Columna de Opinión

Daniel Matamala: Entre el Periodismo y la Razón de Estado

El rol del periodismo como un “cuarto poder” es poner en entredicho a los poderes del Estado, no confeccionar la estatalidad a su antojo bajo una moralidad específica.

Daniel Matamala: Entre el Periodismo y la Razón de Estado

Autor: El Ciudadano

Por Diego Polanco

En uno de sus tantos gestos de corrección política, Daniel Matamala ha exigido en su podcast —específicamente en el episodio 8 de la segunda temporada de Lo que importa (ver aquí)— que todos los partidos políticos en Chile condenen “las dictaduras, aquí y en cualquier parte”. Sin embargo, su dedo acusador no apunta en todas las direcciones. Mientras condena con severidad a Cuba y Venezuela, guarda silencio sobre China, nuestro principal socio comercial y el motor geopolítico y productivo del reordenamiento mundial del presente tiempo histórico.

Tampoco ha dicho nada sobre las revoluciones de los países del Sahel: Malí, Níger y Burkina Faso, revoluciones de índole “castro-chavista”, que, inspiradas en la figura del Che Guevara, Fidel Castro, Hugo Chávez y Thomas Sankara, se han alzado vía golpes militares contra el neocolonialismo francés. Impulsando dictaduras —hasta el momento, supuestamente transitorias— han puesto en marcha procesos de liberación nacional, empujando la gran transformación que necesita cualquier país estancado en el subdesarrollo: resolviendo cuellos de botella de infraestructura, energía, educación, alimentación, etc. Muchas de las dolencias y sufrimientos del Chile de mediados del siglo XX, que, ante el agotamiento del régimen de acumulación de la postdictadura, también vuelven a hacerse presentes en la actualidad.

Estos logros para los países de la alianza del Sahel eran inimaginables hasta hace solo un par de años, cuando el franco francés se imponía como moneda hegemónica en estos países africanos, subordinando su soberanía monetaria a los intereses de la banca francesa a través de una moneda que la misma Francia había dejado en el pasado. Paralelamente, las empresas proveedoras de materias primas a la industria energética nuclear francesa extraían uranio de Níger a precios impuestos por la fuerza militar, a costa de condiciones laborales tangentes al esclavismo, incluyendo prácticas del siglo XIX como el trabajo infantil, que lamentablemente figuras de ultraderecha como Giorgia Meloni han sabido denunciar públicamente con mayor desplante y severidad en la escena política que el progresismo y la izquierda mundial.

¿Son las opiniones de Matamala una estrategia comunicacional, o es sencillamente un periodista ignorante de cómo las ideas revolucionarias que justifican revoluciones armadas y el ascenso de China como potencia hegemónica bajo un ordenamiento político de partido único han vuelto a la escena política mundial, jugando un papel central en el destino de la humanidad y su coexistencia con el planeta? ¿Es Matamala incoherente, o utiliza su tribuna en calidad de “ciudadano” con una sutil conveniencia ideológica? No es posible tener una respuesta, pero tampoco es relevante hacerlo. Por el contrario, es necesario recalcar que sus ideas no están imbuidas de una posición universal, ni mucho menos de una rigurosamente democrática, como aparenta imponer su “performance” moral. Más bien, su ideario liberal da cuenta de la subordinación cultural del periodismo nacional a la decadencia de las redes transnacionales de (des)información del imperialismo occidental.

Estas contradicciones quedan al descubierto una vez considerando la tensión entre su figura pública como ancla de TV y sus iniciativas privadas en el espacio público digital. Pareciera que existen, cuando menos, “dos Matamalas”: el que informa para Chilevisión con soberana objetividad y parsimoniosa neutralidad, y, por otro lado, el Matamala “ciudadano”, el cual, en sus podcasts y columnas, reproducidas en las redes sociales, moviliza su “capital influencer” en plena contradicción con el periodismo de investigación. Por el contrario, sus intervenciones son una forma propia de ejercer el poder mediático en la era del capitalismo digital.

En su podcast, Matamala entrevista, no indaga. Opina, no informa. Emite juicios, no devela hechos incómodos. En definitiva, tenga conciencia o no de aquello, opera como un “emisor de sentido autorizado” que moldea a su antojo el marco de opinión desde una pretendida neutralidad, que a todas luces es evidentemente falsa. Su doble rol —como comunicador institucional y figura moralizante— nos invita a pensar el papel y la ética del periodismo en el capitalismo contemporáneo.

La idea del periodismo como “cuarto poder” en el marco de las alicaídas democracias liberales descansa en una promesa: fiscalizar al poder político y económico; develar la verdad que se oculta tras la corrupción y los abusos; e informar con responsabilidad y apertura al disenso. Sin embargo, figuras como Daniel Matamala no respetan los límites de su propia profesión. Por el contrario, sus intervenciones derivan en un discurso de tono moralizante que normaliza su propio juicio como equivalente a la razón pública, su propia moral como razón de Estado. Sus columnas no abren debates, sino que los cierran en nombre de principios que se proclaman como universales, pero no son más que la expresión ideológica de un orden global en crisis. Como diría Milan Babic, el periodista en cuestión representa los síntomas de morbilidad propios del interregno que (des)gobierna el capitalismo mundial.

Esta forma de periodismo intervencionista ocurre precisamente en el contexto histórico del interregno: mientras que el viejo orden liberal internacional —financiero, político y cultural— liderado por los Estados Unidos ha entrado de lleno en un profundo proceso de crisis política, económica, y, por sobre todo, moral. Vale la pena comentar que no son ni Cuba ni Venezuela quienes son responsables del genocidio cometido por el Estado de Israel ante la población palestina en la Franja de Gaza. Sino que, principalmente, son los Estados Unidos, inclusive previo a la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

Las opiniones de Matamala, el ciudadano “podcaster” e “influencer”, no son reducibles a meras opiniones de cualquier ciudadano, sino que operan simbólicamente como razón de Estado. El uso de su poder mediático para imponer los límites morales de la legitimidad democrática, decidiendo qué países ameritan condena, qué candidatos encarnan la civilidad y cuáles son peligrosos para el sistema, es un actuar absolutamente antidemocrático por parte de alguien que no rinde cuentas, no es electo, pero influye más que muchos parlamentarios, políticos y empresarios. Por lo tanto, este se constituye en una forma autoritaria de censura informal arbitraria. Sus opiniones no impiden hablar, pero invalidan discursos previos a que estos siquiera se articulen en el espacio público.

El rol del periodismo como un “cuarto poder” es poner en entredicho a los poderes del Estado, no confeccionar la estatalidad a su antojo bajo una moralidad específica. Una prensa que, en vez de cumplir su función democrática de interrogar al poder, se arroga un rol tutelar sobre la ciudadanía está imbuida de un carácter autoritario dada su forma de hacer periodismo. No en la opinión en sí misma, sino en el carácter simbólico de su uso como imposición moral, enmascarada hipócritamente como información neutral, de quien hace ejercicio de su ciudadanía no por la mera libertad y derecho de ejercerla, sino por el capital simbólico que le otorga el poder de hacerlo.

Por Diego Polanco

Economista


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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