Por Manuel Riesco, vicepresidente de CENDA
Los EE.UU. han manifestado que, para enfrentar el inevitable avance de potencias emergentes rivales cuyas economías ya los han equiparado, su nueva estrategia consiste en replegarse desde zonas que ya no puede controlar, como Europa y Medio Oriente, para concentrarse en reafirmar su “hegemonía sobre el hemisferio occidental”.
Para ello han revivido la estrategia de “América para los Americanos”, que ahora denominan “Monroe-Trump”, la que, declaran, van a asegurar mediante intervenciones directas y yanaconas locales.
Ello pone a Latinoamérica frente al imperativo de defender su soberanía a todo trance, individual y colectivamente, y modifica el orden de prioridades, alianzas internas y también el carácter de la elección venidera: ésta se define ahora entre votar por Chile o votar por Trump.
La nueva estrategia nacional de los EE.UU. ha expuesto ante el mundo, de manera brutal, como concibe y espera imponer lo que define como sus intereses nacionales, es decir, maximizar su poder en las nuevas condiciones mundiales en las que enfrenta a potencias rivales que ya han alcanzado dimensiones similares e inevitablemente le desplazarán hacia el futuro.
Leer este documento es indispensable aunque nada agradable, puesto que su lenguaje no es el de la diplomacia sino que se expresa con matonaje racista y arrogante, presumiendo y amenazando con descaro de su fuerza poderosa.
Como todo matonaje, sin embargo, es el intento de un actor relativamente pequeño que pretende así imponerse a un grupo que le supera ampliamente en número: en este caso ello resulta evidente puesto que la población de los EEUU representa apenas un 4 por ciento del total mundial y un tercio de la de cada uno de sus dos rivales mayores.
Ello ocurre además al tiempo que los países donde vive la abrumadora mayoría de la humanidad están transitando velozmente desde los viejos señorialismos agrarios seculares al modo de producción urbano moderno, el que por tres siglos otorgó la hegemonía del mundo al autodenominado “Occidente” -que en conjunto alberga solo un décimo de la población total- simplemente porque accedió antes al mismo.
En esencia, la nueva estrategia de los EE.UU. asume, con depredadora agresividad pero con bastante realismo, este cambio inevitable en la correlación de fuerzas mundial, que en este preciso momento experimenta un terremoto, es decir, los estremecimientos de un quiebre o salto cualitativo en el avance gradual que tiene lugar en las profundidades tectónicas de la sociedad.
¿Qué se proponen los EE.UU.? Pues retirarse de los espacios que no le resultan prioritarios, especialmente desde Europa y el Medio Oriente, para concentrarse en acrecentar, literalmente, “su hegemonía sobre el hemisferio occidental” y de ese modo hacer todo lo posible por evitar que su principal rival, China, haga lo mismo en su respectiva zona de influencia y en el resto del mundo.
El problema para América Latina es que la considera parte central del “hemisferio occidental” sobre la cual se propone reeditar la doctrina de “América para los Americanos”, rebautizada, literalmente, como doctrina “Monroe-Trump”. Pretende aplicarla, así lo declara, mediante intervenciones directas y también mediante la acción de cómplices locales que le sirvan de punta de lanza.
En ese cuadro, Latinoamérica no tiene otra alternativa que no sea defender a todo trance su soberanía, cada país de modo individual pero al mismo tiempo avanzando aceleradamente en la integración regional en todos los planos, incluyendo no solo el económico sino también el militar, único camino para lograrlo en un grado mínimo. Al tiempo que aislar, en cada país y en la región, a los yanaconas locales que toman partido por los EE.UU. en contra del interés nacional de sus países y región.
En lo inmediato, en Chile hay que aislar a quienes con descaro han proclamado y están activamente colaborando, en manifiesta traición a los intereses nacionales, con la nueva estrategia del hegemón en retirada.
Esa es también la disyuntiva principal de la elección venidera: votar por Chile o votar por Trump.
Manuel Riesco, vicepresidente CENDA.-

