «No se conseguían los votos y, por lo tanto, todo el gobierno quedó tensionado por esa mentira, por ese espejismo», plantea el también teólogo y colaborador de Le Monde Diplomatique.

A la hora del análisis aparece también el resultado de las grandes reformas que -aún concretándose- «dejan ese sabor agridulce por su falta de consistencia, de profundidad, y el efecto de este proceso es lo que otros llaman ‘frustración participativa’», apunta. El académico profundiza en esta idea explicando que «la gente participó en muchos de esos procesos -por ejemplo, el constituyente, la movilización por el aborto de tres causales, el tema educacional-, pero a pesar de la participación formal, el resultado no se condice con lo que se anhelaba».

Eso, dice Ramis, «genera un ciclo de desmovilización y frustración -‘mejor no participar, no se logran resultados’-, esa es la conclusión que este gobierno genera en la gente y eso es muy grave para la historia». Frente a este escenario, advierte sobre un «ciclo de desmovilización, de agudización de la desconfianza, en la política, en los partidos, en las organizaciones sociales también, porque en cierta medida la movilización quebró los movimientos, y los que participaron quedan deslegitimados. Eso es lo más grave».

Álvaro Ramis

¿Qué piensas de la presentación a última hora del proyecto de reforma constitucional? Son solo reformas…

Sí, es un proyecto de reforma constitucional que es a lo que se había comprometido la presidenta después del proceso participativo. El punto es que no hay relación entre el proceso participativo y el texto que se presentó. El proyecto se hizo sobre el borrador de la actual Constitución. No se redacta algo de cero. No presentan una nueva Constitución. Presentan reformas a algunos aspectos y muy tímidas. Además, se hace en un momentos en que tiene cero importancia política. Es un saludo a la bandera en su despedida. Como para decir se cumplió con el check-list, pero no es sustantivo. No tiene ninguna relación con las expectativas de la sociedad. Es cumplir en la forma pero no en el fondo. Y eso se repite en muchas dimensiones, por ejemplo, en el CAE. Hay otros, como en el aborto con tres causales, en que no había ropa para más. Pero en CAE sí la hay, también en lo laboral y lo tributario.

La auto restricción no nace por la ausencia de mayoría parlamentaria; nace de la propia presidenta y la Nueva Mayoría. Se autorestringen y autolimitan. Bachelet podría haber presentado un proyecto de Constitución mucho más avanzado -nadie la limitaba-. Si iba a ser un gesto testimonial, ¿por qué no presentar un texto totalmente diferente?, ¿por qué no usó la Constitución del ’25 como borrador? Se podría haber saltado la Constitución del ’80, volviendo a la continuidad histórica de Chile. Queda la frustración de que es una oportunidad perdida, un espejismo. A pesar de que se ha avanzado en muchas áreas particulares, sectoriales, en Energía, en Vivienda, calidad… el balance final es que la orientación general del país se mantiene y se profundiza. No hay un giro histórico que permita decir que se cambió rumbo.

¿Qué hizo bien el Gobierno? ¿Qué quedará para la historia?

Algo que nadie sabe, y yo le tengo respeto a Bachelet por esto, es que después del primer cambio de gabinete, que puso a (Jorge) Burgos, porque ya estaba chantajeada… después de Caval, casi en la cuerda floja, a punto de un cese de la presidencia, el consejo de gabinete con Burgos de ministro presenta toda una batería de medidas, una copia de la agenda pro crecimiento de Ricardo Lagos; cuando lo aprieta la UDI por el caso MOP-GATE, entonces con Caval, en la misma lógica, aprietan a Bachelet y la obligan levantar un modelo de agenda con la misma lógica de la derrota final, de entregar todo, regalarlo a precio de huevo: nuevas concesiones, privatizaciones. Y Bachelet resiste. Ese gesto creo que es lo que la salva. Hasta ahí llegó. Ese fue su límite. Eso fue apoyado por un núcleo crítico y eso hizo la diferencia. Tal vez si no hubiera estado del Partido Comunista en este gobierno, no habría tenido la fuerza de resistir la presión. Creo que en ese punto y en ese momento salvó la cara.

¿Y los aspectos en los que quedó en deuda?

Creo que sobre el programa en sí había la esperanza de que se pudiera cumplir en la mayoría. Creo que no se alcanzaron los grados de cumplimiento mínimos. El grupo de Burgos, reaccionario, dos años a cargo de Interior, trabó el gobierno totalmente, hasta que llega (Mario) Fernández. El primer año, con (Rodrigo) Peñailillo, es de avances legislativos rápidos; luego los años de Burgos paralizan, y el último año, de Fernández, Bachelet retoma la iniciativa y el ritmo. Pero este último año privilegió la idea de cumplimiento formal por sobre lo sustancial. Fue grave perder esos dos años, se desanduvo lo poco que se había avanzado. (Francisco) Huenchumilla había propuesto una serie de ideas, como el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas, pero fue desplazado. Con Burgos la agenda que se instala es la de la ‘Operación Huracán’. Son los años de la parálisis, que hacen que este gobierno tenga todas las peores prácticas, su peor rostro. Es cuando sacan el lema de Todos por Chile, la idea de que ‘no importa lo que hagamos, la idea es seguir juntos’, sea como sea, un poco ‘sálvese quien pueda’. Recién, sacando a Burgos, Bachelet logra retomar una agenda de mínimo cumplimiento y avanzar en algunas de las tareas mínimas, pero se deslavaron porque los plazos eran ya muy cortos, había muy poco tiempo y, por lo tanto, fue un periodo en que lo importante era lograr metas más que hacer cambios efectivos.

Poniendo en una balanza lo bueno y lo malo, ¿queda en deuda?

Sí, queda en deuda. Los avances sectoriales no se pueden negar, sobre todo en la micro política, en subsecretarías; lo que implementan los ministros en muchas áreas, fueron pequeños giros en las políticas sectoriales, pero en la macro política, a pesar del discurso, que fue diferente, quedó en deuda. El discurso no tapa los hechos. Por ejemplo, a pesar del proceso participativo, de discutir temas nacionales, el producto final es frustrante, absolutamente insuficiente y testimonial. No se cumplieron las promesas, y eso refleja que el diseño político general desde el inicio estaba mal formulado. Porque podría haber planteado este borrador de cambio constitucional desde los primeros días de su gobierno, para que fuera destrozado y todo el mundo opinase. Y haber dicho: ‘Este es mi borrador, tenemos cuatro años para discutir’. Y, obviamente, con un tira y afloja, más movilización, la gente estaría discutiendo y habría sido mucho más productivo. Uno se pregunta: ¿Hubo voluntad o no de hacer los cambios?…

¿Michelle Bachelet gobernó para los empresarios o los trabajadores?

Creo que los empresarios no se sintieron representados, a pesar que una parte del gobierno puede haber querido gobernar con ellos. No los logró seducir, como sí lo hizo Lagos, eso está claro. Los empresarios no adhirieron al gobierno, pero tampoco la base popular, que podría haber sido el contrapeso. Entonces quedó sin un actor social de referencia para impulsar el proceso. Esa es la ausencia más grave. ¿Qué actor? No había pueblo detrás. Eso hace que el empresariado defienda con tanto interés a Piñera, aunque los divide, lo ven como competidor, pues es uno de ellos, no les da plena confianza. Lagos sí les daba confianza.

¿Y esto que se firme el TPP o se entregue el litio a Ponce Lerou como una especie de pago por sus servicios?

Se cierran causas, y entiendo que lo judicial es lo más vergonzoso, como lo último de la entrega de la notaría a uno de los involucrados en Caval… este ejercicio de destruir a los fiscales, de hacer el desmonte de lo bueno que se había avanzado en el poder judicial, eso es muy triste y grave. Respecto al litio, hay una cuestión técnica. Yo entiendo que las posibilidades de negociarlo mejor prácticamente no existían. Esa es mi opinión. Era la mejor posibilidad de negociar de acuerdo a los límites que da la legislación. Si quieres generar otra negociación debes hacer una reforma constitucional, ampliar el rayado de cancha. Y lo del TPP creo tiene otra explicación. Están haciendo buena letra ante los demócratas de Estados Unidos, en la perspectiva de alianzas políticas futuras. Esto es irritar a Donald Trump y establecer con los demócratas un pacto de lealtades. No se va a aprobar el TPP; si Estados Unidos no quiere no lo van a aprobar. Lo importante es darles la señal a los demócratas de que son confiables, que van a estar siempre con ellos.

¿Por qué no ganó Alejandro Guillier?   

Creo que porque no tenía ninguna posibilidad, ninguna condición que lo favoreciera: una coalición dividida, un candidato elegido por descartes y no por primarias, no tenía un programa claro, su equipo estaba dividido, era contradictorio y, por último, no tenía generales, en su comando solamente habían voceros… No había ninguna posibilidad objetiva de que pudiera ganar. Otro factor fue la emergencia del Frente Amplio, que quebró su posibilidad de copar el electorado… Y también las debilidades de Alejandro Guillier como candidato: no tenía claridad de por dónde orientarse, la mitad de la campaña habló contra el gobierno y no lo defendía. No logró quedar bien con nadie. El Gobierno no se sintió identificado con el candidato, y el candidato no se sintió identificado con el Gobierno. Su única fortaleza era ser el candidato del Gobierno, y ni eso estuvo claro. Era el candidato de los partidos, pero no de todos; los socialistas no estaban convencidos. Los únicos que se pusieron con fuerza tras él fueron los comunistas, y nada más.

¿Este tipo de gobierno se agotó, como se agotó antes la Concertación?

Creo que sí, fue un gobierno de continuidad reformado de la Concertación. Hubo factores nuevos: un intento de cambio de discurso, de énfasis, de prioridades, y hubo políticas sectoriales distintas, pero en sí, era la continuidad del mismo personal humano, político, la orientación de fondo, las decisiones finales, el sustrato. Eso creo que está en crisis mundial: la socialdemocracia italiana, el PSOE español, el partido socialista francés, donde uno vea, hay una debacle de la socialdemocracia como la entendemos. Y hay dos opciones: o esa socialdemocracia se reinventa como Jeremy Corbyn -es decir, se reizquierdiza-, o va a ser subsumida por un nuevo movimiento que no es propiamente la izquierda.

Puede que lo que surja después de la muerte de la socialdemocracia no sea una nueva izquierda, una cinco estrellas, puede ser derecha mañana y de izquierda también, ambas cosas. Creo que lo que está surgiendo en muchos casos es eso, procesos que el electoralismo los puede llevar a distintas vías y orientaciones. Por ejemplo, el Frente Amplio tiene hoy una mayor claridad política, pero si el electoralismo lo subsume o lo envuelve, podría terminar siendo un frente amplio cinco estrellas, y electoralmente ser muy exitoso, pero políticamente muy frustrante. Puede copar el escenario, pero como no tienen arraigo histórico, el programa lo pueden decidir las encuestas, Twitter o el iluminado de turno.

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones