Columna:

Ataques de ira ciudadana

Los parlamentarios hacen todo lo posible para aumentar el justo rechazo que, desde décadas, les tiene la opinión pública y, con sobrada razón: según las últimas encuestas de opinión, el noventa por ciento no confía para nada en esa institución, así,  políticos, parlamentarios o jefes de partido tienen una equivalencia a mafiosos y delincuentes, que […]

Por Arturo Ledezma

30/11/2014

Publicado en

Columnas

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Los parlamentarios hacen todo lo posible para aumentar el justo rechazo que, desde décadas, les tiene la opinión pública y, con sobrada razón: según las últimas encuestas de opinión, el noventa por ciento no confía para nada en esa institución, así,  políticos, parlamentarios o jefes de partido tienen una equivalencia a mafiosos y delincuentes, que cometen permanentemente abusos de poder, que son “cafiches” del Estado y que muy pocas veces cumplen con sus deberes en el Congreso, aun cuando sea calentando el asiento – hay diputados que pasan desapercibidos los cuatro años, pues no suenan ni truenan en la discusión y aporte a los proyectos de ley -; tal vez algunas de estas acusaciones sean exageradas, sin embargo, los parlamentarios siguen haciendo todo lo posible para aumentar su capital monetario y también de desprestigio.

Cada miembro del Congreso gana $8.000.000, sin contar las regalías, y pertenecen a 0,1% de los chilenos más ricos, además, con el agravante de que muchos de ellos llevan más de 20 años en el cargo – sumados sus sueldos sería equivalente a haber ganado varios premios de la Lotería -, entre tanto, el 90% de los pobres  representados gana menos de $500.000, que marca una profunda asimetría entre unos y otros.

El reajuste que, desafortunadamente aprueba el mismo Congreso, este año fue de un 6% – 0,8% más que la inflación – y rige para todos, incluso para sueldos del presidente de la república, ministros, subsecretarios, seremis, intendentes, gobernadores y demás jefes de servicio – y para algunos asesores que dan pésimos consejos a los jefes – que llega a un incremento de $500.000 mensuales, mientras que para una persona con sueldo mínimo apenas alcanza, aproximadamente, a $12.000, que alcanzarían para unos kilos de de pan y unas bolsas de té; por cierto, las 500 lucas de esos caballeros alcanzan a un sueldo completo, con 44 horas de clase, de un profesor. Esta vez tiene la razón el pueblo a su justa indignación.

 Desde hace varias veces he escuchado el clamor popular “a cerrar, a cerrar, el congreso nacional”, la última vez  fue con ocasión del “tanquetazo”, en 1973. En la actualidad los ciudadanos, transformados en consumidores y, además, analfabetos políticos que ni siquiera ejercen su derecho a votar, así fuera nulo para mostrar rechazo al sistema, sólo se contenta con mascullar su rabia que expresan, algunas veces, en las conversaciones privadas y en las encuestas.

 Los diputados Giorgio Jackson y Gabriel Boric propusieron, hace algunos meses, que el sueldo de los parlamentarios fuera rebajado a la mitad, pero predicaron en el desierto, pues salvo el apoyo a la iniciativa de algunos de sus colegas, la mayoría se hicieron los tontos y miraron para el lado, culpando al Ejecutivo al no vetar o conceder un reajuste escalonado, a fin de que los altos salarios de la administración pública tuvieran un menor aumento.

 En Chile, desafortunadamente hasta ahora,  no hay un Presidente Pepe Mujica – que entrega el 90% de su sueldo a obras sociales, o un Evo Morales, que también percibe un austero salario – por el contrario, estamos plagados de pavos reales que, incluso siguen recibiendo sueldos vitalicios una vez dejado el cargo. La Presidente Bachelet, en esta oportunidad dejó pasar una memorable ocasión para mejorar su imagen y mostrar que tiene sentimientos  en favor de la gente que lo pasa más mal, suprimiendo el reajuste para sueldos más altos de la administración pública.

 En el pasado, los políticos eran gente honrada, transparente y buena, que entendían su tarea como de servicio permanente al bien común – a algunos de ellos los conocí muy de cerca, como es el caso Rafael Agustín Gumucio, mi padre, y de Bernardo Leighton y algunos otros, que vivieron y murieron pobres – mi padre, a su muerte, me legó un pijama y mucho amor por la justicia y una sed enorme por la búsqueda de la igualdad –, “muchos sueños y utopías y poco apego al dinero”.

Causa inmensa pena que la política actual se haya convertido en una fábrica de mezquinos nuevos ricos y que los parlamentarios no sean otra cosa que mozos de los dueños del país, y cada vez que se suben el sueldo, se convierte en una  cachetada, por ejemplo,  a la pobre profesora jubilada que gana menos de $300.000 mensuales, o al docente que comienza su misión en la educación con menores al reajuste mensual de los parlamentarios. Hay que seguir luchando hasta lograr la convocatoria a una Asamblea Constituyente, que envíe al basurero de la historia a todos estos ambiciosos personajes, que sólo persiguen el poder y el dinero.

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