Cambiar el binominal por un modo de escrutinio proporcional

Si no hay cambio del sistema binominal por uno que permita la expresión del pluralismo político, es decir, un escrutinio y modo de representación proporcional parlamentario, todo el palabrerío actual será otra pantomima que generará más indignación

Por Director

17/01/2012

Publicado en

Columnas

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Si no hay cambio del sistema binominal por uno que permita la expresión del pluralismo político, es decir, un escrutinio y modo de representación proporcional parlamentario, todo el palabrerío actual será otra pantomima que generará más indignación. Sin el cambio del sistema elitista actual por uno auténticamente democrático la retórica concertacionista-aliancista será percibida como una maniobra destinada a preservar lo esencial del sistema actual en plena crisis. Y los sectores de izquierda de la oposición, desconcertada como siempre, no tienen nada claro y distinto. No se atreven a plantear un cambio real que permita construir un sistema político pluralista y abierto.

Más aún, para democratizar el régimen político postdictadura es necesario que el Estado financie las campañas electorales y garantice la equivalencia de tiempo y espacio mediático de las candidaturas de los partidos y coaliciones que obtengan un número significativo de firmas. Sin estas reformas políticas democráticas fundamentales los económicamente poderosos seguirán controlando sin contrapeso el poder legislativo. Comentarios y revelaciones de prensa indicaban que un sillón parlamentario le costaría a RN un millón de dólares. Esta suma astronómica que le permite a los magnates partidarios, como Carlos Larraín, financiar campañas y controlar a sus tropas muestra el carácter oligárquico del régimen político actual. Es una de las perversiones del binominal. En la Concertación son las componendas entre los apparatchiks y los dinosaurios los que mantienen el statu quo y le impiden renovarse.

Pero hay que ser realista. Este gobierno no puede hacer ninguna reforma fundamental que vaya en el sentido de satisfacer realmente las demandas ciudadanas. Esto es así porque según los criterios dominantes los cambios resquebrajan las estructuras políticas y económicas actuales; óptimas según los criterios de los poderosos a los cuáles sirven. Las objeciones políticas de los guardianes del dogma neoliberal pesan demasiado. Chile está bien así, proclaman alto y fuerte los sumos pontífices de la UDI J. Novoa, de RN Carlos Larraín y el ideólogo neoliberal H. Büchi.

La derecha liberal cuenta con una buena parte del personal político de la Concertación para continuar por la vía de los consensos y los pactos a diluir la exigencia de transformación social, política y económica. Es la vocación de las estructuras neoliberales postdictadura diseñadas por el régimen militar: actuar de contrafuerte y dique de contención ante los conflictos sociales y las demandas populares. Y es precisamente la lectura de esta situación la que interpela a los movimientos sociales y a la izquierda dispersa a unificar sus demandas y levantar candidaturas unitarias y populares para las municipales antes de las próximas parlamentarias. También impone este año la tarea de una campaña política contra el binominal y su reemplazo por uno proporcional. En la cancha se ven los gallos y gallinas de temple.

El Partido Comunista sigue, por desgracia, apostando a una alianza política con la Concertación, poniendo todos los huevos en la canasta del regreso del conglomerado que se asimiló al neoliberalismo en 20 años de gobierno y que renunció en la práctica a realizar cambios estructurales que hoy demagógicamente promete. Imposible. La naturaleza de la Concertación es ser una fuerza sistémica defensora de la economía social de mercado (eufemismo alemán de neoliberalismo) dispuesta a defender el ultracapitalismo con toques de asistencialismo. Por lo mismo, el PC pudo haber liderado un movimiento de reagrupación de las fuerzas de izquierda políticas y sociales alternativo a la Concertación. Pero optó por el «todos contra Piñera» y, tal como se ven las cosas, a la vuelta de M. Bachelet con su equipo de corte neoliberal. La idea de un pacto con el concertacionismo, del cual nada se sabe respecto a su contenido programático, es un retroceso con respecto a las demandas ciudadanas. El MAIZ y el MAS viven el mismo dilema: ser alternativa política de izquierda anticapitalista al neoliberalismo en su versión aliancista o concertacionista, o ser comparsa de este bloque liderado por Bachelet u otro.

Precisamente, las recientes movilizaciones ciudadanas del 2011 muestran que el camino promisorio para realizar reformas estructurales es la acción colectiva y no los pactos de y en las superestructuras. Un pueblo alerta, desconfiado y empoderado, como lo vimos durante todo el año 2011, tiene sobradas razones para desconfiar del establishment político. Será muy difícil hacerlo cambiar de opinión después de la experiencia acumulada y la consciencia de que la lucha por la gratuidad educativa debe prolongarse también a la salud de calidad.

Así vemos que en vez de partir de las necesidades sociales que hay que satisfacer para hacer una revolución tributaria y fiscal donde los ricos, las grandes fortunas y las grandes empresas y transnacionales mineras paguen impuestos, los binominalistas quieren hacer una reforma espejismo para salvaguardar el sistema de privilegios, de evasión y fraude fiscal.

Entre otras, una idea clara y distinta se instaló en las percepciones de amplias masas. Ellos, los de arriba no aflojan si nosotros no nos movemos. Se quebró esa confianza en la política de los pactos entre la Concertación y la Alianza que el «spin doctor» F. Vidal resucita y en las salidas negociadas por arriba. Y el hecho de que sólo ahora Bachelet «recoja» las demandas ciudadanas después de incubarse el descontento durante 20 años, muestra bien las anteojeras ideológicas de la Concertación. La prueba. Ni siquiera están dispuestos a cambiar el binominal por un modo de escrutinio proporcional. Como la derecha, quieren perfeccionar el binominal pero no quieren democratizar el régimen político heredado del régimen militar dictatorial. Se encuentran cómodos administrándolo.

Por Leopoldo Lavín Mujica

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