La represión en respuesta a la resistencia

«El Puntarenazo»: A 34 años de uno de los embates más duros de la dictadura en Magallanes

La mítica concentración contra Augusto Pinochet significó el resentimiento del régimen frente a la Iglesia Católica y culminó en el posterior “Bombazo de Fátima”, ambos hechos marcados a fuego en la retina de los magallánicos. Por Constanza Lobo

Por Daniel Labbé Yáñez

26/02/2018

Publicado en

Chile / Justicia y DD.HH / Portada

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El 26 de febrero del año 1984 Augusto Pinochet presenció el disgusto de los puntarenenses mientras desfilaba por la plaza principal de esa ciudad, donde el himno nacional no fue capaz de ahogar los gritos y consignas de las personas. Ese mismo año, en octubre, un atentado de bomba por parte del Ejército deja un militar muerto: a 34 años de estos hechos, la memoria se vuelve primordial.

¡Se lo dijeron en su cara!

Manuel Rodríguez, sociólogo y cientista político, se reclina en su silla mientras recuerda los primeros meses del año 1984. Él era uno más resistiendo la dictadura de Augusto Pinochet, y desde su trinchera, el Grupo de los 24, círculo de académicos que realizaban estudios constitucionales, recuerda cómo fue la llegada del dictador a Punta Arenas y ese año clave para la oposición regional.

“Estos hechos, ‘El Puntarenazo’ y el ‘Bombazo de Fátima’, tienen una antesala”, señala, refiriéndose a los cabildos: reuniones abiertas a puertas cerradas. Estos se conformaban por diversas organizaciones sociales, desde el Comando Multigremial hasta los distintos partidos políticos de la zona, cruzando entidades ciudadanas, de Derechos Humanos, mujeres y juveniles.

Como cualquier tipo de permiso para reunirse sería negado por las directivas municipales, las organizaciones convocantes recurren a la Iglesia Católica. “El obispo Tomás González cede distintos camposantos para que podamos reunirnos, así hicimos uso de los salones de cuatro iglesias locales: la parroquia San Miguel, el gimnasio Cristo Obrero, (la parroquia) Cristo Redentor de Playa Norte y Parroquia Nuestra Señora de Fátima”, detalló.

La dinámica de estos consistía en un discurso inicial, realizado por algún dirigente, que luego cedía la voz a cualquier persona que quisiese manifestar sus pesares, ideas o proyectos respecto de lo que estaba gestándose en ese entonces. “Porque nosotros éramos una oposición distinta al resto del país, mucho más unida, ya que las coaliciones del centro no servían aquí”, explica Rodríguez.

Portada de La Prensa Austral el día siguiente del Puntarenazo

Así, y a través de los cuatro cabildos realizados -el último convocado apenas dos días antes de la llegada del ex Comandante en Jefe del Ejército-, en la Parroquia Fátima de la población 18 de Septiembre, se concreta la idea de una manifestación, los gritos, consignas y pancartas que ese día le enrostrarían.

A las 11 de la mañana del 26 de febrero en la Plaza de Armas llegan de a poco los manifestantes, que cruzan miradas y se van amontonando en una de las esquinas, entremedio de los espectadores del desfile militar. Una hora después aparece el clásico Mercedes Benz después del llamado de clarín y desciende Pinochet. “Comienza la canción nacional y en lo que él empieza a desfilar, empieza también la gritadera”, recuerda el sociólogo.

Los gritos hacían eco debido a la ubicación de los manifestantes, cercanos a uno de los edificios más altos de la ciudad, la Catedral de Punta Arenas, volviendo el ruido mucho más envolvente: “¡Y va a caer! ¡Y va a caer!”. Entonces una risita se le escapa a Rodríguez. “Pinochet estaba rojo de rabia, pero no se le movió una pestaña, ni cuando le tiraron un conejo muerto”, rememora. La canción termina, él vuelve a su auto y Carabineros se lanza contra los manifestantes que habían arrancado hacia la iglesia.

Pero no fue sólo eso, militares del Regimiento Pudeto rodeaban la catedral con sus yataganes. Algo que -asegura Rodríguez todavía con asombro en los ojos- “no se había visto nunca en todos los años de dictadura”. Los párrocos y personeros de la iglesia, como Marcos Buvinic, deciden ingresar a los manifestantes e intervenir por ellos con la fuerza policiaca; no obstante, 16 personas ya habían sido detenidas.

Imagen solo de referencia

Sería esta manifestación la que provocaría el llamado Bombazo de Fátima, el fallido intento del Ejército de Chile que culminó con uno de sus hombres muerto debido al impacto de la bomba, solo ocho meses más tarde.

Bombazo de Fátima

“En la población (18 de Septiembre) el viento siempre corre así”, dice la recepcionista al interior de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima cuando el viento se vuelve mucho más violento y silba entre la ventana. Ambas esperamos a Marcos Buvinic, párroco de la iglesia y testigo presencial del atentado de octubre de 1984.

La iglesia está completamente remodelada, no obstante cuenta con varios simbolismos que recuerdan lo sucedido hace ya 34 años. El más llamativo es la figura de una virgen en la entrada; sus manos, no obstante, están en una repisa cubierta de vidrio que se desprendió como consecuencia del impacto.

La puerta se abre y aparece Marcos Buvinic, alto y de cabello cano, con una media sonrisa en el rostro. Si bien fue “crecido en el norte”, como él mismo explica, toda su vida estuvo ligado a Punta Arenas, donde finalmente radica después de terminar su especialización en Santiago.

La conversación, a medida que se direcciona hacia el atentado y la represión de la dictadura en Punta Arenas, se vuelve más solemne. “1984 fue un año muy duro, de mucho miedo, de mucho amedrentamiento”, dice con los ojos clavados en el escritorio de madera, y agrega: «Éramos constantemente seguidos”.

La Iglesia Católica se volvió el nuevo foco de la dictadura después de lo ocurrido en febrero; un mes después colocaron una bomba de ruido en la Parroquia San Miguel, que incendió las puertas del templo. Buvinic se cruza de piernas mientras relata: “Se habían enfrascado contra el Obispo Tomás González, que para ellos era el cabecilla de todo esto, y a mí luego me llevaron preso por un día”.

Finalmente, en la madrugada del 6 de octubre esa tensión se vuelve evidente e inevitable. Según el relato de un guardia del jardín infantil ubicado frente al camposanto, cuatro militares hicieron ingreso a ella, desapareciendo en su interior y yéndose a los pocos minutos. “Pero uno de ellos vuelve, no sé si algo habrá salido mal o qué, pero fue allí cuando esta detona, matándolo al instante”, describe el párroco.

Patricio Contreras Martínez, el DINE fallecido, se desempeñaba como teniente en el Regimiento de Infantería Pudeto, ubicado a quince minutos de la parroquia. “Todo hace suponer que él estaba inclinado al momento de la detonación, eso explicaría cómo quedó su cuerpo después”, señala Buvinic.

“Recogimos todos los trozos de carne y resultó un montoncito de nada más que cinco kilos”, dice Buvinic moviendo las manos, asemejando un bulto sobre el escritorio. “Yo llegué en la madrugada, no entendía nada, me llamaban desde las casas contiguas cuando todo estaba a oscuras”, agrega, relatando que iluminando la entrada de una casa con los focos de su camioneta, lo reciben extendiéndole un bototo militar: el pie estaba dentro de él.

El viento sigue corriendo igual de furioso que horas atrás, no obstante, Marcos Buvinic tiene los ojos apagados, atrapados en el pasado. “Cuando ya aclaró encontramos la TIFA (Tarjeta de Identificación de las Fuerzas Armadas) de Patricio Contreras Martínez, media chamuscada contra una de las rejas que rodeaba el templo, que resultó parcialmente destruido debido al impacto de la bomba”, recuerda.

Días después, Tomás González realiza una convocatoria en los restos de la Parroquia Fátima. Miles y miles de personas de distintos sectores de Punta Arenas llegan a la población 18 de Septiembre, alzando sus manos al aire, un gesto que demostraba su inocencia. “No existía solo el miedo a que se repitiese, sino de que tomaran a cualquiera y le mataran, puesto que habían llegado ya a estos límites”, confiesa Buvinic.

Sin embargo, actos similares no volvieron a registrarse en Magallanes. Por su parte, el Ejército nunca asumió su responsabilidad hasta el año 2003, cuando decide ofrecer un acto reparatorio al camposanto, arreglando y pintando algunos salones de su interior. En términos legales el caso se cierra el año 2007, dejando en libertad a los otros militares identificados, Gonzalo Jara Padilla, Humberto Olmedo Álvarez y Milton Muñoz Campos.

“Yo creo que como caso policial está cerrado, hay culpables identificados, hay un reconocimiento institucional, una obra reparatoria; desde un punto de vista formal está cerrado”, dice finalmente el párroco Buvinic, quien agrega: “Pero otra cosa es un punto de vista ético y yo creo que ese nunca está cerrado. ¿Cuáles son los mecanismos institucionales, psicológicos, que hacen posible que se llegue a esto?”.

Es un cuestionamiento constante, que sólo se responde con una cultura de la memoria regional y nacional nacida desde la ciudadanía. Punta Arenas cuenta con un museo de la memoria virtual, con una Casa de Derechos Humanos pronta a convertirse en Museo de Memoria y, asimismo, todos los años para el día de los DDHH se realiza un paseo conmemorativo por todos los sitios que se vieron tocados por la dictadura. Acciones que, definitivamente, debiesen repetirse en todos los puntos del país.

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