En Chile, la palabra patria suele encender los discursos con una facilidad casi eléctrica. Hay quienes la pronuncian como si fuera un estandarte eterno, una verdad ancestral que les corresponde por derecho natural. La agitan, la levantan, la convierten en escudo. Pero, cuando uno mira con calma -como mira el cronista que busca señales más allá del ruido- descubre que no siempre la retórica coincide con la práctica.
En el debate público, más de una vez se ha acusado a ciertos líderes políticos de defender a Chile con el pecho, pero administrarlo con la calculadora que suma para su lado y no para el país. Un ejemplo es José Antonio Kast, un patriota que convive con estructuras empresariales diseñadas para maximizar beneficios tributarios, pero no siempre dentro del espíritu del país que dice poner primero. No es una sentencia, sino un reproche que flota en la conversación nacional, repetido por adversarios, analistas y voces incómodas incluso de su mismo sector.
Kast y su familia tiene un complejo entramado de sociedades en Panamá y elude en Chile.
Allí surge una contradicción que cualquier periodista puede observar sin necesidad de estridencias: ¿qué clase de patriotismo es aquel que exige sacrificio a los demás, mientras reserva para sí los atajos más ventajosos?
La palabra patria es fuerte, pero también frágil. Suena sólida, pero basta un gesto disonante para que empiece a sonar hueca.
Porque el verdadero amor a la tierra no se proclama: se practica. No se mide en banderas desplegadas, sino en la disposición a contribuir de manera justa con aquello que sostiene a la comunidad. El patriotismo no es una foto, es una factura compartida. No es bandera flameante, es responsabilidad cívica.
Y cuando un candidato quiere recortar beneficios sociales al pueblo de Chile, al pueblo del país que habita es que sencillamente no es un patriota.
Quizás por eso, cuando los ciudadanos escuchan grandes discursos sobre Chile, pero leen en paralelo las críticas que señalan maniobras, optimizaciones o estructuras que buscan reducir cargas tributarias, aparece una sombra que no es poética, pero sí inevitable: la sospecha.
La sospecha de que hay patriotas de voz alta y compromiso bajo.
Patriotas de ceremonia, pero no de contribución.
Y el país, que es viejo en estas contradicciones, lo sabe.
Chile distingue. Chile observa.
Y Chile recuerda que la patria no se lleva en la voz, sino en la coherencia.
Ciudadano Informado

